Con todos los delitos que se habrán cometido en el Estado español a lo largo del verano y con la cantidad de delincuentes de alto copete que andan sueltos por reservas costeras de yate y champán, fundiendo en lujos la pasta que han defraudado al fisco, resulta aburrido que el ministro de Interior español persista en sus obsesiones y sólo comparezca ante la prensa para arengar a la ciudadanía sobre las atrocidades del «terrorismo», un mal que al parecer planea sobre todo lo existente.
Hace apenas una semana, las fiestas de Euskal Herria y la quema de contenedores eran el punto clave del peligro «terrorista». Desde el miércoles es Afganistán, otro centro de la geoestrategia política contra la verdad. Allí un insurgente afgano dio muerte a dos miembros de la Guardia Civil, destinados en Qala-in-Naw para instruir a la policía afgana en la lucha el contra el «terrorismo» de los talibanes.
Este cuerpo de seguridad, creado y controlado por las fuerzas de la OTAN que hoy ocupan el país, será el encargado de ejecutar todas las acciones represivas contra el pueblo silencioso de Afganistán. Igual que en todos los pueblos ocupados, los hombres, mujeres y niños más desconocidos volverán a ser las únicas víctimas de una guerra oculta y despiadada, los únicos que han sido y serán torturados y asesinados, los que lloran, los que no tienen nombre y mueren un día y otro.
Sólo cuando se rebelan y defienden sus recursos, su cultura y su libertad, merecen unas palabras, un cínico discurso en la prensa internacional. Y es que de repente y sin ellos saberlo, se convierten en «peligrosos terroristas», nunca en personas que luchan.