Tras varios meses de debate interno en la izquierda abertzale, en los que tampoco han faltado iniciativas concretas para responder al importante momento político que vive Euskal Herria, las resoluciones adoptadas por su base militante están siendo ya puestas en marcha con el reto de contribuir, mediante movimientos políticos y dinámicas sociales, a la consolidación del proceso democrático que nos conduzca al profundo cambio que demanda nuestro país.
Las reflexiones planteadas en la resolución «Zutik Euskal Herria» describen con claridad los parámetros políticos y sociales en los que nos desenvolvemos. Así, ante el agotamiento del marco político de asimilación impuesto a Hego Euskal Herria a la salida del franquismo, el Estado no encuentra sucedáneos políticos para integrar al abertzalismo y, en general, a la masa crítica susceptible de protagonizar el mencionado cambio político y social. Hemos desgastado el modelo de asimilación de los estados y reforzado la posición estratégica del movimiento abertzale, ésa es la nada despreciable victoria política de la izquierda abertzale en estos treinta años de lucha.
Ello no obsta para reconocer que, en el tránsito entre ciclos en el que nos encontramos, el Estado ha logrado en los últimos años imponer situaciones de bloqueo y niveles de neutralización de nuestra estrategia, lo que ha dificultado hacer operativa la acumulación de fuerzas que necesitamos, clave para cualquier camino eficaz hacia un nuevo escenario en el que poder materializar el proyecto político independentista. La estrategia represiva llevada hasta las últimas consecuencias quiere acentuar dichas situaciones de colapso, con el objetivo añadido de colocar al unionismo en el liderazgo político-institucional, gracias a la Ley de Partidos y la adulteración ilegítima del mapa político. El Estado se encuentra cómodo dentro de ese esquema, al considerar que en esos parámetros el tiempo corre a su favor.
El bloqueo se utiliza, pues, para impedir que cristalice esa amplia masa crítica ‑que llega a ser incluso transversal ideológicamente- por el derecho a decidir, ya que el Estado no tiene alternativa política con la que abordar el desgaste del modelo vigente más allá del mero autonomismo. Ésa es su estación final, un modelo global excluyente y de imposición, que se constituye en la base de los acuerdos PSOE-PP-UPN.
En opinión de la izquierda abertzale, la clarificación de los proyectos estratégicos sitúa con mayor nitidez los contenidos de los deseables acuerdos políticos de solución al conflicto: reconocimiento nacional y reglas de juego democrático entre todos los proyectos políticos.
A la crisis política sobre el modelo territorial larvada durante años en el Estado español, cuyos exponentes más claros son la situación permanente de conflicto con Euskal Herria y la crisis abierta con motivo de la sentencia sobre el Estatut catalán, se suman una crisis económica de enormes dimensiones y una instrumentalización de los poderes del Estado en la lucha política partidaria, tal y como lo demuestra la utilización de la Justicia. El resultante global es un gobierno débil dentro de un Estado incapaz de hacer políticas de Estado en términos constructivos, como pudimos comprobar, por ejemplo, en el último proceso de negociación (2005−2007).
Junto al conflicto político, la crisis económica que sacude Euskal Herria evidencia la necesidad de disponer de instrumentos para abordar políticas fiscales, sociales y económicas adaptadas a un modelo propio y definidas por los agentes vascos. La lucha contra las medidas regresivas e impositivas, liderada por el sindicalismo abertzale y manifestada con éxito en la huelga del 29 de junio, ofrece una oportunidad para ensamblarla con la necesidad de soberanía e independencia.
En esas coordenadas generales, la izquierda abertzale ha conseguido adaptar su estrategia para condicionar el bloqueo político del unionismo y colocar al soberanismo-independentismo como opción táctico-estratégica de futuro.
Por eso, hemos decidido entrar con una oferta clara en términos estratégicos, de acumulación de fuerzas a favor del Estado vasco, sin que ello nos haga olvidar que el objetivo de la actual fase política es construir el campo de juego democrático donde todas las sensibilidades y familias políticas del país puedan desarrollar plenamente su respectiva opción, con el único límite de la voluntad popular. Una oferta sustentada en el desarrollo de vías e instrumentos democráticos.
La apertura unilateral del proceso democrático constituye, por tanto, un punto de inflexión sobre el que se asientan y asentarán las iniciativas políticas que vayan dibujando progresivamente la nueva fase política. La decisión y actuación de la izquierda abertzale deben entenderse como respuesta a la evolución del proceso político vasco, al desarrollo de la lucha de liberación nacional y social, a las circunstancias de la actual fase política ‑definida por las condiciones políticas y sociales logradas en estos últimos quince años- y a la estrategia adecuada para dotar de operatividad a estas condiciones. Yerran quienes interpretan que la apuesta de la izquierda abertzale es consecuencia de la presión de la estrategia represiva, sin que neguemos que esta estrategia provoque enorme sufrimiento y dificultades al movimiento independentista. Tampoco atinaríamos si entendiéramos que una apuesta de cambio de ciclo sólo debe ser consecuencia, como punto de partida, de lo que se haya conseguido arrancar previamente al Gobierno español de turno, lo que tampoco quiere decir que seamos nosotros quienes descartemos la opción de lograr acuerdos o compromisos de la otra parte en estos primeros pasos del proceso democrático.
Nuestra apuesta política tiene puntos de anclaje y destinatarios claros. Para abrir este proceso, en sus primeros compases, nos dirigimos a nuestro pueblo y a la comunidad internacional. A ellos debemos responder adecuadamente, poniendo todo lo que esté en nuestra mano para crear las condiciones óptimas para consolidar este nuevo tiempo.
Nos dirigimos a nuestro pueblo, en primera y principal instancia, y a la comunidad internacional para mostrar nuestro compromiso de realizar el trayecto que nos lleve hasta la independencia de Euskal Herria por vías exclusivamente políticas y democráticas, a diferencia de quienes imponen su proyecto político mediante la conculcación de derechos ‑entre ellos, el derecho a decidir- y la violencia represiva. Es el momento oportuno de hacer esta apuesta. Lo es porque en este país, con nuestra contribución, pueden liberarse las fuerzas necesarias y alcanzarse los acuerdos suficientes para recorrer el camino que nos conduzca a un escenario plenamente democrático.
Así pues, la apertura unilateral de un proceso democrático como llave para avanzar en el cambio político abre nuevos registros y posibilidades para la modificación favorable de la correlación de fuerzas, tanto sobre objetivos tácticos ‑solución del conflicto y nuevos marcos jurídicos- como estratégicos ‑dimensionamiento del independentismo-. No se trata de una consideración meramente teórica. Así lo acreditan los acontecimientos de los últimos tiempos, con notables e inequívocos pronunciamientos a favor de una resolución política del conflicto, así como con pasos firmes en la articulación del bloque social y político independentista. Los compromisos que se van y se irán definiendo en el futuro ‑como el acuerdo estratégico entre EA y la izquierda abertzale, la expansión de expresiones sociales independentistas, la profundización de la unidad de acción sindical abertzale o el impulso de instrumentos contra la vulneración de derechos civiles y políticos- son reflejo de esa apuesta política, aunque, al mismo tiempo, debemos negar patrimonio exclusivo o excluyente alguno, pues todo ello es fruto también de la colaboración y trabajo de otras fuerzas y sectores de nuestro pueblo. Nuestra apuesta unilateral nos ha permitido actuar con mayor eficacia, y también ha posibilitado crear condiciones para que otros den igualmente pasos en sentido positivo, tanto en Euskal Herria como en el ámbito internacional. La demostración empírica de que esta apuesta ofrece réditos netos ya se ha realizado en estos meses, por lo que sólo cabe afianzarla y profundizar en ella.
Lo hecho hasta ahora parecía hace nada muy difícil de conseguir, y en estos momentos, en cambio, resulta ya insuficiente. Así pues, hay que insistir en el camino trazado, y trabajar por provocar una ola política que llegue cada vez a mayores vetas sociales, al objeto de fortalecer la necesidad del cambio político y social. La sociedad debe activarse en la exigencia de un proceso de negociación y acuerdo democrático, y el independentismo debe constituirse en un movimiento político determinante en esta nueva fase. Si en la llamada «transición» el modelo autonómico pivotó sobre la centralidad del regionalismo del PNV, en esta nueva fase política ‑en esta «segunda transición» de base democrática‑, el independentismo tiene vocación de constituirse en uno de los ejes principales que determine, desde un acuerdo democrático de resolución al conflicto, la evolución progresiva de los marcos jurídico-políticos actuales.
Por lo tanto, nuestra apuesta está orientada a modificar, desde un destacado protagonismo independentista y con la mano tendida a la colaboración y el acuerdo con todo aquel que quiera asentar un suelo democrático en Euskal Herria, las variables políticas y sociales para llegar a materializar el cambio de marco. No estamos pues ante movimientos tácticos y, mucho menos, de carácter electoralista, sino ante el impulso de una fase política donde la izquierda abertzale tiene, con estrategia adaptada y nuevos instrumentos, la tarea de ser ‑desde la humildad, el trabajo compartido y el respeto a otros agentes- motor y dinamizador fundamental de su evolución, con especial atención y sensibilidad hacia el sentir popular.
Este proceso democrático tendrá diferentes etapas y estaciones, y su desarrollo deberá lograrse e implementarse gracias a acuerdos de carácter bilateral y multilateral, entre los agentes vascos, con la comunidad internacional y con los estados con los que mantenemos este secular conflicto. En estos momentos, el primer objetivo consiste en lograr los mínimos democráticos suficientes que garanticen la participación política de todos y amortigüen las graves situaciones de conculcación de derechos que se padecen en Euskal Herria, para poder avanzar así en un proceso de resolución justo y definitivo.
Somos conscientes de que esta fase también será dura, que habrá que luchar mucho y con tesón para alcanzar ese primer estadio. No podemos pensar que cualquier movimiento por nuestra parte va a traer consigo, inmediatamente y de forma automática, que se derrumben todos los muros que deben caer. Nuestra lucha y organización, nuestra capacidad de convencer a nuestro pueblo y de colaborar con diversos sectores políticos y sociales, así como la capacidad de no caer en las trampas de quienes, mediante la intoxicación, la provocación y la represión, quieren que nos atasquemos en esquemas del pasado, serán las que nos hagan superar obstáculos y abrir nuevos espacios para que el proceso siga avanzando.
Nos guía una certeza, la de que la izquierda abertzale tiene credibilidad y fuerza suficiente para ser motor de los movimientos que determinen una nueva fase que incentive las tendencias de cambio político y social. Ésa es nuestra convicción. Y nuestro compromiso no es otro que el de poner todo el caudal político, ideológico e histórico del movimiento de liberación nacional y social al servicio de un nuevo tiempo en el que Euskal Herria pueda decidir su futuro. En libertad.