El ataque armado israelí contra los ocupantes de una flotilla humanitaria organizada por asociaciones europeas constituye un inadmisible acto de piratería cometido por un estado que pertenece a las Naciones Unidas, pero que actúa una vez más como un estado filibustero, saltándose todas las normas del derecho internacional, asesinando y deteniendo ilegalmente a personas en aguas internacionales.
La «Flotilla de la Libertad», como la bautizó la organización Gaza Libre, integrada por militantes y miembros de diversas organizaciones solidarias europeas, supone la mayor acción coordinada realizada por la sociedad civil internacional para romper el bloqueo marítimo de Gaza y llevar al sitiado territorio palestino diez mil toneladas de ayuda (medicinas, alimentos, material quirúrgico, generadores, etc.). Integrada por unas ocho embarcaciones, llevaba a unas 750 personas a bordo, que pertenecen a unas cincuenta nacionalidades diferentes.
La flotilla representa el rechazo de los ciudadanos de muchos países del cerco ilegal y humillante que mantiene el Ejército israelí en el territorio palestino, donde más de un millón y medio de personas ‑adultos, niños y ancianos- sobreviven con grandes carencias y privaciones.
Israel anunció la pasada semana que no permitiría que esas embarcaciones rompieran el bloqueo que su país ejerce de forma arbitraria e unilateral. Para evitar que una posible intervención se produjera durante las horas de la noche, la flotilla ralentizó su avance, con la intención de intentar alcanzar la costa palestina durante las horas diurnas. Pero en la madrugada, lanchas rápidas y helicópteros se situaron en torno y sobre la flotilla, e iniciaron un ataque contra el barco de mayor calado, el «Mavi Marmara», de bandera turca. Según el relato que hizo llegar uno de los ocupantes, el abordaje se hizo con fuego real y utilizando helicópteros y tropas de asalto perfectamente pertrechadas.
El Gobierno israelí afirmó que sus comandos actuaron «en defensa propia» al ser atacados con palos y otros elementos. Y que lamenta que se hayan producido muertos y heridos. Los argumentos son tan burdos y grotescos que sólo pueden interpretarse como una burla y un abierto desafío a la comunidad internacional. ¿Cómo puede argumentar Israel «defensa propia», cuando ataca en aguas internacionales con comandos especiales embarcaciones de transporte y civiles desarmados? Aun partiendo de la absoluta ilegalidad de su intervención, ¿que necesidad tenía uno de los mejores ejércitos del mundo de provocar una masacre entre los ocupantes del navío?
Este suceso no puede analizarse, sin tener en cuenta el historial del Estado de Israel con respecto a las resoluciones de las Naciones Unidas. Desde hace muchos años las condenas a sus violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos han sido ignoradas e incumplidas por Tel Aviv. Otras han sido sistemáticamente bloqueadas por el veto que dispone Estados Unidos en ese organismo.
La propia tragedia provocada por la operación «Plomo Fundido» iniciada en diciembre del 2008 con la masacre de población civil en Gaza (1.300 muertos, miles de heridos, destrucción de viviendas e infraestructuras básicas) no tuvo más que sanciones retóricas.
Tampoco el bombardeo premeditado israelí contra almacenes de víveres de la ONU para los refugiados provocó medidas contundentes. Sobre esa reiterada impunidad, el belicista Estado de Israel ha ido construyendo su expansión física, y su ocupación ilegal de territorio palestino.
Esta acción de piratería en aguas internacionales y con total desprecio por las vidas humanas comprometidas constituye un nuevo desafío del Gobierno de Israel. Sus portavoces y su maquinaria de publicidad no se han esforzado demasiado para justificar la masacre. Se sienten con autoridad para pasar sobre acuerdos y normas elementales y utilizar la fuerza que crean oportuna para secuestrar, asesinar o destruir todo lo que ellos consideran «una amenaza». Con el argumento de «su seguridad», se han apoderado de territorios, han destruido cultivos y viviendas palestinas, han convertido amplias regiones de Gaza en una especie de campo de concentración, alambrado, sitiado y reducido a precarias formas de sobrevivencia. Han asesinado a miles de personas, en muchos casos a familias enteras, mujeres y niños incluidos, con el argumento de que «entre ellos» podía estar un dirigente palestino. Sus crímenes siempre han contado con la «comprensión» de sus aliados norteamericanos y británicos, que han acompañado las masacres israelíes con frases sobre su derecho a protegerse «del terrorismo».
A partir de estos gravísimos sucesos, la prensa pro-israelí y no pocos gobiernos intentarán encontrar «explicación» a esta repudiable intervención militar, a este abordaje pirata, a estos asesinatos de gente indefensa, a esta nueva violación del derecho internacional. Inventarán o fabricarán excusas. Habrá que buscar con lupa las informaciones veraces.
Como, por ejemplo, recordar lo expresado por la holandesa Anne de Jong, que viajaba en la flota, y que en su momento declaró que la flotilla llevaba únicamente ayuda humanitaria y que la carga había sido revisada en puerto de origen (Chipre) para controlar cualquier irregularidad. En un reportaje emitido en Radio Nederland expresó: «No nos entregaremos voluntariamente a Israel, porque esta es una misión hacia Gaza. No entraremos en aguas israelíes. Si soy llevada a Israel es contra mi voluntad y me resistiré sin usar la violencia». Es posible que Anne de Jong sea alguna de las personas conducida por la fuerza al puerto israelí luego de ser capturada por los comandos israelíes en aguas internacionales; eso si no fue alcanzada por alguna de las balas disparadas durante el abordaje.
Las primeras reacciones en el ámbito internacional han sido unánimes en la condena del Gobierno israelí. Siempre ocurre así cuando su Ejército comete alguna de sus habituales tropelías. En diversas capitales y ciudades se han producido manifestaciones de repulsa por el abordaje pirata y la masacre de civiles. El relator de las Naciones Unidas para los territorios palestinos ocupados ha instado a que se lleve ante la justicia a los responsables israelíes del asalto a la flotilla internacional humanitaria que trataba de llegar a Gaza. Richard Falk afirmó que «Israel es culpable de un comportamiento inaceptable por usar armas mortíferas contra civiles desarmados en barcos que estaban situados en alta mar, donde hay libertad de navegación, de acuerdo a las leyes del mar». «Es esencial que los israelíes responsables de este comportamiento ilegal y asesino, incluidos los líderes políticos que dieron las órdenes, sean acusados criminalmente por sus actos», afirmó Falk, para quien «la iniciativa pacífica humanitaria por parte de ciudadanos de 50 países es una respuesta urgente a la continuación del bloqueo ilegal que se mantiene desde hace casi tres años y que está causando graves daños físicos y mentales a la población total de Gaza, de 1,5 millones de personas atrapadas allí».
Pero ya veremos en qué queda este fuego de artificio de las primeras condenas. Algunas, emitidas por personajes supuestamente importantes, son penosas. Como la de la Alta representante de la Unión Europea para la Política Exterior y la Seguridad Común, Catherine Ashton, quien pidió a las autoridades israelíes «abrir de inmediato una investigación sobre la operación militar contra la flotilla humanitaria internacional». Pero si el Gobierno israelí asume y confirma su acción, ¿qué pretende realmente esta «alta representante» con esa petición? Nada efectivo, simplemente cumplir su papel de decir algo que no tenga ninguna consecuencia práctica. Así se construye la impunidad.
Otros representantes europeos también han empleado su clásico discurso afirmando que «es inadmisible lo sucedido» o «que condenan el uso excesivo de la fuerza». Es como si a un asesino en serie se le pidiera que «actuara con moderación». Hipócritas parlanchines que desde bancas solemnes, rodeados de privilegios y poderes, actúan como si de una comedia se tratara. Están siendo cómplices de un sistemático comportamiento avasallador y asesino que pisotea derechos y libertades de los pueblos. Que con el argumento de la «defensa propia» sigue cometiendo matanzas y arbitrariedades.
La verdadera «comunidad internacional» la conforman los pueblos, los ciudadanos que día a día soportan las injusticias de un sistema incapaz de garantizar seguridad para la existencia, alimentación, educación y sanidad de los habitantes del planeta. Los que hoy se lamentan o hacen discursos plañideros que no tendrán ninguna consecuencia efectiva no son más que títeres o comparsa de ese sistema.
Este andamiaje de palabras sin contenido verdadero no servirá para frenar la barbarie y la injusticia. Tampoco lo pretende. Más bien es parte del teatro que intenta distraernos o confundirnos. Mientras tanto, ellos seguirán cometiendo actos terribles, bárbaros e injustos, sin respetar a los seres humanos ni al medio ambiente. Solo los mueve su interés económico y de poder. Quieren convencernos que este caos de injusticias es el «orden» necesario.
Ya sabemos que no. Queremos y deseamos otro mundo de todos y para todos. Y en ése no caben los atropellos, las masacres ni las lágrimas de cocodrilo de quienes fingen pena y dolor, pero en la práctica permiten que la injusticia y la arbitrariedad se perpetúen.
Como escribía León Felipe: «O el mundo se organiza sobre bases de justicia y dignidad humanas donde no caben los mercaderes, o no se organiza de ninguna manera».
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