A golpe de prohibiciones se quiere llevar la fiesta al corralillo de lo comercial y lo retrógrado, poniendo coto a la espontaneidad, negando la calle a la ciudadanía, decretándolo todo para privar a la fiesta de su esencia, la participación popular
Esto de identificar el momentico sanferminero se convierte para algunos en una obsesión similar a la de hallar las fuentes del Nilo. ¿Cuál será, se preguntan? No es que falten respuestas, sino que son tantas que uno termina por llegar siempre a la misma conclusión: unas fiestas populares son la suma de miles de momenticos, más o menos compartidos y no importa demasiado reseñar uno de ellos. Pero esto no es sencillo de asumir para quien se cree en condiciones de imponer a los demás cómo deben disfrutar de estos días. Se abre así la batalla por el momentico, y todo hueco se hace trinchera.
El choque de trenes en torno a las fiestas y, en el caso que nos ocupa, alrededor de San Fermín es muy viejo. Distintas maneras de vivir, de sentir, de gozar, de recordar y olvidar lo que ocurre el resto del año. Valores muy diferentes, contrapuestos a veces. Expresiones de vida que pueden llegar a encontrarse, pero también a enfrentarse. La tensión ha marcado muchas veces las fiestas y en 1978 la ciudad sufrió una agresión bestial, impune como tantas otras, pero no olvidada, como se pone de manifiesto cada 8 de julio. Otros años hemos conocido enfrentamientos, provocaciones, todo un derroche de violencia para impedir la presencia de la ikurriña o pancartas reivindicativas. Centenares de policías de todos los colores se afanan en repartir mandobles para mayor gloria de la Navarra foral y española. A golpe de prohibiciones se quiere llevar la fiesta al corralillo de lo comercial y lo retrógrado, poniendo coto a la espontaneidad, negando la calle a la ciudadanía, decretándolo todo para privar a la fiesta de su esencia, la participación popular.
Hablamos de fiestas, pero también de democracia. Las fiestas son expresión del palpitar de un pueblo. Son muchas generaciones las que han creado estas fiestas sin igual y lo han hecho más bien «contra», «sobre» y «pese a» que «gracias» a las instituciones. Esta es también la historia de las tradiciones democráticas de nuestro pueblo, preservadas por encima de las actitudes reaccionarias de muchas instituciones. Es la riqueza de nuestra vida social la que hace posibles estas fiestas. Es el tejido social el que permite experiencias como las pancartas negras de las peñas. Una realidad social plural, compleja, contradictoria, multicolor.
Este año la presión españolizadora es impresionante, cualquiera lo puede comprobar. Parapetados tras el fútbol quieren ganar terreno los nacionalistas españoles. Creen que es una ocasión única para sacar pecho y pasear la rojigualda por las calles de la capital vasca. Y tienen razón. Necesitan las expectativas de un triunfo deportivo para colar su mensaje. Ellos también buscan su momentico y pretenden imponerlo por la fuerza. Temerosos del debate político, se disfrazan de rojo para difundir su mensaje azul.
Con su pan se lo coman. Hace falta tener muy pocos dedos de frente para creer que un determinado resultado futbolístico puede frenar la profunda crisis del proyecto nacionalista español en Euskal Herria. Yo prefiero buscar mis momenticos, pensando con Kavafis, que es en la búsqueda de esa especie de Ítaca sanferminera donde está la aventura, más que en llegar a encontrarla.
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