Juan Manuel Santos, el candidato del uribismo, logró una victoria contundente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales colombianas, imponiéndose de manera clara a su contrincante, Antanas Mockus, el líder del Partido Verde. El ex ministro de Defensa, cosechó un 69,05% de los sufragios (más de nueve millones), frente a un 27,52% (poco más de 3,5 millones) que obtuvo el ex alcalde de Bogotá. Una diferencia abismal de más de 40 puntos, que certifica de manera inapelable la fortaleza del uribismo como proyecto político hegemónico en Colombia.Santos: el «halcón uribista». La continuidad del proyecto uribista no sólo queda asegurada con el triunfo de Santos, sino que probablemente se va a fortalecer e incluso a profundizar. El ex ministro de Defensa, ha sido caracterizado por algunos especialistas de la élite colombiana como un hombre más conservador que el propio Uribe, por lo que la denominación de éste como el «halcón del uribismo», no sería en absoluto exagerada.
Su perfil más radical lo acreditan dos hechos recientes de profunda trascendencia geopolítica. Por un lado, la tristemente célebre «Operación Jaque», cuando siendo ministro de Defensa ordenó el ataque militar, en territorio ecuatoriano, contra el campamento de las FARC, que se saldó con la muerte de más de veinte personas, entre ellas la del portavoz de la guerrilla Raúl Reyes, provocando un incidente diplomático de enormes proporciones en la región. Por otro, su papel relevante en las negociaciones con el Departamento de Estado de EEUU, para ceder a su Ejército el uso de siete bases militares colombianas, lo cual generó una profunda alarma entre los países de la UNASUR.
Proyecciones geopolíticas. En el orden geopolítico, las proyecciones que a día de hoy se pueden plantear no son, en principio, muy optimistas, en lo que a la estabilidad de América Latina se refiere. Aunque los primeros mensajes del recién electo Santos han sido de carácter amistoso, al asegurar a los países de la región que «encontrarán un aliado y un socio comprometido», su trayectoria en la cartera de Defensa provoca muchos recelos en la gran mayoría de las cancillerías del entorno.
La exhortación que le hizo el presidente brasileño, Lula Da Silva, a fortalecer la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), está cargada de una fuerte intencionalidad política, debido al rol saboteador que ha jugado Colombia en el proceso de unificación política de América del Sur. Por ello, es indudable que desde Itamaraty se establecerá un seguimiento especial de la política exterior de la Casa de Nariño, con el objetivo de evitar cualquier maniobra que entorpezca la consolidación de Brasil como potencia hegemónica en el Sur del continente.
Santos-Chávez. Una variable de sustancial importancia en materia geopolítica, será el modelo de relación que se construya entre los ejecutivos colombiano y venezolano, por el riesgo latente, desde hace un tiempo, de un enfrentamiento bélico. Las felicitaciones postelectorales de Caracas y la correspondiente res- puesta de agradecimiento de Santos, no van a ser probablemente un indicador de la relación bilateral.
El grado de influencia que tengan los empresarios exportadores colombianos en el Gobierno de Santos será decisivo para una posible mejora de las relaciones. Hay que recordar que la caída de las exportaciones de Colombia a Venezuela ha sido dramática, producto del conflicto político entre los dos ejecutivos. El país caribeño era el segundo comprador de productos neogranadinos después de EEUU.
Según datos del Ministerio colombiano de Industria y Comercio, de los 6.000 millones de dólares que el país exportaba a la República Bolivariana en 2008, se produjo un retroceso del 33% en 2009, hasta los 4.000 millones, y se estima que para 2010 sufra una contracción del 50%, quedándose en unos 2.000 millones de dólares.
Esto ha supuesto un auténtico cataclismo en términos de beneficios para la industria alimentaria, textil y de calzado colombiana, por lo que, indudablemente, intentará hacer «entrar en razón» al nuevo presidente, para que reinstale un sistema de relaciones más «pragmático». Sin embargo, los grupos vinculados al negocio de la guerra, tanto autóctonos como estadounidenses, presionarán para que se mantenga la situación en las mismas coordenadas, e incluso propondrán una gestión más agresiva hacia Caracas de consecuencias impredecibles.
El «amigo americano». Otro factor de gran relevancia será la evolución de la alianza entre Washington y Bogotá. Algunos analistas consideran que el Ejecutivo de Obama, no avalará ninguna estrategia de confrontación militar con sus vecinos, privilegiando el soft power, frente al hard power de la Administración Bush. No obstante, después de la actitud notablemente condescendiente del Departamento de Estado con los golpistas que tumbaron al Gobierno legítimo de Zelaya en Honduras, esta consideración puede resultar sumamente ingenua.
Respecto a las siete bases militares colombianas a disposición del Ejército de EEUU, no se prevé un uso intensivo durante la Administración Obama. Sin embargo, la no descartable victoria del Partido Republicano en las elecciones presidenciales de 2012 ‑quizás más escorado a la derecha por la presión del Tea Party- añade otro factor de incertidumbre a la ya de por sí gestión «de riesgo» de Santos.
Otra de las aristas a tener en cuenta en el orden geopolítico será el proceso judicial abierto contra el ex ministro de Defensa Santos por la masacre en el campamento de las FARC en Sucumbíos. Sus recientes declaraciones, cuando aún era candidato, jactándose por enésima vez de haber ordenado el ataque contra el campamento de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, no son un buen comienzo para reanudar las relaciones diplomáticas con el Ejecutivo de Rafael Correa.
Lo que parece indudable, es que en la batalla geopolítica que se está librando en el continente, no pasará desapercibido un Ejecutivo liderado por un ex ministro que afirmó sentirse «orgulloso» de que Colombia fuese considerado «el Israel de América Latina».