Algún día los historiadores sabrán lo que dijo por teléfono el presidente Obama al jefe del Gobierno español, Sr. Zapatero, en la dramática jornada del 11 de mayo del año en curso. Alrededor de ese día el Estado español estaba técnicamente en quiebra. La sombra del total hundimiento de Islandia y el fuego de Grecia proyectaban su perfil en el despacho oval. Cuarenta y ocho horas después, el Gobierno de Madrid hacía público el tijeretazo que le ha sacudido como un seísmo. Pero Obama estuvo terminante: no quería que tras el terremoto griego y el volcán islandés España contaminase a Portugal, Irlanda o la misma Italia. El Fondo Monetario Internacional ‑o sea, Estados Unidos- se declaraba incapaz de taponar más grietas e informaba del nuevo desequilibrio que se cernía sobre Norteamérica.
España emitía una deuda peligrosamente vendible y los bancos españoles desviaban al parecer los auxilios recibidos hacia la adquisición de deudas más seguras. De esto último el Banco de España no ha hecho el más mínimo comentario. Y era preciso hacerlo, ya que el dinero que recomponía la especulación era dinero de los españoles.
¿Sucedieron los hechos tal como los hemos resumido? Tengo la certeza moral de que así funcionó la maquinaria de achique. En cualquier caso, está en manos de las instituciones públicas demostrar con números que la sanidad económica española es tan sólida como predica la desangelada ministra de Economía, a la que su presidente y la Sra. Fernández de la Vega entierran día a día con la crueldad de quien se deshace de un cadáver.
Si algo me inclina a reforzar mi seguridad en el luctuoso escenario que vivimos los ciudadanos son las frases del Sr. Rodríguez Zapatero, que ha convertido su sinceridad póstuma en la única acción cierta de gobierno: «Asumimos que rectificamos». ¿Acaso rectificar equivocaciones tan dramáticas permite a un Gobierno seguir siéndolo? Acerca de este extremo solamente quedan por desvelar las razones de fondo que ha debido manejar Convergencia i Unió para permitir al Sr. Zapatero proseguir su desmelenada huida a campo abierto. Evidentemente, la decisión de salvar al líder leonés no nació de la voluntad del Sr. Durán Lleida, que nunca ha significado nada en la política catalana, salvo ganar el pan parlamentario como peón de brega de CiU. ¿Hay que salvar unos presupuestos? Quizá. ¿Hay que sacrificar el futuro del Partit dels Socialistas de Catalunya para facilitar el regreso de Convergencia al Pati dels Tarongers, dispuesta a limar una serie de cosas? Quizá.
L o complicado en este análisis reside precisamente en la variante política que protagonizan catalanes y vascos, sobre todo estos últimos. En Euskadi hay algo que parece claro de perfil: que el crecimiento del soberanismo está imbricado con las posibilidades económicas más saneadas que caracterizarían a una nación vasca independiente. Eso lo saben perfectamente en Madrid. Ahí es donde el Sr. Zapatero no acierta a salir del laberinto en que lo han metido personajes como el Sr. Rubalcaba. Al Sr. Zapatero sólo le quedan dos cartas de triunfo en la mano: una paz con ETA y ganar el Mundial de Fútbol. Esto haría que muchos españoles arriaran las banderas de combate contra el actual jefe del Ejecutivo español, al menos para conseguir un año y pico hasta las futuras elecciones. Pero la paz con ETA no dará frutos ciertos y duraderos si no se acaba la represión contra el abertzalismo de izquierdas, que ya tiene su propia vía indiscutiblemente política. Madrid no puede seguir diciendo ahora que «todo es ETA», como creen, tras tantos años de adoctrinamiento, una mayoría de españoles que inciensan todos los días ante el altar de la patria única e indivisible.
Esta espesa situación la quiere aclarar el Sr. Rubalcaba en su última frase acerca de lo que resultaría de una tregua unilateral proclamada por la organización armada vasca: «No tengo ninguna información ‑dice el ministro acerca de la tregua- ni de que la vaya a haber ni de que no la vaya a haber, pero en todo caso es irrelevante desde el punto de vista de las elecciones, porque a las elecciones va quien cumple las reglas y eso no tiene nada que ver con que haya tregua o no». ¿Y de qué reglas se trata sino de aplicar una Constitución de radicalismo unitario? Recuerde el señor ministro que proclamó aún no hace mucho que aunque desapareciese ETA, el soberanismo no tendría sitio en el abanico político.
Cabe dar algunas vueltas a la imaginación ante este colosal embrollo que usted apadrina cerca del vacío presidente del Gobierno de Madrid? Cabe. Ante todo hay la posibilidad de que usted ya no crea en otra victoria electoral del socialismo y trate de presentarse como el autor de una falsa apertura política que dejaría la cuestión vasca, como una patata caliente, en manos de los «populares», que jamás se avendrían a que los vascos pudieran autodeterminarse, postura que ustedes comparten a fondo con los «populares», por más que usted haga juegos de prestidigitación para su amo leonés. Sería deslumbrante verles a ustedes defendiendo, con química garzoniana, la apertura política vasca desde una oposición parlamentaria que trataría de sembrar nuevas y corruptas confusiones en la vida del Estado español, tan primario.
Imagine usted un parlamento en el que, sentados en la oposición, ustedes afirmaran que habían logrado la pacificación de Euskadi ante un Partido Popular que estaba destruyendo su obra. Usted sabe perfectamente que jamás admitirá el PSOE que el Estado español libere naciones como Catalunya, Euskadi, y a seguir, Galicia. Pero lo que conviene a ustedes estriba en que esa dominación colonial la protagonicen sus adversarios «populares». Es más, si como resultado de la bárbara política de la derecha canónica se reprodujera la lucha armada, ustedes, los socialistas del contrabando ideológico, se apresurarían a declarar que estaban dispuestos a regresar al Gobierno para liquidar la nueva guerra del norte. ¿Se ve claro esto que cavilo o volvemos al circo con dos pistas?
V amos a resumir con lógica aristotélica. Usted dice ahora que ETA se «descompone» y empieza a buscar el camino de la acción política. ¡Bien! Hace poco repetía que para volver a la política los abertzales tenían que condenar a ETA. ¡Bien! Pero si ETA se descompone no hay nada ya que condenar. ¡Bien! Es más, si miembros de ETA quieren volver al camino de la política desarmada ‑según noticias de usted- no se demuestran dirigentes de Batasuna, sino seguidores de ella. ¡Bien! Y si son seguidores de esa Batasuna que trabaja para la política, uno no ve por qué hay que meter en la cárcel a los Sres. Otegi o Diez Usabiaga, sino que más bien habría que abrirles de par en par el foro público para alimentar la normalidad. ¿Me sigue, señor ministro?
Vamos a concluir.
Yo no aspiro a que usted diga cosas inteligibles. Ser inteligible y ministro ya no se lleva ni en Francia. Lo único que deseo como simple periodista ‑ya que si fuera menos simple estaría mejor situado- es que usted y el Sr. Rodríguez Zapatero digan cosas sencillas e inteligentes por ver si al fin me aclaro como ciudadano del común. Lo más difícil es que con su mentalidad española entiendan que en Euskadi soberanismo, economía, vida normal y proyectos de futuro están profundamente imbricados. Que Euskadi es republicana y moderna. Que los vascos dan cien vueltas a las cosas y al fin siempre acaban por decidir que son vascos, cosa que encocora mucho en Madrid. Que los vascos vivirían mucho mejor si hiciesen sus propias normas. Seguro que a ellos no les llamaría el Sr. Obama.
España emitía una deuda peligrosamente vendible y los bancos españoles desviaban al parecer los auxilios recibidos hacia la adquisición de deudas más seguras. De esto último el Banco de España no ha hecho el más mínimo comentario. Y era preciso hacerlo, ya que el dinero que recomponía la especulación era dinero de los españoles.
¿Sucedieron los hechos tal como los hemos resumido? Tengo la certeza moral de que así funcionó la maquinaria de achique. En cualquier caso, está en manos de las instituciones públicas demostrar con números que la sanidad económica española es tan sólida como predica la desangelada ministra de Economía, a la que su presidente y la Sra. Fernández de la Vega entierran día a día con la crueldad de quien se deshace de un cadáver.
Si algo me inclina a reforzar mi seguridad en el luctuoso escenario que vivimos los ciudadanos son las frases del Sr. Rodríguez Zapatero, que ha convertido su sinceridad póstuma en la única acción cierta de gobierno: «Asumimos que rectificamos». ¿Acaso rectificar equivocaciones tan dramáticas permite a un Gobierno seguir siéndolo? Acerca de este extremo solamente quedan por desvelar las razones de fondo que ha debido manejar Convergencia i Unió para permitir al Sr. Zapatero proseguir su desmelenada huida a campo abierto. Evidentemente, la decisión de salvar al líder leonés no nació de la voluntad del Sr. Durán Lleida, que nunca ha significado nada en la política catalana, salvo ganar el pan parlamentario como peón de brega de CiU. ¿Hay que salvar unos presupuestos? Quizá. ¿Hay que sacrificar el futuro del Partit dels Socialistas de Catalunya para facilitar el regreso de Convergencia al Pati dels Tarongers, dispuesta a limar una serie de cosas? Quizá.
L o complicado en este análisis reside precisamente en la variante política que protagonizan catalanes y vascos, sobre todo estos últimos. En Euskadi hay algo que parece claro de perfil: que el crecimiento del soberanismo está imbricado con las posibilidades económicas más saneadas que caracterizarían a una nación vasca independiente. Eso lo saben perfectamente en Madrid. Ahí es donde el Sr. Zapatero no acierta a salir del laberinto en que lo han metido personajes como el Sr. Rubalcaba. Al Sr. Zapatero sólo le quedan dos cartas de triunfo en la mano: una paz con ETA y ganar el Mundial de Fútbol. Esto haría que muchos españoles arriaran las banderas de combate contra el actual jefe del Ejecutivo español, al menos para conseguir un año y pico hasta las futuras elecciones. Pero la paz con ETA no dará frutos ciertos y duraderos si no se acaba la represión contra el abertzalismo de izquierdas, que ya tiene su propia vía indiscutiblemente política. Madrid no puede seguir diciendo ahora que «todo es ETA», como creen, tras tantos años de adoctrinamiento, una mayoría de españoles que inciensan todos los días ante el altar de la patria única e indivisible.
Esta espesa situación la quiere aclarar el Sr. Rubalcaba en su última frase acerca de lo que resultaría de una tregua unilateral proclamada por la organización armada vasca: «No tengo ninguna información ‑dice el ministro acerca de la tregua- ni de que la vaya a haber ni de que no la vaya a haber, pero en todo caso es irrelevante desde el punto de vista de las elecciones, porque a las elecciones va quien cumple las reglas y eso no tiene nada que ver con que haya tregua o no». ¿Y de qué reglas se trata sino de aplicar una Constitución de radicalismo unitario? Recuerde el señor ministro que proclamó aún no hace mucho que aunque desapareciese ETA, el soberanismo no tendría sitio en el abanico político.
Cabe dar algunas vueltas a la imaginación ante este colosal embrollo que usted apadrina cerca del vacío presidente del Gobierno de Madrid? Cabe. Ante todo hay la posibilidad de que usted ya no crea en otra victoria electoral del socialismo y trate de presentarse como el autor de una falsa apertura política que dejaría la cuestión vasca, como una patata caliente, en manos de los «populares», que jamás se avendrían a que los vascos pudieran autodeterminarse, postura que ustedes comparten a fondo con los «populares», por más que usted haga juegos de prestidigitación para su amo leonés. Sería deslumbrante verles a ustedes defendiendo, con química garzoniana, la apertura política vasca desde una oposición parlamentaria que trataría de sembrar nuevas y corruptas confusiones en la vida del Estado español, tan primario.
Imagine usted un parlamento en el que, sentados en la oposición, ustedes afirmaran que habían logrado la pacificación de Euskadi ante un Partido Popular que estaba destruyendo su obra. Usted sabe perfectamente que jamás admitirá el PSOE que el Estado español libere naciones como Catalunya, Euskadi, y a seguir, Galicia. Pero lo que conviene a ustedes estriba en que esa dominación colonial la protagonicen sus adversarios «populares». Es más, si como resultado de la bárbara política de la derecha canónica se reprodujera la lucha armada, ustedes, los socialistas del contrabando ideológico, se apresurarían a declarar que estaban dispuestos a regresar al Gobierno para liquidar la nueva guerra del norte. ¿Se ve claro esto que cavilo o volvemos al circo con dos pistas?
V amos a resumir con lógica aristotélica. Usted dice ahora que ETA se «descompone» y empieza a buscar el camino de la acción política. ¡Bien! Hace poco repetía que para volver a la política los abertzales tenían que condenar a ETA. ¡Bien! Pero si ETA se descompone no hay nada ya que condenar. ¡Bien! Es más, si miembros de ETA quieren volver al camino de la política desarmada ‑según noticias de usted- no se demuestran dirigentes de Batasuna, sino seguidores de ella. ¡Bien! Y si son seguidores de esa Batasuna que trabaja para la política, uno no ve por qué hay que meter en la cárcel a los Sres. Otegi o Diez Usabiaga, sino que más bien habría que abrirles de par en par el foro público para alimentar la normalidad. ¿Me sigue, señor ministro?
Vamos a concluir.
Yo no aspiro a que usted diga cosas inteligibles. Ser inteligible y ministro ya no se lleva ni en Francia. Lo único que deseo como simple periodista ‑ya que si fuera menos simple estaría mejor situado- es que usted y el Sr. Rodríguez Zapatero digan cosas sencillas e inteligentes por ver si al fin me aclaro como ciudadano del común. Lo más difícil es que con su mentalidad española entiendan que en Euskadi soberanismo, economía, vida normal y proyectos de futuro están profundamente imbricados. Que Euskadi es republicana y moderna. Que los vascos dan cien vueltas a las cosas y al fin siempre acaban por decidir que son vascos, cosa que encocora mucho en Madrid. Que los vascos vivirían mucho mejor si hiciesen sus propias normas. Seguro que a ellos no les llamaría el Sr. Obama.