Juan Manuel Santos es la continuidad de Álvaro Uribe, matizada ahora por la hegemonía relativa de su perversa facción oligárquica respecto a la claque narco-para-militar que representa este último.
Santos es la representación de los sectores oligárquicos más inescrupulosos, más corrompidos, más parasitarios del Estado y más articulado al narco-para-militarismo. Extrema derecha tradicional y parte relevante del poder mediático más perverso (Periódico El Tiempo, semanario Llano 7 días, Bocaya 7 días, Tolima 7 días, Diario Hoy, Canal CityTv y además siete portales de Internet)
Uribe es el narco-para-militarismo súper enriquecido, la lumpen-tecnocracia, los cárteles masivamente armados y elevado a nueva “clase política”. La nueva derecha endurecida.
Ambas facciones pactaron para llevar a Uribe a la presidencia y para reelegirlo, y ambas mantuvieron el pacto para el relevo de Uribe por Juan Manuel Santos.
Ambas están subordinadas a los halcones de Washington y comprometidas hasta el tuétano con la instalación de la siete bases militares estadounidense, así como con los demás componentes de la creciente intervención militar de EEUU, con el Plan Colombia Iniciativa Andina, con el TLC, con los planes de exportación del para-militarismo a Ecuador y Venezuela, con la conversión de república Dominicana en plaza bajo su influencia, con los planes de agresión contra Venezuela y el programa de conquista militar de la Amazonía.
Obama a su vez ha asumido esa línea de acción con la misma intensidad que Bush.
Cambio de figura y margen para las maniobras
El factor poder estadounidense y designios imperialistas es determinante en esa continuidad, la cual no necesariamente es lineal en su intensidad y formas de ejecución. Por momento oscila, serpentea y tiene altibajos, pero sin resignar los planes y propósitos estratégicos señalados.
Santos ha sido uno de los ministros de guerra más funcionales a esa vertiente de la guerra global de EEUU. Fuertes razones de clase, esencia socio-económica, ideología, alianza mafiosa y dependencia medular… determinan esa conducta política; por lo que no hay que asegurar cambios dramáticos y/o significativos en su ejercicio presidencial respecto a la Administración anterior.
Seria fatal hacerse ilusiones frente a ciertas maniobras diversionistas de Santos y ciertas conveniencias en ubicar a Uribe como el único malo de la película.
Esos re-juegos también están pactados y pautados.
Claro, el cambio de figura en la presidencia, siempre crea un margen para los re-juegos y maniobras, para nuevas iniciativas políticas, para renovar emplazamientos y reanimar temas agotados durante la Administración anterior.
Hasta ahí entiendo políticamente oportuno el planteo de dialogar tanto del Presidente Chávez (luego de la ruptura de relaciones diplomáticas con Colombia), como de las FARC-EP (calificada de intransigente por la obligada confrontación con Uribe), para aprovechar la coyuntura y evitar aislamientos mediáticos.
Cada uno en su escenario le tomó la delantera a Santos. Ambas propuestas ‑agregadas las presiones de no pocos presidentes del continente- colocaron al nuevo presidente colombiano y a su equipo a la defensiva y lo han forzado a responder en términos más o menos moderados, aparentemente dispuestos a concertar.
Más con Chávez que con las FARC-EP, puesto que para Santos es terriblemente complicado que se prolongue el corte de relaciones diplomáticas y comerciales decidido por Venezuela, dado lo que representan el mercado y los combustibles venezolanos para la gran burguesía de ese país y para toda la económica colombiana.
Respecto a las FARC responde con una disposición condicionada, que no logra esconder su renuencia.
FARC-EP, la posición de Santos frente al diálogo y la comunidad continental
Santos declaró que abriría el dialogo si las FARC-EP “depone las armas”, si “libera a todos los secuestrados” y si “corta sus relaciones con el narcotráfico”.
# Si FARC abandona las armas no tendría que dialogar en busca de acuerdos paz, pues sencillamente ese paso equivaldría a su rendición incondicional frente a un Estado narco-paramilitar-terrorista. Algo impensable dentro de lógica revolucionaria.
La insurgencia armada colombiana tiene ya sesenta años de existencia y las FARC tienen ya 44 años de fundada.
Sus armas, sus combatientes han sido –y son- la respuesta obligada a toda una época de terrorismo de Estado; ahora ejercido por unas fuerzas armadas regulares de medio millón de soldados (armados y tutelados por el Pentágono), por decenas de miles de para-militares asesinos, por siete bases militares estadounidenses y por miles de asesores extranjeros y tropas mercenarias.
Han sido la respuesta necesaria a décadas de injusticias sociales inenarrables, de atrocidades conmovedoras, de secuestros estatales y para-estatales, de torturas, de masacres, de “falsos positivos”, de crueles desplazamientos y despojos, de tumbas colectivas gigantescas, de motosierras y descuartizamientos.
¿Por qué no exigir primero disolver y procesar esas unidades militares y policiales genocidas?
¿Por qué no demandar primero el desmantelamiento de las crueles bandas para-militares?
# Las FARC-EP tienen en sus cárceles un grupo de varias decenas de prisioneros de guerra y rehenes procedentes de la escoria social para-militar, de la oligarquía voraz y de la partidocracia corrupta. Las FARC-EP es un poder paralelo que sabe usar su acumulado histórico.
Al mismo tiempo en las ergástulas del Estado colombiano hay miles de guerrilleros, militantes revolucionarios, luchadores/as sociales, combatientes por la paz… sufriendo los rigores de prisiones abusivas, torturas físicas y psicológicas. Por la mente de sus dirigentes insurrectos jamás ha pasado la idea de dejarlos abandonado y por eso usa los rehenes en su poder para exigir la libertad de sus camaradas y de otros luchadores/as apresados/as
¿Por qué cuando se le pide a las FARC que “suelte” a los “secuestrados” –y no pocos de ellos han sido liberados unilateralmente- no se habla de ese gran número de revolucionarios/as encarcelados/as y secuestrados/as por el régimen y sus para-militares?
¿Por qué no se le exige también al gobierno una amnistía política?
¿Por qué no se insiste por lo menos en el canje humanitario de prisioneros que FARC ha estado dispuesta?
¿Por qué aceptar la versión manipuladora de los grandes medios y las grandes cadenas de comunicación dedicadas a calumniar y estigmatizar a las FARC y al ELN y a ocultar el cuadro dantesco de la represión oficial?
¿Por qué olvidar la horripilante criminalidad de los Uribe, Santos, Padilla, Montoya y de los que han detentado el poder político y militar durante décadas de terror de Estado?
¿Por qué ignorar los roles de las tenebrosas CIA, Mossad y DAS al interior del Estado y la sociedad colombiana?
# Las FARC-EP ni cultivan, ni consumen, ni trafican drogas. De eso podemos dar testimonio todos los que hemos visitado sus campamentos y todos/as sus combatientes forjado en una recia moral. Esa acusación es falsa y persigue una mayor criminalización de esa organización marxista.
Lo que no hace las FARC es penalizar y reprimir a los miles y miles de campesinos que se han visto forzados a recurrir a esos cultivos como medio de subsistencia.
Las FARC han propuesto planes alternativos e incluso han pedido que se estudie la legalización de las drogas para debilitar las mafias y los grupos financieros que se enriquecen en grande con su status ilegal y el lavado derivado de la producción y el comercio de la drogas.
Pruebas –y muchas- las hay de que el Estado colombiano opera como un narco-Estado y sus gobiernos como narco-gobiernos, de que existe una narco-política dominante, de que Uribe es un intelectual orgánico de la narco-corrupción y el para-militarismo criminal, de que la familia Santos ha pactado con los capos mas peligrosos de Colombia, de que el partido U es una madriguera de jefes para-militares y de representantes de la narco-mafia y el Congreso del país una guarida que garantiza su impunidad.
¡Definitivamente el ladrón juzga por su condición!
¡Santos y Uribe acusan a otros de los que ellos son!
Los presidentes revolucionarios y progresistas de nuestra América, los funcionarios honestos de diferentes gobiernos, las organizaciones de izquierda y progresistas, deberían tener bien presentes estas verdades a la hora de definir políticas respecto al régimen colombiano y respecto a su nuevo presidente.
Deberían apreciar que los grandes medios de comunicación de Colombia, América y el mundo se han confabulado para esconder esa realidad, proteger a sus protagonistas y responsables, y estigmatizar a las FARC y a toda la insurgencia colombiana. Porque nada más injusto que hacerle el juego a esa obra maestra de la simulación e inversión de valores.
Chávez, FARC Y ELN
EL presidente Chávez debe tener bien presente que él ha sido y seguirá siendo victima de esos mismos intereses. Que contra Venezuela se ha orquestado un plan agresivo con múltiples vertientes: penetración paramilitar, infiltración de la CIA y el MOSSAD, provocaciones continuas, planes magnicidas, estructuración de una contra-armada parecida a la nicaragüense, planes de invasión con participación estadounidense…
Contra él existe una campaña mediática feroz y mendaz.
Eso es lo medular y lo constante, independientemente de los recodos que se presenten y de la conveniencia coyuntural de hacer los esfuerzos persuasivos capaces de emplazar al nuevo presidente de Colombia a contener el rol agresivo de su país asignado por EEUU. Independientemente de la validez de emplazarlo con esos mismos fines o, en su defecto, poner en evidencia la maniobra que persigue presentarlo como algo esencialmente diferente al agotado gobierno de Uribe.
Para eso a nuestro entender no se necesita ni restarle validez al camino emprendido por las FARC y el ELN, ni demandarles a ambas organizaciones político-militares que hagan concesiones unilaterales en cuanto a desarme, entrega de todas las prisioneros y renuncia anticipada al combate armado.
Ambas organizaciones han tenido pasado, presente y futuro a lo largo de décadas de lucha abnegada. Su existencia y fortaleza da razón a la validez de la ruta transitada. Ahora tienen pasado y presente, y todo luce que le queda un futuro armado imprescindible y pertinente mientras perdure el oprobioso régimen que empobrece y tiñe de sangre su país, ahora además militarmente intervenido por EEUU. Un futuro necesario para alcanzar la paz con dignidad.
Ambas fuerzas insurgentes tienen un valor inconmensurable frente a los pérfidos planes del régimen de su país y frente a la política de guerra y recolonización de los EEUU.
Ellas, repito, tienen presente y tienen futuro mientras no cambie sustancialmente el cuadro político de Colombia y de esa subregión, independientemente del que el desenlace pueda ser fruto o no de un acuerdo de paz o de una gran victoria militar, o de ambas cosas combinadas.
En lugar de llamarle a desistir del camino emprendido sin que se haya abierto la posibilidad de ese cambio sustancial, hay que estimularlas y contribuir a que desde todos sus avances en todos los escenarios (políticos, militares, culturales, diplomáticos…) influyan y aporten para iniciarlo y lograrlo.
En lugar de solicitarle la ruta hacia el desarme o hacia el cese del camino armado en forma unilateral, hay que aspirar a que ellos puedan ser parte ‑junto a los sectores de los cuerpos armadas regulares no contaminados ni envilecidos- de unas nuevas fuerzas armadas respetuosas de su pueblo, que resulten de una salida política decorosa al enfrentamiento armado o de una victoria cívico-militar en el contexto de una eventual crisis de gobernabilidad.
En lugar de pedirle que liberen a todos los rehenes en su poder mientras siguen presos centenares y centenares de patriotas y revolucionarios/as, hay que apoyar su propuesta de canje humanitario.
Todo esto reconociendo la validez actual de una salida política al conflicto armado que se traduzca en democracia, soberanía y justicia social; algo impensable si deponen anticipadamente las armas, se desmovilizan y aceptan la “legalidad” del oprobioso régimen vigente. Esto último sería sencillamente suicida y realmente inaceptable después de lo que pasó a raíz de los pactos que dieron lugar a la legalización de la Unión Patriótica (4,000 militantes asesinados) y a la desmovilización del M‑19.
Aislar y derrotar el engendro colombo-estadounidense-israelí
El régimen colombiano es un engendro de la peor especie, absolutamente funcional a la política de guerra de EUU y de su socio Israel, y como tal debe ser tratado por todos/as los/as patriotas, revolucionarios y antiimperialistas del continente.
Una cosa deben ser las relaciones de Estado forzadas por la convivencia obligada en situaciones de hecho y otra el posicionamiento político respecto a los procesos internos y el proyecto de Patria Grande liberada.
Las derechas colombianas y estadounidenses en eso nunca se ha equivocado: son solidarias con los suyos en todos los terrenos, incluyendo sus planes contrarrevolucionarios.
¿Por qué las izquierdas no pueden serlo a la inversa, cada quien desde sus circunstancias y condiciones?
¿Por qué distanciarse de aliados estratégicos fundamentales?
¿Por qué oponer formas de lucha válidas en contextos distintos?
No olvidemos además que las FARC-EP y el ELN y todas las fuerzas sociales y políticas antisistémica de Colombia tienen un importante rol disuasivo frente a los planes de intervención de EEUU en la región y son potenciales componentes relevantes de la necesaria resistencia contra la probable invasión colombo-estadounidense en el Norte de Suramérica, que parece apuntar primero hacia y contra la Venezuela bolivariana.
¿Por qué no combinar el internacionalismo, el latino-americanismo revolucionario, con las políticas de coexistencia entre Estados de diferente naturaleza?
¿Por qué no separar la diplomacia interestatal de la política revolucionaria y buscar las formas de manejarlas con cierta armonía?
¿Por qué no definir con precisión y franqueza nuestros aliados y nuestros adversarios políticos, y actuar en consecuencia?
Jamás deberían priorizarse las relaciones con las derechas en el poder en detrimento de las izquierdas que se le oponen.
Esto, pienso, evitaría dar tumbos y mostrar tan innecesarias incoherencias e inconsecuencias desde no pocos partidos, movimientos y gobiernos de izquierdas en el poder y fuera de él; especialmente respecto a Colombia, a Honduras, a República Dominicana, a Perú, a México y otras circunstancias parecidas.
El avance de la oleada transformadora en la región, sensiblemente estancada y en retroceso, exige aislar y derrotar ese engendro colombo-estadounidense-israelí en expansión. Como exige derrotar la continuidad golpista en Honduras y contribuir al viraje hacia las izquierda de todos los países gobernados por las derechas. En esos propósitos no debería dársele cabida a las dudas, inconsistencias y ambigüedades.