La historia de Pueblo Vasco ha sido siempre la de la lucha sostenida por la supervivencia, la constante pelea para conservar su huella sobre la tierra que fue heredando de sus antecesores. Parece imposible ser un pueblo tan pequeño como el nuestro y que se haya mantenido vivo a lo largo de los siglos sobreponiéndose una y otra vez, de una u otra forma, a enemigos increíblemente más poderosos; otros tenían y tienen fuerza, pero el pueblo vasco ha sido y es fuerte; en su pequeñez, en su humildad… ¡pero fuerte!
Muchos se preguntan de dónde viene esa fuerza que ha conseguido que no seamos una nación asimilada por los estados vecinos, que sigamos conservando nuestro idioma milenario, que continuemos ostentando una identidad propia que nos hace ser el pueblo más antiguo de Europa.
Supongo que hay respuesta a estas preguntas desde las diferentes ramas del conocimiento ‑de hecho las hay- de los rasgos que se vienen destacando. Dos son las que en estos momentos me interesa subrayar, porque considero que corresponden a la propia esencia de nuestra idiosincrasia como personas y como pueblo, y creo que es gracias a ellas que hoy en día somos una nación enraizada en la historia que se proyecta al futuro:
A mi entender, el primero de los rasgos es la capacidad de adaptación a cada momento de lucha por la defensa de nuestra identidad propia, de Amalur, de «la casa del padre»; el segundo, la facultad del carácter vasco de unir las energías individuales en aras a la consecución de un objetivo común superior.
En estos momentos que vivimos, la fusión de ambas energías debe trascender del propio objetivo histórico de la resistencia para convertirse y permitirnos renacer como nación soberana, como estado, es decir, nos toca forjar y poner a punto las herramientas más adecuadas para recoger la cosecha de lo sembrado hace tiempo y lanzarnos a la tarea unidos. Un trabajo común, hombro con hombro, de todos y cada uno de quienes soñamos y luchamos por una Euskal Herria cuyos ciudadanos y ciudadanas sean auténticamente dueñas de un futuro como pueblo.
Es primordial que interioricemos hasta el tuétano que la única energía válida para la superación de la fase en la que vivimos está en nosotros mismos, en nuestro compromiso; sea éste grande o pequeño, sin la particular aportación de cada uno la cosecha no será posible.
Nadie nos va a organizar el futuro como quien pinta el alba sobre un lienzo y luego lo expone para nuestra contemplación y disfrute. Las cosas no son así; y mucho menos ahora. De ahí que se insista tanto en que este camino que hemos emprendido sólo llegará a buen fin si caminamos todos juntos. Abandonándonos a la inercia de los acontecimientos, siendo meros observadores de los flujos y reflujos de los movimientos políticos no conseguiremos avanzar. Los caminantes son quienes dan sentido al caminar.
Cuando una persona pone un pie sobre la tierra abre mil caminos. Para que el camino sea el que nos lleve a la democracia, a la paz, a la soberanía, a la independencia, ese paso deberá ser el del compromiso decidido de todos los abertzales y progresistas de izquierda.
Hemos repetido muchas veces eso de que todos debemos dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo. Ése ha sido el despertar de infinidad de corazones puros, de compromisos desinteresados y generosos que han ido abriendo camino cuando éste era más tortuoso y enmarañado de zarzas. La luz de esa consigna tiene hoy un significado especial, porque en estos momentos hay posiciones desde donde todos y cada uno podemos aportar para abrir un nuevo tiempo a Euskal Herria, un nuevo tiempo en el que ya no sea imprescindible el que unos pocos tengan que darlo todo para que «la casa del padre» siga en pie, para que siga viva nuestra nación milenaria y su estrella alcance a brillar con luz propia, la que corresponde, en el universo de los pueblos libres y soberanos.
Una estrella que brille orgullosa por la dignidad de haber mantenido el legado de los antepasados y de haber sido capaz de colocar al pueblo vasco en la médula del siglo XXI.
Porque gracias a quienes no agacharon la frente durante décadas, durante siglos, somos un pueblo en marcha hacia la construcción de su propio mañana, hacia la constitución de un nuevo estado.
Son imprescindibles las manos, no me cansaré de decirlo. Todos tenemos algo que dar para ser los auténticos arquitectos de nuestro porvenir como vascos libres en un pueblo libre. Porque edificar un país no es patrimonio de élites políticas, es una responsabilidad que atañe a todos sus ciudadanos, desde la base misma de la sociedad. Es una responsabilidad que hoy en día tenemos el deber de empuñar todos los abertzales y progresistas.
Unidad desde la diferencialidad de cada particular tradición política; pero fundidos en una misma aleación para sacar adelante Euskal Herria, mano a mano, sudor con sudor. Pongamos todas nuestras ilusiones y compromisos en el crisol del futuro, porque las naciones levantadas desde el trabajo en común son las que siempre permanecen vivas. Esa responsabilidad es la que nos toca, estamos en el momento de poner en común las energías individuales y colectivas para hacer de la tierra vasca el nuevo Estado de Euskal Herria.
Vamos caminando,y lo vamos haciendo guiados por la luz que nos aporta nuestro recorrido histórico.
La izquierda abertzale ha aprendido de las sombras y en las sombras a caminar a cielo abierto; analizando el porqué de los errores cometidos hasta ahora y tomando de ellas las enseñanzas debidas para avanzar con paso más certero, más firme; con el que nos conduzca de forma eficaz a la libertad de Euskal Herria.
Toda la historia que pongamos en la mochila, no es un peso que nos lastre, sino todo lo contrario. Hemos llegado hasta aquí haciendo un camino del que debemos sentirnos orgullosos, ése es el combustible que nos alimenta, el que nos llevará a la meta con la cabeza bien alta y la satisfacción del deber cumplido.
Hay en el horizonte el resplandor de una aurora que precisa del aliento de todos para convertirla en el nuevo amanecer que nos reclama Euskal Herria. No podemos eludir de modo alguno esa responsabilidad.
Tenemos en nuestras manos las riendas del porvenir. Por aquellos que gracias a quienes «la casa del padre» sigue en pie a pesar de los lodos; por los que han caído en el camino; por el presente que nos corresponde: por el futuro de las próximas generaciones.
Cada uno desde el tono de su matiz, desde su particular tradición política, desde la diversidad que nos enriquece y nos hace más fuertes.
Como proyecto estratégico: todas las manos unidas para asentar el firme camino que nos lleve a la soberanía, que nos abra las puertas de la independencia, las alamedas hacia un nuevo estado inspirado en un modelo social alternativo. Encender esa estrella y colocarla en el concierto de las naciones es la tarea en la que estamos, con el trabajo en común y tejiendo entre todos una tupida red de compromisos, ¡lo lograremos!
Es una responsabilidad ineludible con el futuro, desde el presente.
Merece la pena, lo haremos.
Gora Zutik Euskal Herria!