La madrugada del lunes, el periodista griego Sokratis Giolias fue asesinado a tiros fuera de su residencia en la ciudad de Atenas.
Panos Sobolos, presidente del sindicato de reporteros de Atenas, advirtió que alguien quería silenciar a Sokratis, que según algunos compañeros de profesión, estaba a punto de publicar los resultados de una investigación sobre corrupción en el país heleno.
Todos sus archivos personales, documentos y soportes de datos han sido confiscados por las autoridades griegas (las mismas que estaba investigando Sokratis por corrupción), con la excusa de efectuar una investigación en profundidad.
Sokratis, de 37 años, se encontraba junto a su familia en el momento del ataque y murió cerca de su casa de forma instantánea tras recibir más de 15 disparos a corta distancia. Los asesinos le hicieron salir de su casa, en el barrio ateniense oriental de Iliúpolis, con una llamada telefónica alertándole sobre el supuesto robo de su coche.
Este periodista encabezaba la emisora de radio privada ateniense Zema FM y escribía en un popular blog de noticias.
A pesar de las evidencias de la autoría estatal de este atentado, la policía no ha tenido el mayor reparo en atribuírselo a un grupúsculo anarquista, llamado “Secta de los Revolucionarios”, del que hace tiempo se sospecha su vinculación con elementos policiales.
El periódico italiano Il Manifiesto se pregunta si Atenas ha vuelto a los “Años de Plomo”, en referencia a los atentados perpetrados por el Estado en toda Europa Occidental, en los años 60 y 70, y que atribuía falsamente a grupos anarquistas e izquierdistas, con el objetivo de desprestigiar las luchas obreras y populares y justificar con ello el aumento de la represión policial. Sin duda alguna la respuesta a esta pregunta es un rotundo sí.
El anarquismo ha sido víctima de multitud de montajes policiales destinados a despretigiarle. Uno de los más conocido en España fue el Caso Scala, en el que varios infiltrados policiales colocaron fosforita en la sala de fiestas barcelonesa, provocando la muerte de 4 de sus empleados. Este atentado, del que se acusó falsamente a varios anarquistas, coincidió con el final de la manifestación más multitudinaria de la CNT tras el franquismo.
Sin duda alguna, este atentado estatal, además de para librase de un periodista incómodo, servirá al Estado para lanzarse a la criminalización de las organizaciones obreras, que están poniendo en jaque al sistema capitalista con sus luchas, en plena crisis.