Tras las elecciones presidenciales del pasado año, Irán ha experimentado una sucesión de protestas y enfrentamientos que ha hecho que muchos analistas presenten la situación política de aquel país en unas claves que poco o nada tienen que ver con la compleja realidad iraní.
Los meses del verano de 2009 fueron el punto más alto de las protestas, pero tras esos impulsos iniciales las mismas han venido desinflándose. Hasta que en diciembre pasado tuvieron lugar una serie de acontecimientos que parece que volvían a dar oxígeno a las mismas. La celebración del día del estudiante, Azar 16 (siete de diciembre en el calendario iraní), los funerales por el Gran Ayatollah Hossein Ali Montazeri, y finalmente la festividad de la Ashura (conmemoración de la batalla de Kerbala, donde la comunidad chií rechaza el califato de Yazid) sirvieron para que los manifestantes ocupasen las calles de las principales ciudades del país.
Ahora, cuando se cumple un año de aquellas elecciones, los dirigentes de Irán han conseguido en cierta medida desactivar aquel movimiento opositor. Para ello no han dudado en utilizar la represión, pero las desavenencias internas de la oposición y el miedo de parte de esos sectores al cambio, también han contribuido a ello.
Finalmente, los recientes acontecimientos en la escena internacional (las nuevas sanciones a Irán y el ataque impune de Israel a la flotilla solidaria) han mostrado el doble rasero de la mal llamada comunidad internacional, que no duda en aplicar sanciones a Irán al tiempo que permite cualquier tropelía sionista. Evidentemente esta situación también ayuda a los dirigentes iraníes a la hora de afrontar las disidencias internas.
La radiografía del llamado “movimiento verde”, que muchos pretenden entroncar en la línea de las pasadas revoluciones coloristas, es bastante más compleja que lo que se nos presenta. Algunos apuntan al auge de una nueva clase media, que contaría también con el apoyo de algunos sectores conservadores religiosos, y que rechazan de plano el supuesto “radicalismo del presidente Mahmud Ahmadinejad” y buen aparte de “los valores conservadores de la élite clerical”.
La heterogeneidad de ese movimiento la encontramos en su propia composición (antiguos reformistas, sectores juveniles, nueva generación de activistas políticos, disidentes o exiliados), pero junto a ello, observamos también una clara falta de liderazgo y de una estrategia coherente. El rechazo al gobierno de Mahmud Ahmadinejad parece ser el eje mediático que moviliza a buena parte de la oposición.
Sin embargo, todo ello sustentado en un discurso político y económico muy confuso, y que en ocasiones muestran a muchos de sus dirigentes en una clara línea reformista, mostrando su incapacidad para romper con el stablishment. Un somero repaso a las posiciones que en materia económica o política sostienen tres de las principales figuras opositoras (Moussavi, Karrubi o Rezaie) nos muestra esa diversidad, que indudablemente no contribuye a asentar las bases para un fuerte modelo de oposición.
El faccionalismo político es una característica de Irán, y eso también es evidente a la hora de analizar el heterogéneo movimiento opositor actual. Si al mismo se han unido en un primer momento los conservadores reformistas de Moussavi, los conservadores liberales de Khatami, los tecnócratas de Rafsanjani, los conservadores tradicionales de Nategh-Nouri y otras fuerzas de derecha más moderada como Larijani, todos ellos movidos por la pérdida evidente de poder en el status quo iraní; otras fuerzas, que rechazan cualquier medida reformista y apuestan por una ruptura del sistema, han tenido que compartir espacio con esos nuevos aliados. Los resultados son evidentes, y no es muy probable que la actual caracterización del “movimiento verde” pueda perdurar a medio o largo plazo.
El auge de una nueva élite política ha caracterizado también la coyuntura iraní. Esa nueva facción ha desplazado del poder político (y pretende hacer lo propio en el religioso) a los conservadores pragmáticos y tradicionales, eclipsando el futuro político de Rafsanjani y acabado con cualquier esperanza de los reformistas por volver al gobierno.
Las elecciones municipales de 2003, que logró que la llamada Alianza de los Constructores de un Irán islámico (Abadgaran) triunfase en Teherán, seguido del triunfo parlamentario el siguiente año, y coronado con la victoria de Mahmud Ahmadinejad en las presidenciales de 2005, representa la hoja de ruta de esta nueva élite política, que se estaría haciendo con el poder a costa de los llamados conservadores tradicionales.
A día de hoy tres son los pilares del poder en Irán. Por un lado encontramos al Líder Supremo, Ali Khamenei, que siguiendo el modelo de Khomeini, busca mantener un equilibrio entre las facciones para asegurar su propia supervivencia, lo que le lleva a apostar a caballo ganador siempre; otra pieza clave la conforman los Guardianes de las Revolución; y la tercera pata sería la formada por el gobierno de Ahmadinejad.
Pero para entender mejor el ascenso de esa facción es necesario recurrir a otras organizaciones que han contribuido en estos años a ese auge. Ansar-e-Hezbollah (Seguidores del Partido de Dios), fundada en 1995, estaba compuesta en un primer momento por grupos y personas marginados políticamente por el status quo de aquellos años, por veteranos de la guerra con Iraq y miembros del Basij. Posteriormente se han ido incorporando sectores más jóvenes, y muchos miembros de la organización ocupan cargos relevantes en todo el país.
Otra fuerza muy influyente es la que se conforma en torno a Jamiyat-e-Isar Garan‑e Enghelab‑e Eslami (Sociedad de devotos de la Revolución Islámica), que defiende el sistema del “Velayat‑e faqih”, el anticapitalismo, el antiimperialismo y la lucha contra lo que denominan “la invasión cultural”. También encontramos en esea misma línea la llamada Sociedad Islámica de Ingenieros, creada en 1987, y a la que pertenece el presidente Ahmadinejad.
La Escuela Haqqani es sin duda alguna una de las instituciones clave para entender mejor la pugna por el poder dentro de Irán, y que en cierta medida muestra las divisiones en la élite política y religiosa. Esta institución religiosa ha jugado un papel clave en la fundación ideológica de la nueva élite política y de la facción que representa, y para muchos ha sido el soporte ideológico de la misma.
Fundada en los años setenta, en ella han participado importantes clérigos como el ayatollah Ahmad Jannati (líder del Consejo de los Guardianes) o el también ayatollah Mohammad Meshab Yazdi, consejero espiritual del presidente Ahmadinejad. Muchos clérigos que han ido ocupando importantes puestos en el engranaje institucional del país (Guardianes de la Revolución, la milicia Basij, representantes del Líder Supremo en diferentes universidades, en el ministerio de inteligencia e Información, en la judicatura, y en otras instituciones estatales) se han formado en esta escuela.
Uno de los centros de poder donde se concentró la pugna es la poderosísima Asamblea de Expertos, que supervisa la actividad del Líder supremo y es la encargada de nombrar al mismo. En las elecciones de 2007 a la presidencia de la misma, se impuso Rafsanjani sobre Ahmad Jannati, lo que algunos interpretaron como una derrota para las tesis de la nueva élite política del país.
El panorama iraní a corto plazo no se presenta sencillo. Por un lado puede reflejar una cierta “flexibilidad del gobierno en aras a buscar vías de reconciliación”, o eso es al menos lo que solicitan algunos clérigos de peso y figuras importantes de la oposición. Esos actores, temerosos de que las protestas acaben yéndoseles de las manos, pueden encontrarse al mismo tiempo con el rechazo de las fuerzas en torno al gobierno, y sobre todo con las de otros grupos que hasta ahora se han articulado en torno al “movimiento verde”.
Las declaraciones de Moussavi o de Akbar Ganji, distanciándose públicamente de las protestas violentas, no ha sido muy bien acogidas entre parte de la oposición. Tal vez sea porque detrás de esos personajes late el espíritu del defenestrado movimiento reformista, que tan sólo busca algunos cambios sin poner en duda los pilares básicos del status quo, y que muestra un verdadero temor a que el mismo cambie radicalmente.
A día de hoy, las divisiones en la élite política y religiosa en Irán son el reflejo de la existencia de diferentes facciones y de los intereses de éstas. Y mientras Irán sigue afrontando importantes retos a nivel doméstico, su política exterior, su papel en la región y su programa nuclear, añaden mayor incertidumbre a ese futuro inmediato.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)