La emoción del recibimiento a una presa política vasca, un acto tan pacífico y habitual en Euskal Herria, se ve truncada por la intervención violenta de ertzainas encapuchados. Ésa y otras experiencias vividas por el autor del artículo originan esta reflexión sobre la libertad de expresión. Asimismo, advierte de que el poder, para dominar, además de la violencia, necesita justificar su proceder, y la justificación más habitual es la de que el poder actúa así por el bien del dominado.
No éramos muchos. Aunque en realidad no se tratara de una multitud, estábamos más de quinientos. Y para el pequeño pueblo, dentro de nuestra Euskal Herria, era como si se tratara de una muchedumbre, una marea humana. Estábamos todos.
Yo me encontraba junto a su madre. «No me sueltes», me había dicho. Y mi mano se aferraba a su brazo. Era un privilegio vivirlo y sentir hasta las palpitaciones de su corazón.
A ella, a su hija, la acercaron en coche. Apareció radiante, con expresión de plena felicidad, y sobre todo de la grandeza que suponía volver a encontrarse entre los suyos, y que todos, sin excepción, hubiéramos ido a recibirla. ¿Su nombre? Presa política vasca.
Gritamos exaltados. La aclamamos y aplaudimos. Era nuestro gesto del reconocimiento de su vida entregada a la lucha por la libertad.
De manera súbita, aunque no por eso menos esperada, aparecieron ellos, los otros. Tres furgonetas repletas de gente encapuchada. Llevaban la cara tapada. Me recordaron al Ku Klux Klan. El de Euskal Herria.
Nos dispersaron a golpes de porra, y se llevaron detenidos a más de ocho. Para el pueblo, sabíamos que empezaba un nuevo tormento. Nos llamaron terroristas. Nosotros no hacíamos sino expresar nuestra alegría por encontrar a una amiga que de nuevo volvía a casa. Ninguno había gritado a favor de ETA, ni de la lucha armada, ni contra la Policía. Pero ellos nos llamaron terroristas.
-¡Ni libertad de expresión ni mierdas! ‑gritó uno de los encapuchados, posiblemente sin saber a qué se refería.
Yo sé por las películas que antiguamente se encapuchaban los verdugos. Con toda probabilidad, éstos también eran de su gremio. Un oficio muy antiguo en la humanidad.
A mí, luego, me vino a la memoria algo que había leído de Noam Chomsky, el norteamericano: «En USA, lo mismo que en Europa, la libertad de expresión está definida de manera muy restringida… En mi opinión la cuestión esencial es ¿tiene el Estado derechos a determinar lo que constituye una verdad histórica y castigar a quien se desvía? El principio de la libertad de expresión es algo demasiado elemental: o se defiende en los casos de opiniones que se detestan o no se la defiende en absoluto».
En Euskal Herria las cosas se suceden con rapidez. Pocos días después fue lo de la huelga general, la del 29 de junio. Hubo piquetes de información. ¡Claro que los piquetes pueden violentar algo a los pusilánimes, para que cierren sus negocios, aunque estén también en crisis! Para eso actúan, para defenderse, deteniendo su actividad económica. Pero ¿también eso es terrorismo? Sí. También eso está prohibido a los ciudadanos. Únicamente quienes están en el poder se atribuyen el derecho de parar la actividad económica y enviarnos al paro, haciendo pasar hambre a miles, a millones de personas.
Tras la manifestación de los sindicatos abertzales, volví a encontrarme con ellos, los de la cara tapada. Estaban en los alrededores del camino por donde había transcurrido la manifestación. Fui a tomar del suelo uno de los papeles de color naranja que se habían echado por la calle. Quería leer lo que ponía. Se me acercó uno de los de la cara cubierta, que llevaba porra y pistola.
-A vosotros os ponía yo a limpiar las calles, ¡cerdos!
No hizo más comentario. Los demás se quedaron al lado de las furgonetas. Sin moverse. Luego supe que también por esta manifestación de los trabajadores detuvieron a algunos. Y que también les llamaron terroristas.
Tal vez los más allegados, compañeros de trabajo o de sindicato, sepan qué ha sido de ellos. Los demás desconocemos su paradero. Intentar enterarse y saber dónde están o qué ha sido de ellos puede ser tomado también como acto de terrorismo.
Yes que ¡qué pocas cosas han cambiado en Euskal Herria en estos sesenta y ocho años de los que directamente puedo dar fe! Los diarios, los periódicos, no han hecho ningún comentario. Es la ley del silencio, omertá del poder.
Expresión es recibir a un preso político en el pueblo. Expresión es manifestar públicamente el desacuerdo con la política ultraliberal del gobierno. Expresión es lanzar en un diario las opiniones de un grupo de opositores a la acción del gobierno y a su nefasta ideología. Eso es expresión. Y libertad de expresión es manifestarse sin miedo, sin temor, como algo tan natural como el ejercicio de la ciudadanía.
Al poder político y económico no le basta la violencia para dominar. Necesitan de pistolas, de porras, de jueces, prisiones, carceleros y policías. Es el gremio al completo. Pero además de todo eso, el poder necesita, cada vez más, justificar sus acciones dándoles aspecto de racionalidad, de humanidad y civismo. Y la justificación más extendida es la de que el dominio-opresión lo ejerce el poder por el bien del dominado, del aplastado. Toda una ironía.
El sábado 10 de julio hubo en Donostia una manifestación gloriosa por el independentismo y afirmación de la unidad de algunas fuerzas abertzales. Únicamente un diario, la nombró con gloria y gallardía: «Demostración de fuerza militante del independentismo». El resto de los diarios…
Ellos saben que la mejor manera de que no exista la realidad es tergiversarla, minimizarla o silenciarla. Es lo que hicieron.
Claro que luego, cuando se acusa a algunos periodistas de mantenerse siempre del lado del poder, manifiestan: «nadie me presiona; yo escribo lo que quiero». Y es cierto. Con un pequeño matiz, y es que, si tomaran posiciones contrarias a las normas dominantes de la dirección, con toda probabilidad, perderían sus empleos. Como anunció Shakespeare, las malas noticias son fatales para quien las anuncia. Ya que «nadie ama al mensajero portavoz de malas noticias» (Antígona).
El Gobierno español en su lucha contra la verdad de los pueblos utiliza la fórmula de destruir sus mensajeros, como «Egin», Egin Irratia, «Ardi Beltza», «Egunkaria»… o de silenciarlos. Son capaces de hacerlo, y lo hacen. El poder se aleja de la verdad. Los represaliados, el paro de la economía, la exigencia del derecho a la independencia, todo debe ser borrado, aniquilado, destruido, negada su existencia. Por eso, toda expresión contra el poder establecido tiene más carga de verdad frente al abuso de poder y el déficit democrático. (Noam Chomsky).
Fuente: Gara