Hace ya unas semanas tuve la inmensa fortuna de asistir a la presentación del libro que mi buen amigo Peio J. Monteano ha publicado sobre la conquista de Navarra. Y digo conquista porque, aunque parezca mentira, todavía existe cierto debate interesado sobre si lo ocurrido durante aquel verano de 1512 fue una conquista o no. Antes de nada debo decir que Peio Monteano es un autor extremadamente ecuánime y de altísima calidad científica, de modo que si a la luz de la documentación hubiese tenido alguna duda sobre el uso de dicho término, no le hubiese costado lo más mínimo rechazar esta palabra y utilizar la acepción adecuada. Sin embargo, Monteano definió lo ocurrido como una conquista, con todas las consecuencias derivadas de una acción de este tipo.
A pesar de su explicación y de que la gran mayoría del auditorio estaba de acuerdo hubo quien aprovechó la oportunidad para negar la existencia de tal actuación violenta alegando, y cito textualmente, que: «Los navarros estaban hartos de que sus reyes se llevasen el dinero a Francia y por eso apoyaron de inmediato la llegada de los castellanos».
Bien azorado quedé ante tal incongruencia histórica, preguntándome cuánta gente puede llegar a pensar así, o de forma parecida en Navarra y dónde han encontrado una fuente historiográfica que sea capaz de afirmar tal patraña. Alivié mis pesares leyendo el libro de mi buen amigo, queriendo imaginar que serían muchos los que al menos se darían cuenta de que lo que sucedió entre 1512 y 1529 no tuvo nada que ver precisamente con el Anschluss austríaco de 1938 y sí mucho con la invasión de Polonia del siguiente año.
Poco duró mi alegría. A los pocos días tuve la oportunidad de ojear el libro de texto que los chicos de 14 años del Instituto de Barañain utilizan como base de sus estudios sobre Historia. El libro se titula «Demos. Ciencias sociales, geografía e historia», es de segundo de la ESO y lo edita Vicens Vives. En su página 104, el texto hace referencia a la conquista de Navarra de la siguiente manera (agárrense que viene curva):
«3.3 Final del reino de Navarra
[…] Francisco [Febo] murió tras un breve reinado y le sucedió Catalina.
Castilla y Francia presionaron a Catalina con pactos matrimoniales. Al final, Catalina se casó con Juan de Albret, candidato francés, sin consultarlo al reino. Esto disgustó al pueblo, que no los apoyó cuando las tropas castellanas de Fernando el Católico ocuparon Navarra en 1512. Los reyes navarros se vieron obligados a huir a Francia».
Ciertamente, ya había leído algunas barbaridades sobre la conquista de Navarra, (hay una muy buena en un librito titulado «El mundo de Javier» y editado por ¿nuestro? Gobierno de Navarra, donde se dice textualmente que «Fernando el Católico, con la excusa de que Navarra no apoyaba al Papa en su guerra contra el rey de Francia, envió al duque de Alba con un ejército formado por soldados vascongados (entre ellos Ignacio de Loyola) que, con ayuda de los navarros beamonteses, ocupó el reino sin apenas resistencia)», pero ésta realmente se lleva la palma.
En primer lugar, no fue Catalina quien decidió su matrimonio, sino que fue su madre Margarita la que acordó el enlace. Esto sucedió en 1484, cuando las Cortes del Reino se reunían por separado a causa de la guerra civil y su valor (tanto político como moral) era más que relativo. Tras la coronación de 1494 nadie en todo el reino puso en duda la legalidad del matrimonio de Catalina y jamás fue utilizada esta argucia por los corifeos coetáneos de la conquista. A este respecto me parece alucinante que hoy en día determinados autores hagan constante hincapié en este asunto para deslegitimar a los soberanos navarros, cuando los contrafueros de este tipo, y peores, estuvieron a la orden del día durante todo el siglo XV.
Tan preocupante como lo dicho es la intencionalidad que se le quiere dar al término «pueblo». Parecería que lo que el texto pretende es dar a entender que fue el pueblo navarro (poco menos que alzado en armas, con demostraciones de alegría, fuegos artificiales y algún pañuelico de San Fermín que otro) el que se encargó de expulsar a unos reyes que no consideraba como propios, y que los castellanos simplemente ayudaron a tal «acto de justicia». En términos vulgares… pa morirse.
Si un libro de texto utilizado en una escuela pública dijese que la esclavitud no fue tan mala, ya que ayudó al progreso industrial o que la labor de la mujer en la casa ha sido siempre una de sus principales funciones en la vida, tendríamos a infinidad de colectivos (sindicatos, políticos, asociaciones, ONGs, etcétera) despotricando en los medios. Sin embargo, aquí nadie se preocupa de controlar lo que estudian nuestros hijos… o sí, pero sólo les interesa perseguir aquellos textos en los que aparece la palabra Euskal Herria, vasco-navarros o autodeterminación.
Desconozco cuántos institutos navarros utilizan libros como éste, tal vez sea una excepción, pero basta con saber que ya hay uno para darme cuenta del poco control (voluntario o involuntario) que se tiene sobre determinados temas de la historia de Navarra. Es realmente preocupante que esta mentira, porque no tiene otra definición posible, es la que se explica a muchos alumnos navarros de 14 años. Una falacia muy útil, ya que sirve para eliminar de raíz cualquier duda sobre lo ocurrido durante la invasión y posterior conquista de Navarra y generar navarros forales y españoles que no duden ni un instante de su condición política.
Humildemente advierto que este escrito no va dirigido a los políticos que pretenden salvaguardar las «esencias de Navarra», pues seguramente apoyen este tipo de falsedades. Tampoco a tanto catedrático de historia de Navarra que salta a la palestra en cuanto encuentra en textos y otras demostraciones culturales términos que tratan del componente cultural vasco de Navarra y de la linguae navarrorum, sino que van dirigidas al lector común, para que pueda plantearse la mismas dudas que tengo yo sobre qué es lo que se está enseñando a nuestros hijos, y también a los que tienen la capacidad de reconducir este tipo de situaciones.
Deberíamos tomar conciencia de a qué nos enfrentamos a diario en esta Navarra-Cortijo, pues desde que un chaval de 14 años lee esta falsedad escrita en un libro de estudio hasta que pueda tener la posibilidad de leer trabajos como los de Peio Monteano, pasan un buen número de años en los cuales esta mentira se retroalimenta con otras muy semejantes que tratan de fijar la feliz españolidad de Navarra frente a los peligros de quienes traten de cuestionarla. Ese es mi gran miedo, porque ¿cuántos jóvenes se quedarán a mitad de camino satisfechos con saber que fueron los propios navarros los que solicitaron a gritos la llegada de las tropas del duque de Alba y lo supuestamente beneficiosa que fue para Navarra la conquista española?
Ingente trabajo el que nos queda por hacer en muchos campos de nuestra Historia… De momento se deberían revisar todos los libros de texto que hacen referencia a 1512, porque una cosa es interpretar la historia y otra bien diferente mentir interesadamente.