Los resultados de las elecciones parlamentarias que se celebraron ayer no van a provocar un terremoto institucional en Bélgica porque, como ha quedado en evidencia durante la pasada legislatura, el actual marco jurídico-político ya está en fase de descomposición y los sucesivos relevos en el gobierno federal, buscando la cuadratura del círculo en base a todo tipo de alianzas entre partidos flamencos y valones, no han servido para cambiar el rumbo. Dicho de otra manera: Flandes y Valonia son ya dos realidades separadas; son «dos democracias diferentes», como explicaba el director de N‑VA, Piet de Zaeger, a GARA en la entrevista publicada el mismo sábado.
Por primera vez una fuerza independentista flamenca ha salido de las urnas como la formación más votada. La Nueva Alianza Flamenca (N‑VA) ha cosechado cerca del 30% de los votos en Flandes, superando incluso las mejores expectativas marcadas por las encuestas. Para dimensionar esa victoria hay que recordar que, según el reparto zonal que se sigue en las elecciones belgas, Flandes cuenta con más de seis millones de habitantes, mientras que Valonia se queda por debajo de los tres millones y medio, y la zona de Bruselas ‑considerada bilingüe- acoge a un millón; además, la población germanófila, unas 75.ooo personas, también tiene su propio estatus político.
Tras conocerse los resultados, el líder del N‑VA, Bart de Wever, afirmó que «los flamencos han votado por el cambio» y que «el Estado debe ser reformado». No obstante, lanzó un mensaje de calma -«El setenta por ciento de los flamencos no nos ha votado», llegó a decir ante miles de seguidores que celebraban la victoria- al mostrarse partidario de «construir nuevos puentes» con el resto de partidos flamencos y de colaborar con las formaciones francófonas. Un mensaje que se verá obligado a abandonar contra su voluntad si, precisamente, otra variopinta coalición de formaciones flamencas y valonas decide excluir al N‑VA del próximo gobierno federal y, como se anuncia, se nombra primer ministro a un político francófono.