La esperada mesa redonda de Hamaika Bil Gaitezen dejó una conclusión clara: la unidad de acción independentista en Nafarroa suscita más entusiasmo en los abertzales de base que en las direcciones de partidos como EA y, sobre todo, Aralar. Las cúpulas siguen centrándose en las elecciones y en repetir el esquema de 2007, como muestra su acuerdo oculto, aun a riesgo de alejarse de sus propios simpatizantes. Las bases de EA deben estar confusas por la contradicción entre el discurso nacional y el acuerdo navarro. Y en Aralar pocos compartirán el criterio de «no tirar estos diez años».
No resulta habitual que una iniciativa ciudadana como Hamaika Bil Gaitezen saque a la calle a 5.000 personas en sólo unas semanas de trabajo. Y tampoco que hoy en día una sala se abarrote para escuchar el debate entre tres representantes políticos, fuera incluso de campaña electoral. Ambos datos reflejan a las claras que la demanda de unidad de acción entre los abertzales de izquierdas de Nafarroa no es una teoría política diseñada artificialmente en un despacho, sino una corriente social potente y enraizada en la calle. Y ésta es una primera constatación necesaria, y significativa si se tiene en cuenta que a uno de los tres sectores representados en la mesa se le impide hacer política legal hace casi una década y que los otros dos ya tienen teóricamente definida su opción para el periodo 2011 – 2015 bajo la sigla de Nafarroa Bai.
Quizás por ese gran interés previo, no eran pocos los que se fueron desencantados tras el debate del viernes. Las meras buenas palabras del representante de EA ‑Maiorga Ramírez- y sobre todo las condiciones puestas por el de Aralar ‑Txentxo Jiménez- supusieron un cierto jarro de agua fría para quienes pensaban que entre bambalinas los fogones de la unidad independentista ya echaban humo.
Tanto Ramírez como Jiménez admitieron con claridad que éste es un tiempo de expectativas y que es la izquierda abertzale quien las despierta. Sin embargo, los últimos pasos que han dado en Nafarroa no están acompasados con este criterio, en la medida en que continúan chapoteando en el río revuelto de Nafarroa Bai y desprecian el potente caudal que llegaría desde la izquierda abertzale.
Ramírez y Jiménez coincidieron básicamente en situar la unidad de acción independentista como una mera opción futura ‑más cercana ciertamente en el discurso de EA que en el de Aralar, que insistió en que una eventual decisión de ETA sería «sólo el principio»-. Pusieron énfasis en asegurar que no les mueven las elecciones ni los intereses partidistas. Sin embargo, es una evidencia que el acuerdo presentado una semana antes por EA y Aralar no sólo está pensado para las urnas de 2011, sino que ésa es casi su única clave.
El documento se presenta como una guía de acción para el periodo 2011 – 2015, que sin duda entra dentro de ese «largo plazo» en el que no dudan en que habrán opciones de sinergia con la izquierda abertzale. ¿Por qué, entonces, no la han tenido en cuenta? Ambas formaciones esgrimen en su favor que las bases son negociables y que la izquierda abertzale se podrá unir a esta u otra fórmula cuando cambien las condiciones y se produzca el deshielo. Pero a nadie se le escapa que ese pacto EA-Aralar agrupa a dos formaciones con una representación pareja y que, por tanto, cualquiera de las dos tendrá derecho de veto para impedir futuras alianzas. Y las exigencias verbalizadas por Txen- txo Jiménez apuntan a que la dirección de Aralar está dispuesta a ejercerlo, igual que en 2004 hizo el PNV.
Lo que nadie entiende por tanto, incluso en el propio partido, es por qué la dirección de EA en Nafarroa ha aceptado un acuerdo precipitado e interesado que puede terminar siendo una trampa contra la unidad de fuerzas por la que apuesta claramente a nivel nacional.
Las cúpulas de los partidos pueden terminar convertidas, por tanto, en un problema para sus propias bases. Las de EA deben estar confundidas por la aparente contradicción entre las dinámicas que se alientan a nivel nacional y el acuerdo firmado en Nafarroa. Y en Aralar probablemente muy pocos compar- tan el criterio de Txentxo Jiménez de salvaguardar a toda costa los «diez años de trabajo» de Aralar. La frase recuerda inevitablemente al modo en que Josu Jon Imaz rechazó apoyar las demandas de la izquierda abertale en Loiola porque eso suponía admitir que en 1977 el PNV se había equivocado.
Las bases abertzales en Nafarroa, además, son consciente de otra realidad incontestable. Aquella expectativa de 2007 de intentar forzar un cambio de gobierno junto al PSN se ha demostrado totalmente irreal. Si no fue posible con un Fernando Puras enfrentado a UPN y un Zapatero dispuesto a arriesgar con la negociación con la izquierda abertzale, es ilusorio tratar de repetir jugada con un Roberto Jiménez convertido en mamporrero de Miguel Sanz y un Zapatero atrincherado.
Plantar cara a UPN ‑incluso disputarle el primer puesto- es posible, eso sí. Pero sólo desde la unidad, sin exclusiones y sobre acuerdos de contenidos.