29 de junio, un día para que los tiem­pos cam­bien- Ampa­ro Lasheras

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Bob Dylan lle­gó ayer a Gas­teiz, can­tó y des­apa­re­ció en la carre­te­ra. Antes, las carre­te­ras le lle­va­ban lejos y a veces a nin­gu­na par­te. Hoy le traen y le lle­van por las auto­pis­tas de su leyen­da, mien­tras su ban­da y su voz rees­cri­ben, en su últi­mo dis­co «Together Though Life», el soni­do de algún blues tar­dío, ocul­to en los cam­pos de Loui­sia­na, en el fron­te­ri­zo tex-mex o en ese París de la Gene­ra­ción Per­di­da don­de todos los amo­res tie­nen una his­to­ria que con­tar. En sus comien­zos, al prin­ci­pio de la déca­da de los 60, Dylan era un tro­va­dor popu­lar. Un can­tan­te poe­ta que habla­ba de las injus­ti­cias y escri­bía can­cio­nes que herían al sis­te­ma y a los pode­ro­sos. Escri­bía con­tra la gue­rra, con­tra el geno­ci­dio de los pue­blos indios y en favor de los mine­ros, de los negros, de la liber­tad… En 1963 com­pu­so «Los tiem­pos están cam­bian­do», un tema que dio nom­bre a su ter­cer álbum y le con­vir­tió en un mito, en la voz crí­ti­ca al sis­te­ma por exce­len­cia. Pero, como se escri­bió años más tar­de, en un repor­ta­je bio­grá­fi­co sobre el can­tan­te, «la his­to­ria reco­gió su voz y la archi­vó en el inmen­so cemen­te­rio de las bue­nas inten­cio­nes». Dylan ha reco­rri­do muchos cami­nos, con dis­tin­tas vidas y muchas can­cio­nes, sin embar­go siem­pre le per­se­gui­rán los vien­tos sin res­pues­ta, los seño­res de la gue­rra y esos tiem­pos que nun­ca cam­bia­ron, qui­zás por­que todos ellos se que­da­ron para siem­pre en el estri­bi­llo de una canción.

El can­tan­te de Min­ne­so­ta tra­jo ayer a Gas­teiz, a Eus­kal Herria, su mun­do par­ti­cu­lar, el que a sus 69 años es capaz de con­tar como el pre­sen­te inte­rior que hoy vive y que maña­na se per­de­rá en otras músi­cas. Can­tó en Gas­teiz y des­pués se fue sin mirar más allá de los focos que le ilu­mi­na­ron. Tal vez nun­ca sepa que lo hizo en un país dolo­ri­do por no ser libre y en tiem­pos con­vul­sos, agi­ta­dos, tiem­pos de incer­ti­dum­bre, seme­jan­tes a los que, duran­te la Depre­sión de 1929, denun­ció el que él lla­mó su «últi­mo héroe», Woody Guth­rie, un poe­ta y músi­co que siem­pre estu­vo al lado de los huel­guis­tas, de los des­em­plea­dos, de los jor­na­le­ros, a las puer­tas de las fábri­cas cerra­das y en los tre­nes que reco­rrían los EEUU, car­ga­dos de ham­bre y des­es­pe­ran­za, un tiem­po que el escri­tor John Stein­beck des­cri­bió con un rea­lis­mo abru­ma­dor en «Las uvas de la ira» o en el libro «Los vaga­bun­dos de la cose­cha», dos lec­tu­ras a las que se debe­ría regre­sar para remo­ver el olvi­do y aler­tar el presente.

Algu­nos con­cier­tos y la músi­ca de Bob Dylan han acom­pa­ña­do mis años como un can­dil de nos­tal­gias a las que vuel­vo de vez en cuan­do, en un ejer­ci­cio evo­ca­dor e invo­lun­ta­rio de todo lo que se va que­dan­do atrás. La músi­ca sobre­pa­sa­ba al tiem­po y ésa es una sen­sa­ción que agra­da por­que le hace a una sen­tir­se más joven. Sin aden­trar­me en la curio­si­dad que, como incon­di­cio­nal de Dylan, me pro­vo­ca­ba escu­char en direc­to su últi­mo tra­ba­jo, mi memo­ria se ha mez­cla­do con el pre­sen­te y el soni­do del anti­guo folk con los men­sa­jes de la huel­ga gene­ral del 29 de junio, lo cual me ha reju­ve­ne­ci­do toda­vía más. En otro tiem­po cuan­do escu­cha­ba a Dylan, en aquel espa­cio negro y de músi­ca ram­plo­na lla­ma­do fran­quis­mo, el dere­cho a la huel­ga ni siquie­ra exis­tía. Era una uto­pía sobre la que esta­ba prohi­bi­do pen­sar. Algu­nos de los pri­me­ros temas de Dylan, los más influen­cia­dos por el esti­lo y la ideo­lo­gía de Guth­rie, pusie­ron músi­ca a las nue­vas ideas de una gene­ra­ción que des­per­ta­ba can­sa­da del con­for­mis­mo y recla­ma­ba más que un cam­bio, una revo­lu­ción social. Los pro­ce­sos de libe­ra­ción de Cuba, Viet­nam o Arge­lia, impul­sa­ron un impor­tan­te deba­te en la izquier­da e impli­ca­ron en la lucha a toda una gene­ra­ción, inclu­so a la juven­tud más bur­gue­sa que revis­tió a la lucha obre­ra de cier­to roman­ti­cis­mo revo­lu­cio­na­rio, de gue­rri­lle­ros y poe­tas con una gui­ta­rra que lue­go se con­vir­tie­ron en paci­fis­tas y más tar­de en revi­sio­nis­tas de sus pro­pias ideas. No cabe nin­gu­na duda de que la lucha de las tra­ba­ja­do­ras res­pon­día a un come­ti­do de mucho más cala­do social e ideo­ló­gi­co. Un queha­cer mucho más duro, más pro­fun­do y cons­tan­te. Los años han dado la razón a los que defen­die­ron algo más que una bala­da y no aban­do­na­ron sus sue­ños en las barri­ca­das del 68. Así lo ha demos­tra­do el futu­ro, la his­to­ria y la lucha de todos los años por los que hemos cami­na­do has­ta lle­gar al 2010, a Eus­kal Herria y a la cri­sis capi­ta­lis­ta que ha colo­ca­do a los tra­ba­ja­do­res al bor­de de un pre­ci­pi­cio que es urgen­te y nece­sa­rio esquivar.

En estos tiem­pos nadie se pue­de dor­mir en los lau­re­les ni vivir de las ren­tas de bata­llas lidia­das en el siglo pasa­do, cuan­do los anhe­los bur­gue­ses aún no habían con­ta­mi­na­do a la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Se hace impres­cin­di­ble con­vul­sio­nar las ideas, agi­tar la pasi­vi­dad y evi­tar los puen­tes enga­ño­sos que el capi­tal y los gobier­nos obe­dien­tes nos impo­nen para devol­ver­nos a su ori­lla y lue­go pre­ci­pi­tar­nos al vacío de no tener dere­chos. Para eso, pre­ci­sa­men­te, están pen­sa­das las medi­das de ajus­te pre­su­pues­ta­rio, la con­ge­la­ción de sala­rios y pen­sio­nes, la refor­ma labo­ral que no crea­rá empleo pero sí faci­li­ta­rá la anu­la­ción de los con­ve­nios colec­ti­vos, la implan­ta­ción de las ETT, el aba­ra­ta­mien­to del des­pi­do, los recor­tes en polí­ti­cas socia­les. Valién­do­se del con­tex­to de la cri­sis inten­tan impo­ner una refor­ma y unas medi­das que trae­rán con­si­go unas con­se­cuen­cias nefas­tas para los y las tra­ba­ja­do­ras. La cri­sis pasa­rá cuan­do a los espe­cu­la­do­res del sis­te­ma les con­ven­ga y, cuan­do esto ocu­rra y la patro­nal empie­ce a tener bene­fi­cios, nos encon­tra­re­mos en un camino sin sali­da y con un mode­lo de rela­cio­nes aún más pre­ca­rio. No sólo desean que sean los tra­ba­ja­do­res los que paguen y sufran esta cri­sis, su obje­ti­vo final es arre­ba­tar­nos los dere­chos y lega­li­zar la explo­ta­ción labo­ral, a poder ser de por vida.

Según los datos publi­ca­dos por Merrill Lynch, una de las com­pa­ñías esta­dou­ni­den­ses invo­lu­cra­da en la cri­sis finan­cie­ra de las «sub­pri­me», en el Esta­do espa­ñol y duran­te el 2009, el núme­ro de per­so­nas ricas, con un patri­mo­nio supe­rior a 1,5 millón de euros, ha aumen­ta­do en 16.000. Es decir, se han hecho ricos en un año y lo han con­se­gui­do mien­tras se cerra­ban empre­sas, el núme­ro de para­dos supe­ra­ba los 4 millo­nes y la pobre­za alcan­za­ba a un 19,90% de la pobla­ción. En un ban­co bri­tá­ni­co con sede en Sui­za, exis­ten 3.000 cuen­tas nume­ra­das de for­tu­nas espa­ño­las cuyo capi­tal ocul­to ascien­de a 6.000 millo­nes de euros. Sin embar­go, a la hora de inves­ti­gar la pro­ce­den­cia del dine­ro serán tra­ta­das con guan­te blan­co, nego­cian­do a la baja las san­cio­nes eco­nó­mi­cas si se «demues­tra que han come­ti­do frau­de el fis­cal». Si a esto aña­di­mos la nega­ti­va de los diri­gen­tes polí­ti­cos de Espa­ña y de Eus­kal Herria a subir los impues­tos a los que más tie­nen, la con­clu­sión resul­ta tan obvia que las pala­bras se vuel­ven inú­ti­les y sólo sir­ven para mos­trar indig­na­ción y denun­ciar la injus­ti­cia y la bur­la que supo­ne para la cla­se tra­ba­ja­do­ra la refor­ma labo­ral. En este ins­tan­te me sir­ven tam­bién para escri­bir, con mayús­cu­las y en negri­ta, que el apo­yo a la huel­ga gene­ral del pró­xi­mo mar­tes, 29 de junio, se ha con­ver­ti­do en algo tan vital como el aire que respiramos.

Y lo digo por­que no me gus­ta el mun­do, ni la socie­dad que nos quie­ren impo­ner, por­que aún me emo­cio­nó cuan­do escu­cho «La Inter­na­cio­nal», por­que estoy con­ven­ci­da de que para con­se­guir obje­ti­vos no bas­tan los dis­cur­sos, ni las crí­ti­cas de salón (como me escri­bía un ami­go) en la barra de un bar y fren­te a una cer­ve­za. Por­que en este momen­to de cam­bio, de un nue­vo futu­ro para Eus­kal Herria, me sedu­ce la idea de luchar tam­bién por la inde­pen­den­cia eco­nó­mi­ca y crear nues­tro pro­pio mar­co de rela­cio­nes labo­ra­les y de pro­tec­ción social. Tal vez por­que me gus­tan las carre­te­ras y los tre­nes que avan­zan sin dete­ner­se en las vías muer­tas que es lo más pare­ci­do a morir­se poco a poco y en bra­zos del capital.

Saben, los crí­ti­cos ase­gu­ran que las actua­cio­nes de Dylan resul­tan impre­vi­si­bles y siem­pre dife­ren­tes. Mien­tras le escu­cha­ba en el Azke­na Rock, se me ocu­rrió que si de pron­to las carre­te­ras des­apa­re­cie­sen sin tener a dón­de ir y Dylan se vería obli­ga­do a dete­ner­se aquí y aho­ra, tal vez podría reen­con­trar­se con Woody Guth­rie y, jun­tos, com­po­ner una bala­da folk que de nue­vo reco­rrie­se las auto­pis­tas con des­tino a ganar el futu­ro de esa lucha, que reju­ve­ne­ci­da, con­ti­nua­rá el 29 de jun

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