Luego de las certeras previsiones teóricas de los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, acerca de la imposibilidad del triunfo completo del socialismo en un solo país para el acceso a la sociedad comunista, sobreviene ‑después de la brillante orientación teórica y conducción práctica que Lenin le imprime al partido bolchevique- la revolución de octubre en 1917. A partir de aquí, desde ese entonces y hasta nuestros días, seguimos debatiendo las enormes repercusiones prácticas que tuvo y que todavía tiene este gran suceso histórico para la actividad revolucionaria de quienes consideramos que el socialismo no solo es un inevitable estadio del desarrollo de la sociedad humana, sino que también es producto de la actividad teórico-práctica de los pueblos y sus vanguardias conscientes.
Lenin, en los sucesos que se dieron posteriormente a la revolución de febrero de 1917, que hicieron posible la captura del poder por parte de los bolcheviques en octubre, es el primero que salta a la palestra, maravillado porque las cosas se sucedieron de modo diferente al previsto teóricamente tanto por Marx y por Engels, como por él mismo en años anteriores. Pero su regocijo no lo lleva a la idealización del fenómeno ruso, en el sentido de creer que había surgido la posibilidad del socialismo en un solo país. Lo que sencillamente Lenin encuentra es que el movimiento ha comenzado (como toma del poder) en un escenario diferente a los previstos, pero sigue considerando que la construcción definitiva del socialismo (como edificación de la sociedad socialista completa) corresponde al proletariado de los países desarrollados, tal y como lo habían argumentado correctamente Marx y Engels. Lo que Lenin deduce inmediatamente, no es que el fenómeno ruso haya desplazado la condicionalidad histórico-objetiva del socialismo –su carácter internacional- sino solamente la condicionalidad formal; es decir, la nacionalidad inicial. Por eso escribió: “Las cosas resultaron de modo distinto a como lo esperaban Marx y Engels, concediéndonos a las clases trabajadoras y explotadas de Rusia el honroso papel de vanguardia de la revolución socialista internacional, y ahora vemos claro cuán lejos irá el desarrollo de la revolución; ha comenzado la obra el ruso, la llevarán a cabo el alemán, el francés y el inglés, y triunfará el socialismo” (Lenin, III congreso de los Soviets de toda Rusia).
Lenin acoge aquí, en estas frases, todo el sentido que tuvo la estrategia bolchevique: iniciar el proceso revolucionario desde su país y abrir las compuertas para que los países industrializados lleven a cabo la revolución socialista. Por eso aquí, en una nueva condicionalidad histórica –empujar el socialismo desde una nación atrasada‑, Lenin, más que nunca, fija todas las esperanzas de salvar la revolución bolchevique en la revolución proletaria de occidente: “si examinamos la situación en escala histórica mundial, no cabe la menor duda de que si la revolución se quedase sola, si no existiese un movimiento revolucionario en otros países, no existirá ninguna esperanza de que llegase a alcanzar el triunfo final. Si el partido bolchevique se ha hecho cargo de todo, lo ha hecho convencido de que la revolución madura en todos los países, y que en fin de cuentas –y no al comienzo- cualesquiera que fuesen las dificultades que hubiéramos de atravesar, cualesquiera que fuesen las derrotas que estuviésemos condenados a padecer, la revolución socialista internacional tiene que venir […] Nuestra salvación de todas estas dificultades ‑repito- está en la revolución europea”. (citado por Stalin, en Los fundamentos del leninismo.)
Nada más decisivo para acabar de una vez por todas con las tergiversaciones en este aspecto, que recurrir al mismo Lenin, porque ha sido objeto de diversas interpretaciones generadoras de muchas de las discordias pasadas y actuales. En la intervención en el Tercer Congreso de los Soviets, Lenin expresa muy en claro dos cosas que iluminan de modo especial todo el problema, dejando a la vez sin piso las interpretaciones equivocadas de muchos revolucionarios en la actualidad: en primer lugar, explica Lenin porqué razón, pese a que no se había realizado en octubre una revolución de carácter socialista como lo predecía Marx, tenía derecho a proclamarse socialista en cuanto que había emprendido ese camino; y en segundo lugar, dijo Lenin que sin la revolución del proletariado de los países industrializados, tal y como lo planteaba la teoría clásica, no podía triunfar en forma definitiva el socialismo ruso: “No me hago ilusiones en cuanto al hecho de que apenas hemos empezado el período de transición al socialismo, de que no hemos llegado aún al socialismo.
Pero tendréis razón al decir que nuestro país es una República Socialista de los Soviets, tendréis la misma razón de quienes denominan democráticas a muchas repúblicas burguesas de occidente, aunque todo el mundo sabe que ni una sola de las repúblicas más democráticas es plenamente democrática. Esas repúblicas conceden tronquitos de democracia, reducen en minucias los derechos de los explotadores, pero las masas trabajadoras están en ellas tan oprimidas como en todas partes. Sin embargo, decimos que el régimen burgués representa tanto las viejas monarquías como las repúblicas constitucionales. En la misma situación nos encontramos nosotros ahora. Estamos lejos incluso de haber terminado la transición del capitalismo al socialismo. Jamás nos hemos dejado de engañar por la esperanza de que podríamos terminarlo sin la ayuda del proletariado internacional, jamás nos hemos equivocado en esta cuestión. […] pero estamos en el deber de decir que nuestra República de los soviets es socialista porque hemos emprendido ese camino, y estas palabras no serán vanas […] cuando se nos pintan las dificultades de nuestra obra, cuando se nos dice que el triunfo del socialismo solo es posible en escala mundial vemos en ello únicamente un intento, condenado al fracaso de modo singular, de la burguesía y de sus partidarios voluntarios e involuntarios de tergiversar la verdad más indiscutible. Naturalmente, naturalmente, el triunfo del socialismo en un solo país es imposible. (Lenin, III Congreso de los Soviets de diputados, obreros, soldados y campesinos de toda Rusia. Enero de 1918.)
Es irrefutable que Lenin jamás habló de la posibilidad de consolidar definitivamente el socialismo en un solo país, cuestión que sí hubiese ido en contra de los postulados de la teoría marxista, y que son precisamente, las ideas que se dejaron trascender en gran parte de la producción académica soviética. Lenin se refirió a la victoria del socialismo en un país (como inicio de la revolución internacional), nunca a la consolidación del socialismo en un solo país (edificación de la sociedad socialista completa). Stalin –en una primera instancia, en los Fundamentos del Leninismo (pero después contribuye a alimentar las confusiones), comprende la esencia de la táctica leninista y el significado del triunfo del socialismo en un solo país, así: “Pero derrocar el poder de la burguesía e instaurar el poder del proletariado en un solo país no significa todavía garantizar el triunfo completo del socialismo después de haber consolidado su poder y arrastrado consigo a los campesinos, el proletariado del país victorioso puede y debe edificar la sociedad socialista. ¿Pero significa esto que, con ello, el proletariado logrará el triunfo completo, definitivo, del socialismo, es decir, significa esto que el proletariado puede, con las fuerzas de un solo país, consolidar definitivamente el socialismo y garantizar completamente el país contra la intervención, y, por tanto, contra la restauración? No. Para ello es necesario que la revolución triunfe en algunos países. Por eso, desarrollar y apoyar la revolución en otros países es una tarea esencial para la revolución que ha comenzado ya. Por eso la revolución del país victorioso no debe considerase como una magnitud autónoma, sino como un apoyo, como un medio para acelerar el triunfo del proletariado en los demás países”.
Sin embargo, Stalin, después de vencer las tesis de los “permanentistas” –como se les denominaban a los seguidores de Trotsky- se quedó corto frente a la necesidad de teorizar adecuadamente el proceso revolucionario ruso y mundial en las condiciones creadas por Lenin y posteriormente tergiversó al mismo Lenin. En su libro, Las Cuestiones del Leninismo, retomando las enseñanzas leninistas, acerca de los aspectos fundamentales de la edificación del socialismo en la URSS, plantea que su anterior apreciación en su folleto los Fundamentos del Leninismo, fueron de “cierta utilidad” en el debate frente a Trostky, pero que en ese momento, 1926, ya no correspondían a la realidad de los acontecimientos de la construcción del socialismo en la Unión Soviética. Dijo Stalin:
“Esta segunda formulación combate la afirmación de los críticos del leninismo, de los trotskistas, de que la dictadura del proletariado en un solo país, sin el triunfo en otros países, no podría «sostenerse frente a la Europa conservadora».
“En este sentido ‑pero sólo en este sentido‑, esa formulación era entonces (mayo de 1924) suficiente, y fue, sin duda, de cierta utilidad”.
“Pero más tarde, cuando ya se había vencido dentro del Partido la crítica al leninismo en este aspecto y se puso a la orden del día una nueva cuestión [¿?], la cuestión de la posibilidad de edificar la sociedad socialista completa con las fuerzas de nuestro país y sin ayuda exterior, la segunda formulación resultó ser ya insuficiente a todas luces y, por tanto, inexacta”.
“¿En qué consiste el defecto de esta formulación?”
“Su defecto consiste en que funde en una sola dos cuestiones distintas: la cuestión de la posibilidad de llevar a cabo la edificación del socialismo con las fuerzas de un solo país, cuestión a la que hay que dar una respuesta afirmativa, y la cuestión de si un país con dictadura del proletariado puede considerarse completamente garantizado contra la intervención y, por tanto, contra la restauración del viejo régimen, sin una revolución victoriosa en otros países, cuestión a la que hay que dar una respuesta negativa. Esto, sin hablar de que dicha formulación puede dar motivo para creer que es imposible organizar la sociedad socialista con las fuerzas de un solo país, cosa que, naturalmente, es falsa”. (Stalin, Las Cuestiones del Leninismo.)”
En esta apreciación, Stalin entra en una contradicción que no aclara sino que dificulta más la comprensión de la problemática, porque no puede pensarse en la posibilidad de la edificación de la sociedad socialista completa sin ayuda exterior, si a la vez se considera que es posible una restauración del capitalismo por la vía de una intervención armada sin una revolución victoriosa en los demás países.
¿Cómo pensar que sí es posible la construcción de la sociedad socialista completa, si a la vez se considera que es posible una restauración? ¿Acaso la segunda afirmación no destruye la primera premisa? ¿Hay que esperar consolidar el socialismo en un solo país, para pensar luego en apoyar la revolución en los demás países?
Esta afirmación, así planteada, no resolvió el problema sino desdibujaba todo lo que Lenin consideraba sobre el tema. Y qué dio pie a que se incubara la peregrina idea en la dirigencia soviética de que hay que defender el socialismo existente, para después y en la medida de las posibilidades ayudar a los otros países. Lo que tuvo consecuencias nefastas para la revolución internacional, pues se impuso la necesidad de la supervivencia del Estado Soviético, por encima de la necesidad de la revolución internacional.
En este sentido, Iring Fetscher, relatando acerca de la política exterior de Stalin, hace las siguientes aseveraciones: “En la política exterior de la unión soviética, así como en la línea dominante de la política del Komintern, se reflejaron el desarrollo de las condiciones del poder y la orientación ideológica del liderato soviético. Mientras que Trotsky, y principalmente Sinoviev, durante muchos años presidente del Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional, consideraban que era necesario continuar presionando para fomentar el comunismo mundial y todos los movimientos revolucionarios fuera de la Unión Soviética, Stalin dictaba órdenes encaminadas a supeditar la política exterior soviética y también la del Komintern a los intereses de la Unión Soviética” (Iring Fetscher y Günter Dill, EL COMUNISMO, de Marx a Mao Tse-Tung). Y concluye: “Al hacerlo así [haber cumplido un papel decisivo en la segunda guerra mundial], Stalin siguió su línea general clásica, de colocar la razón de Estado y los intereses de la Unión Soviética por encima de los de la revolución mundial.” (Ibídem.)
Por imponer la razón de Estado y los intereses particulares de las naciones socialistas frente a la necesidad de la revolución internacional, es que la revolución no se apoya en los demás países; en lugar de esto, la revolución se desestimula, se desarma, se desarticula para ofrecérsela al fetiche del socialismo nacional.
Ciertamente que a su favor –a la defensa del socialismo‑, tienen una opinión aparentemente irrebatible, de tanto vigor que oponerse a ella de buenas a primeras pudiera dar pie para colocar inmediatamente a quién así proceda en las trincheras de la burguesía. Y la verdad es que la defensa del socialismo es hoy por hoy, dada la profundidad de los problemas en que se halla sumergido, el primer deber de cualquier revolucionario consecuente.
Si se profundiza un poco más en ello, se encontrará que la única defensa posible, necesaria y realmente viable del socialismo no puede ser otra que el derrocamiento de la burguesía en los demás países; es decir, no hay ni existe otra forma de defender el socialismo actual que internacionalizando la revolución.
Lo que no merece reflexión alguna es que Lenin defendió, en rasgos generales tanto la estrategia como la táctica de la revolución en un solo país. Realmente lo que se proponía Lenin era en el nivel táctico, acrecentar el poder del proletariado triunfante en un país, sin arriesgar el triunfo en una batalla insensata contra la burguesía internacional; en el nivel estratégico, utilizar el poder así conquistado, desarrollado y conservado para promover e incitar a la revolución internacional. En el nivel táctico, Lenin preveía pactar con la burguesía, pero en el nivel estratégico contemplaba la posibilidad incluso de que el proletariado triunfante utilizara la fuerza de las armas contra las clases dominantes de otros países. “Las tareas fundamentales de la dictadura del proletariado en Rusia consisten [en] utilizar al máximo y en todos sus aspectos la antorcha de la revolución socialista mundial, encendida en Rusia, para, paralizando los intentos de los Estados burgueses imperialistas de inmiscuirse en los asuntos internos de Rusia o de unirse para la lucha y la guerra directa contra la República Socialista Soviética, extender la revolución a los países más avanzados y en general a todos los países” (Lenin, del proyecto de programa del PC (b) de Rusia.)
Sin embargo, Lenin no fue comprendido. Trostky, quien partiendo de una premisa marxista correcta, [el que la revolución no podría triunfar si no contaba con el apoyo de los países industrializados de Europa]; ella caería irremediablemente ‑como en efecto ocurrió‑, decía sobre la problemática: «Dejada a sus propios recursos, la clase obrera rusa será inevitablemente aplastada por la contrarrevolución desde el momento en que el campesinado se aparte de ella. No tendrá otra posibilidad que ligar la suerte de su poder político y, por consecuencia, la suerte de toda la revolución rusa, a la de la revolución socialista en Europa» (Trostky, Balance y perspectivas. 1906, Tomado de Otra mirada sobre Satán, Ludo Martens). A partir de esta lectura acertada del marxismo, Trotsky extrajo de ella una táctica equivocada: llevar la guerra a Europa. Afirmó Martens: “Esta tesis capituladora (sic.) [La de Trostky] era acompañada de un llamamiento aventurero a «exportar la revolución». «El proletariado ruso (debe) llevar, por su propia iniciativa, la revolución al territorio europeo». «La revolución rusa se lanzará al asalto de la vieja Europa capitalista» (ibídem). Y era incorrecta esta posición, toda vez que las masas rusas agotadas por la guerra, darían al traste con la revolución, no al cabo de varios meses sino en semanas como el mismo Lenin lo reconoce en su artículo “Acerca de la historia de la paz desdichada”. Por ello no es casual que la primera medida del poder revolucionario fuera el decreto de paz con los alemanes en el tratado de Brest-Litovst, que el mismo Trostky resistió y que le costó más concesiones sumamente onerosas para los rusos.
Lenin comprende que intentar la conquista del espacio internacional para la revolución socialista en esas condiciones, mediante la guerra, hubiera conducido inevitablemente a la derrota, tanto en el frente internacional como en la lucha interna contra la burguesía, “porque el ejército campesino extremadamente agotado por la guerra, derrocaría con toda seguridad al gobierno socialista obrero y campesino después de la primeras derrotas y lo haría probablemente no al cabo de varios meses, sino a las pocas semanas” (Lenin, Acerca de la historia de la paz desdichada.) Esta deducción lógica y auténticamente basada en el método marxista, derivada de una correcta lectura de la situación objetiva, fue lo que lamentablemente Trotsky no pudo comprender ni asimilar.
Estratégicamente Lenin ligaba, como Trotsky, la suerte de la revolución rusa a la revolución europea. Pero mientras ella llegaba ¿Qué hacer? Porque “sería un error basar la táctica del gobierno socialista de Rusia a los intentos de determinar si la revolución socialista en Europa, y particularmente en Alemania va o no va a desencadenarse en los próximos seis meses (o en un plazo más o menos determinado) como no hay manera de determinarlo, todos los intentos de esta naturaleza se reducirán objetivamente a un ciego juego de azar […] si la revolución Alemana estallara y triunfara en los próximos tres o cuatro meses, tal vez la táctica de la guerra revolucionaria inmediata no traería consigo el hundimiento de la revolución socialista” (Lenin, Acerca de la historia de la paz desdichada.)
De estos candentes debates sobresale la justeza de la táctica leninista, cuya síntesis puede definirse así: “Mientras no estalle la revolución socialista internacional que abarque a varios países y tenga la fuerza suficiente que le permita ayudar a vencer al imperialismo internacional, mientras no ocurra esto, el deber ineludible de los socialistas triunfantes en un solo país, (y especialmente en un país atrasado) consiste en no aceptar el combate con los gigantes del imperialismo, en tratar de rehuir el combate, de esperar a que la contienda entre los imperialistas debilite a estos aún más, acerque más aún la revolución en los otros países” (Lenin, El infantilismo “izquierdista” y el espíritu pequeño burgués.)
Trostky, con una lectura errónea de las tareas tácticas para internacionalizar la revolución, a partir de las circunstancias concretas de la Rusia de entonces, ‑producto de no haber interpretado correctamente a Lenin‑, falló también en cuanto a que no asimiló la forma de llevar a cabo la socialización al interior del Estado Soviético, y esto lo impulsó a plantear que las contradicciones entre el proletariado y el campesinado ruso, dado el atraso económico del país no podían resolverse mediante la alianza y la cooperación como lo planteaba Lenin, sino que debían resolverse mediante la lucha y también en la palestra de la revolución internacional, dijo Martens: “Ahora bien, ¿cuáles son las brillantes «ideas» contenidas en esta obra de 1906, que Trotski quiere ver triunfar en el seno del Partido Bolchevique? En ellas anota que los campesinos están caracterizados por «la barbarie política, la falta de madurez social y de carácter, el atraso. No hay nada ahí que sea susceptible de proporcionar, para una política proletaria coherente y activa, una base a través de la cual nos podamos fiar». Después de la toma del poder, «el proletariado estará obligado a llevar la lucha de clases al campo” (ibídem.)
La coexistencia pacífica –producto del surgimiento de las poderosas armas nucleares después de la II guerra mundial- comienza a reinar en las relaciones internacionales y surge como quedó demostrado, ‑en el caso de su utilización en Japón‑, del hecho de que ninguno de los dos bandos puede recurrir al empleo de las armas atómicas aunque lo quisiera. Estos términos incluyen el principio de no intervención en los asuntos de otras naciones; principio que obviamente, como todos los principios jurídicos que normativizan las relaciones internacionales, son vilipendiados cotidianamente por las potencias imperialistas como los EEUU, sobre todo en América Latina, y sólo comenzaron a acatarse en la medida en que su violación implicara el acrecentamiento de la posibilidad de un conflicto nuclear entre las dos superpotencias: los EEUU y la URSS.
El surgimiento de las armas nucleares alejó mucho más a la Unión Soviética de la posibilidad de participación directa en las luchas revolucionarias del proletariado en el ámbito internacional. En un principio, en los primeros años del inicio de la revolución soviética, la URSS debía tomar la iniciativa revolucionaria internacional, pero la desfavorable correlación de fuerzas en el ámbito mundial contra el imperialismo y su debilidad militar se lo impedía; tuvo que coexistir con el enemigo por razones tácticas. Después, las cosas se suceden a la inversa: dado el poderío bélico que alcanzó la Unión Soviética y todo el campo socialista, con el pacto de Varsovia, la correlación de fuerzas se equilibra y, pudiendo coadyuvar al desenvolvimiento de la revolución mundial, no debían, por su innegable compromiso humanitario de impedir una conflagración termonuclear que podía acabar con la destrucción planetaria. La coexistencia se convertía, entonces, en un factor importante, estratégico, para la sobrevivencia del orbe.
Aquí es necesario decir también, que si bien ninguno de los dos bandos estaba interesado en una guerra nuclear, los soviéticos hicieron una deficiente utilización disuasiva de esta poderosa arma; es decir, que nos preguntamos si fue que no supieron manejar adecuadamente su capacidad para contener los desafueros imperialistas desplegados por los EEUU en todo el mundo.
Sin embargo, la posibilidad real de una guerra nuclear con los EEUU muy tenida en cuenta por los soviéticos, sobre todo después de las consecuencias de la II guerra mundial, que dejó a ese país literalmente destruido, no siempre fue comprendida en los terrenos que estaban más allá de las fronteras soviéticas. No le fue fácil, por ejemplo, a un revolucionario cabal, abnegado y protagonista de primer orden en la guerra sin cuartel contra el imperialismo como el Che, que consideró la circunstancia en comentario como falta de solidaridad de la URSS con las luchas revolucionarias que se desarrollaban en el mundo. Así lo proclamó al referirse a la guerra del Vietnam en su muy reconocido mensaje a la Tricontinental; el Che exigía de la Unión Soviética la intervención directa y abierta: “Hay una penosa realidad: Vietnam, esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo. La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria.
El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, así, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos”.
Hay que entender que los llamamientos del Che eran sumamente justos y correctos, desde el punto de vista de la moral revolucionaria, toda vez que la mansalva con que los Estados imperialistas, especialmente los EEUU, masacraban al pueblo de Vietnam, eran y son horrorosos, como hoy lo hacen las mismas potencias imperialistas en Colombia, Afganistán, Irak, Palestina, etc. Pero contrastando con las razones del Estado Soviético y, especialmente, su preocupación por evitar la posibilidad de una guerra nuclear con el imperialismo, se configuraba una situación de difícil definición. No perdamos de vista que, efectivamente, demostró Kennedy en el caso de los misiles cubanos, que los Estados Unidos poco les importaba las consecuencias. J. F. Kennedy, estaba dispuesto a usar las armas nucleares en el caso de Cuba. Al respecto T. Sorensen, funcionario de la diplomacia estadounidense durante “la crisis de los misiles cubanos”, comentó que el 27 de octubre de 1962, Kennedy le dice: “si nos equivocamos en esta ocasión, pueden haber 200 millones de muertos” por esto decía que “Kennedy veía la posibilidad de un conflicto nuclear”. (T. Sorensen, Documentos de la Reunión Tripartita, Moscú 1989. Tomado de: Los Amos de la Guerra y la Guerra de los Amos. Ed. Uniandes.)
En una estrategia para la revolución mundial, si queremos que sea acertada, y si de verdad queremos comprometernos seriamente en el asunto, hay que manejar hábilmente la dialéctica en el tratamiento de los hechos históricos para comprender cómo lo que es verdad y correcto en determinados momentos, puede convertirse en irreal y por lo tanto políticamente incorrecto en otro momento. En efecto, luego de que la carrera armamentista quedara subordinada al poder destructivo de las armas nucleares, toda decisión en el plano internacional que implicara el riesgo de una conflagración nuclear, debe tomarse con suma responsabilidad, poniendo a mediar los principios revolucionarios, de tal suerte que sobre cualquier consideración sean priorizados, los intereses de los pueblos. Así, la coexistencia pacífica, si se asume como una conquista de los pueblos para coadyuvar a la paz, nunca a la claudicación o a la priorización de mezquinos intereses de Estado, en cualquier ámbito (ya nacional o internacional), nos puede conllevara a admitir la inacción de las masas o al desdeño del internacionalismo solidario.
David Sandison, en su libro, CHE GUEVARA. Afirmó: “El Che, por su parte, estaba aún mas enfadado que su líder y amigo, [por la decisión soviética de retirar los misiles de cuba sin consultarle y haber sido excluido de las conversaciones entre las dos superpotencias] pues nunca le había gustado Khruschev ni había confiado en él, ni en el terreno político ni en el personal. Para él la crisis de los misiles cubanos fue la demostración palpable de que la Unión Soviética era un mamut en el que no convenía fiarse y que, en todo caso, había mostrado su verdadera faz en octubre de 1956, cuando el ejército rojo aplastó el intento autonómico del pueblo húngaro de implantar un gobierno más liberal y fuera del control de Moscú, una operación no menos imperialista que todas las que Estados Unidos había urdido para instaurar o apoyar regímenes represivos en Sudamérica”.
¿Cómo comprender conductas tan paradójicas como el comportamiento de la URSS frente a China y Vietnam que fue esquiva y aparentemente insensible, pero que a la vez fue profunda y decidida en los casos de Hungría, Polonia, Checoslovaquia etc., para defender el socialismo de una posible restauración del capitalismo?
El Che señalaba que la lucha revolucionaria de los pueblos como el Vietnam estaba huérfana del apoyo del socialismo soviético, pero los partidos comunistas influidos por el PCUS creían, por el contrario, que la sola existencia de la Unión Soviética, por sí misma, permitía incluso un acceso pacífico al poder. Ambas posiciones parecían tener un trasfondo de razonamientos justos, alrededor de los cuales habría que decir que si bien se criticaba por parte del Che una posición de Estado, jamás se podría cuestionar que el pueblo soviético siempre desbordó determinación de lucha a favor de los desposeídos del mundo. E incluso, por muchas críticas que se haga a las posiciones del gobierno soviético de la época, nadie podría negar que estando o no el poder en manos de los revolucionarios, la presencia del Estado Soviético en el contexto internacional fue fundamental para refrenar los abusos del imperialismo.
Recordemos, ilustrando la complejidad del asunto, que el conflicto Chino-soviético se originó, entre otras cosas, por los divergentes puntos de vista que en cuanto al manejo de las relaciones internacionales tenían ambos gigantes al momento de valorar el peligroso tema del manejo de las armas nucleares. China, que catalogaba al imperialismo norteamericano como un “tigre de papel, partía de una verdad particular correcta: no es posible admitir que la lucha de clases en el seno de cada nación desaparezca por obra y gracia de la existencia de las armas nucleares; pero a su vez, la dirigencia soviética, sin desdeñar la anterior valoración reflexionaba en que no es posible, por la existencia de clases sociales antagónicas, poner tajantemente en peligro la existencia de toda la humanidad en una confrontación nuclear con los EEUU. ¿Cómo reconciliar una verdad generalmente válida, con otra verdad también válida? ¿Cómo salir de tal encrucijada? Sólo la lógica dialéctica aplicada a circunstancias específicas, al análisis concreto de la situación concreta, puede salvar estos escollos que se presentan a lo largo de toda la lucha de clases.
Tanto la URSS como la China, por su posición de vanguardia en el socialismo mundial, estaban obligados, como lo planteaba el Che, a guardar cautela en unidad, sin renunciar a la determinación de lucha internacionalista, pues llevaban sobre sus hombros, además del enorme peso de la carrera armamentística impuesta por el imperialismo, la esperanza que los pueblos del mundo que luchaban por su emancipación, tenían en ellos. El campo socialista podía y debía dividirse el trabajo revolucionario en el ámbito internacional, en vez de enfrascase en polémicas que les conducían a la confrontación.
Tenía la razón el Che cuando decía en la Tricontinental: “Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista”. Pero, valga anotar como experiencia a tomar en cuenta, que en estas polémicas estaban y todavía están subyacentes creencias respecto a las cuales hoy hay suficientes elementos para definir si son o no correctas: la referida, por ejemplo, a la posibilidad del triunfo definitivo, completo del socialismo en un solo país, la cual, entre otras cosas, dio pie también al surgimiento de la discusión en el ámbito de las fuerzas revolucionarias del socialismo a nivel nacional e internacional, en cuanto al tema de las “diferentes vías revolucionarias para acceder al socialismo”. Hondas repercusiones se suscitaron en torno a la unidad en el seno de las organizaciones revolucionarias que lidiaban por el poder, dividiendo al movimiento entre “pro-Soviéticos”, “pro-Chinos”, etc., etc. trazando un rumbo de nefasto debilitamiento.
Entretanto, el imperialismo, empujado por su rapacidad y por la efectiva existencia de las complicidades para el despojo que posee el gran capital, aprovechaba el campo despejado para intervenir directamente, como lo hicieron los EEUU en Granada, en el Salvador y en tantos y tantos otros lugares del mundo. Así lo sigue haciendo, asumiendo que especialmente la América nuestra es su patio trasero, sin que las fuerzas socialistas en el poder hubiesen podido lograr consolidación suficiente, hasta el punto en que la correlación de fuerzas en su favor se debilitara paulatinamente. Solamente durante la edificación del socialismo, soportando el rigor de las hostilidades en todos los terrenos de parte de la coaligada depredación capitalista, pudo de alguna manera coadyuvar con el sostenimiento e impulso de las fuerzas revolucionarias que accedieron al poder, tal como ocurrió, con errores o sin ellos, con Afganistán, Cuba, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, etc.
La experiencia histórica deja bien en claro que el Capitalismo nunca ha avanzado ni avanzará en la solución de los problemas de orden social de la humanidad, pero ha desarrollado las armas para enfrentar las esperanzas libertarias de los pueblos, incluyendo las de la enajenación de las conciencias a través de los instrumentos mediáticos, que siempre están dispuestos para justificar y validar la explotación, el intervencionismo, sus guerras injustas y su condición de orden social natural, al tiempo que descalifican, aún dentro del espacio mismo de su legalidad los avances de las fuerzas revolucionarias y cualquier solidaridad que en su apoyo se presente alrededor de la justicia.
En la actualidad, desaparecida de la arena internacional la URSS, la correlación de fuerzas en la confrontación contra el imperialismo, se torna ahora desventajosa para los países socialistas que aun sobreviven, entre otras cosas por las limitaciones económicas que le imponen la necesidad de establecer relaciones comerciales con el capitalismo, pero que los mismos regímenes capitalistas obstruyen con el afán de asfixiar a los Estados que persisten en dar alivio y mejor destino a sus pueblos. No dudan un ápice los capitalistas en actuar a través de todas las formas generalmente criminales para derrocar los intentos de construcción socialista.
No quiere decir esto, que por muchos que sean los tropiezos en el camino de la construcción socialista, las fuerzas que por ello bregan ya desde el poder o fuera de él, no estén acumulando la experiencia y las fuerzas que conllevarán al comunismo como una necesidad de la humanidad. Así las cosas, más allá de los intereses de Estado, nada podrá impedir a los pueblos que se hermanen en la solidaridad que permita sacudirnos de la dominación imperialista. Por ello no es ni será admisible desde el punto de vista de la teoría como de la práctica revolucionaria, que en aras de la sobrevivencia, se renuncie tanto de hecho como de derecho a la necesidad del espacio internacional para la conquista de las premisas materiales necesarias para la edificación anhelada , o que obstaculicen a los movimientos revolucionarios que aspiramos a abrirnos espacios, tanto nacionales como internacionales en aras del triunfo de la revolución continental en beneficio del establecimiento de la justicia en el mundo.
En conclusión, la consolidación definitiva del socialismo, para acceder a la sociedad comunista, tal y como lo concebían Marx, Engels y Lenin, debe ser entendida en términos universales. De lo contrario, si creemos que el socialismo puede profundizarse y consolidarse exclusivamente a nivel nacional; es decir, si no utilizamos el poder del socialismo para extender la revolución a otros países, correremos el riesgo de ser aislados y destruidos.
Para la construcción del socialismo, en todo caso, no perdamos de vista que la fuerza del imperialismo, además de su aparato militar y mediático proviene también, como decía Lenin, “en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha y mucha pequeña producción y ésta engendra al capitalismo y a la burguesía constantemente, cada día, cada hora, por un proceso espontáneo y en masa”. (Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo). Es decir, el peligro de la restauración burguesa en los países socialistas, por la implementación de medidas capitalistas de gestión económica, seguiría latente en la medida en que unas relaciones de producción burguesas, presionarán, tarde o temprano, para que se adopte una superestructura política de acuerdo a esa base económica.
Pero, desde las circunstancias en que se encuentren las más avanzadas fuerzas socialistas, no parecen convenientes los argumentos, cualesquiera sean, de aplazamientos de la mutua ayuda necesaria para el derrocamiento de la burguesía en los países en que se encuentra enclavado el capitalismo en la actualidad. En la medida en que la solidaridad y el internacionalismo son principios fundamentales de los revolucionarios, un ataque a las fuerzas revolucionarias comprometidas con la toma del poder en los diferentes países capitalistas, debe tomarse como un ataque hacia la revolución misma.