El Santo Oficio afirma haber analizado 3.000 causas de abusos pero que no existen actas por haberse obtenido sus declaraciones bajo confesión. Las promesas de Ratzinger de colaborar con la justicia topan con su piedad corporativa
Canta Jimmy Cliff reggae sentado en el limbo. «Bueno, están poniendo resistencia /Pero sé que mi fe me guiará en…». El limbo, el lugar situado en el borde de Dios donde flotaban sin sufrimiento las almas de los niños no bautizados y el Concilio de Trento definió como una «tercera clase de cavidad», ya no existe. Ratzinger lo suprimió hace cinco años. No era un dogma, sólo era un teologúmeno de la Iglesia medieval útil para imponer el Bautismo. Tantos años pensando en el Limbo para finalmente acabar cayendo en la cuenta de que no hay alternativa entre Cielo e Infierno. Ahora sólo nos queda pagar peaje de tránsito por el Purgatorio y llenar con el Sagrado Sufragio el cepillo de la Iglesia.
Juan Pablo II establecía en 1999 que el Infierno no era un lugar sino una situación espiritual metafórica de «quien libremente y definitivamente se aleja de Dios». Pero Benedicto XVI se pliega al axioma tridentino del fuera de la Iglesia nada. El antiguo inquisidor niega a su antecesor en el linde del Infierno y pontifica que el Averno «existe y es eterno» y que allí habita Satanás como «componente oscuro de la humanidad» y de su libre albedrío. Dante desciende de nuevo a los infiernos de la Divina comedia. ¡Qué mala suerte! Otra vez podemos consumirnos en las llamas de la caldera de Pedro Botero o ‑como sostienen otros- tiritar in eternum en el hielo de la «ausencia de amor, el terror y el rechinar de dientes».
El decreto papal Horrendum de 1568, que ordenaba que los sacerdotes que abusaran de menores fueran privados de oficio y beneficio, se ha incumplido. El Papa renueva la Curia Romana, sacude al núcleo wojtyliano del «si no castos, seamos cautos» e impone personal tradicionalista de confianza no tocado por el encubrimiento de escándalos. El Opus Dei y los Legionarios de Cristo han incrementado notablemente su fuerza y los últimos son intervenidos por el Papa. El objetivo es salvar sus espectaculares resultados en ordenaciones y dinero mancillados por las acusaciones de pederastia contra su fundador. «Aberración de la absolución del cómplice». «¡Cuánta suciedad en la Iglesia!», exclama Ratzinger.
Carta a la Iglesia irlandesa. Reconocer el problema, cooperar con las autoridades y dar la razón a las víctimas. «Era el típico cura amigo de los niños». La víctima de un sacerdote acusa al Sumo Pontífice de ignorar su caso cuando era arzobispo de Munich. Un informe revela que desde 1950 en EEUU más de 4300 sacerdotes han estado implicados en delitos sexuales contra menores. Compensaciones y bancarrota de varias diócesis yanquis. El Santo Oficio afirma haber analizado 3.000 causas de abusos pero que no existen actas por haberse obtenido sus declaraciones bajo confesión. Las promesas de Ratzinger de colaborar con la justicia topan con su piedad corporativa y la amenaza de excomu- nión pende contra quienes quebranten el secreto. Canon 1397. El Vaticano constata que el infierno será terrible para los sacerdotes pederastas.
Evaristo entona «Salve Regina». «A cuenta de prometer el reino de los cielos…». Una cruz arde al fondo del escenario. Ego te absolvo.
Fuente: Gara