Cuando la opresión no deja mas alternativa, la guerra de liberación, constituye el legítimo recurso de los pueblos para lograr la libertad
Simón Bolívar. 1812 Cartagena
En determinados momentos o periodos históricos los pueblos tienen no solo el derecho si no el deber de levantarse contra la opresión y el terrorismo de Estado, utilizando todas las formas de lucha que estén a su alcance, incluyendo la lucha armada. Así fue en nuestra América frente a la cruel conquista y colonización europea y frente a las diversas formas de tiranía e iniquidades, y a si ha sido ‑y es- a lo largo del combate de la humanidad por sus libertades y derechos.
En este sentido está claro que las causas que dieron origen a la confrontación armada en Colombia no solo no han desaparecido sino que se han profundizado y extendido, y que la pobreza, la inequidad, la fraudulencia electoral y la violación flagrante de los derechos fundamentales del ser humano siguen siendo la constante agravada que ha marcado la historia reciente de este país hermano, impidiendo una salida política no beligerante.
El gobierno dirigido por Juan Manuel Santos es solo una nueva expresión de estos regímenes oligárquicos, manejados y dirigidos por el imperio norteamericano desde los albores del santanderismo.
La mal llamada “democracia colombiana” se ha convertido en una oscura máquina de elegir verdugos de turno, no existiendo garantías, ni condiciones mínimas para el desarrollo de una alternativa política electoral que cambie el destino histórico de este país.
Esa anhelada posibilidad ha sido cercenada en reiteradas ocasiones. Basta recordar el asesinato de miles de liberales desmovilizados a mediados del siglo XX, el asesinato en plena vía pública de Jorge Eliécer Gaitán en el año 1948 y la matanza que le siguió y más recientemente (entre 1984 y 1990) el brutal exterminio de más de 5000 candidatos, activistas y políticos desarmados de la Unión Patriótica junto a los asesinatos selectivos de los dirigentes guerrilleros desmovilizados del M‑19.
Entendemos la lucha armada de los pueblos como una epopeya por la liberación y esto en absoluto puede se calificado de terrorismo. Este término, acuñado, manipulado y explotado en mayor escala por los yankees y sus poderosos medios de desinformación después de los sucesos del 11 de Septiembre, ha sido usado junto a múltiples artimañas y mentiras como recurso para estigmatizar, desprestigiar y aislar a los grupos insurgentes, procurando bloquear la solidaridad internacional en su favor y criminali8zar todo intento de ejercerla.
Con ese mismo propósito e igual sentido de adulteración de la verdad y de los hechos, se ha insistido en vincular a las guerrillas colombianas con el narcotráfico, utilizado en esa dirección el enorme poder comunicacional trasnacional de los EEUU y sus aliados para sembrar la falsa idea de unas guerrillas, que desviándose de sus orígenes, se ha transformado en un cartel de la droga.
Los vínculos con la narco-corrupción, sin embargo, apuntan en dirección inversa, implicando profunda e inequívocamente las altas esferas de gobierno, Estado y elites empresariales colombianas encabezadas en los últimos años por el narco-paramilitar Uribe Vélez, por el propio Juan Manuel Santos y por el inescrupuloso sector oligárquico que representa. Aquí es válido afirmar que el ladrón y el asesino juzgan por su condición.
Podemos entender que existen razones de Estado que han gravitado en estos momentos para la reanudación de las relaciones entre Venezuela y Colombia, pero los pueblos, el pueblo bolivariano, mariateguista, artiguista, sanmartiniano, rodriguista, sandinista, zapatista, camañista, alfarista, tupacamarista, guevarista…-y muy especialmente los revolucionarios de todas las tendencias y formas de combate- deben entender, desde la profundidad del internacionalismo y el latino-americanismo, que la solidaridad no admite silencios cómodos ni omisiones convenientes.
La lucha de un pueblo por su liberación es parte de nuestra propia lucha por emaqnciparnos de las cadenas. Empapados del espíritu bolivariano asumimos la lucha antiimperialista como lucha continental contra el imperio opresor, respetuosos siempre de la independencia, las identidades, circunstancias políticas y formas de acción de cada pueblo y cada sector. Negar tal independencia implica arrogarse la facultad de percibir y analizar la realidad diferenciada con lentes ajenos, que solo procuran ver lo que favorece intereses egoístas o maniobras circunstanciales, deslegitimando la voz de sus actores reales y desconociendo el derecho y las justas causas y razones ¿Quién puede afirmar que una guerrilla puede existir sin apoyo popular y sin razones históricas insoslayables por más de 50 años?
La guerra sin embargo no puede seguir siendo el único trágico destino de nuestro hermano pueblo colombiano, ni la rendición de sus heroicas fuerzas insurgentes la salida ecuánime que dará termino a más de cinco décadas de sangre y muerte. Eso sería aceptar que el injusto orden impuesto a punta de fusiles y terror por las oligarquías y el imperialismo es el único posible, aceptar el yugo y dar las gracias por seguir vivo sin alcanzar un acuerdo nacional que supere las causas del conflicto y lleve a Colombia a una paz con justicia social, sólida y duradera.
Quien está cerrando las puertas al diálogo que posibilitaría un acuerdo no es la insurgencia armada. No es casual que Santos a pocos días de sellar el acuerdo con el presidente Chávez, haya mostrado su verdadera cara, señalado que no va a aceptar ningún interlocutor nacional o internacional que plantee un proceso de diálogo para la paz en Colombia, negándose a nombrar un Comisionado de Paz y llamando al ejército regular a arreciar la ofensiva militar contra el pueblo en resistencia, coronándose así como el “Santo patrono” de la Colombia santanderista.
Frente al conflicto colombiano somos solidarios con los más de siete mil presos políticos y prisioneros de guerra, con los más de cuatro millones de desplazados, con los familiares de los miles de desaparecidos, con los perseguidos políticos y refugiados colombianos esparcidos por todo el mundo, en especial con los que se encuentran en Venezuela y Ecuador, con el movimiento estudiantil colombiano en pie de lucha, con los dirigentes sindicales que día a día arriesgan su vida por defender sus derechos, con el movimiento indígena, con el pueblo consciente, pobre y perseguido de Colombia que resiste en las montañas, campos y ciudades en las filas de las FARC-EP y ELN en la Colombia insurgente de Bolívar.
Somos partidarios de reconocer esas fuerzas como FUERZAS BELIGERANTES sustentadoras de una propuesta de paz con dignidad, portadoras de una alternativa democrática destinada a contribuir junto a otros sectores a crear una nueva Colombia libre de bases militares estadounidenses, de terrorismo de Estado, de para-militarismo genocida y de confrontaciones armadas. Una Colombia en paz, autodeterminada y camino al reinado del desarrollo integral e incluyente y de la justicia social.
Creemos un beber de las izquierdas y las fuerzas democráticas y progresistas de nuestra América y el mundo, estén o no ejerciendo funciones de gobiernos, reconocer el valor de esas fuerzas alternativas (insurgentes o no, armadas o cívicas), apoyarlas en su rol beligerante, aislar a régimen narco-para-terrorista de Colombia, exigir el desmantelamiento de las bases militares estadounidenses, bloquear sus propósitos agresivos contra Venezuela y la región, y aportar a la salida política democrática del conflicto armado.
Es la hora de las definiciones, de actuar en consecuencia y coherencia. La espada de batalla se Bolívar en nuestras manos no es solo un símbolo, es espíritu de lucha que recorre nuestra América.
POR LA PATRIA GRANDE Y EL SOCIALISMO:
¡QUE VIVA LA COLOMBIA INSURGENTE DE BOLIVAR!