A Franklin Roosevelt, el presidente norteamericano que gestionó la participación de su país en la Segunda Guerra Mundial, se le pueden achacar multitud de cuestiones. Los vascos de entonces le podrían recriminar, seguramente, su muerte prematura, lo que hizo que su sustituto, Harry Truman, por cierto, según Gallup el presidente de EEUU más impopular de la historia, no avalara el apoyo a la causa vasca tal y como Roosevelt se lo había trasladado al lehendakari Aguirre.
A Roosevelt se le pueden imputar también impiedades, manías de aristócrata, militarismo y mil asuntos más. Pero no se le puede tildar de tonto, como por ejemplo a Reagan o a Bush hijo. Roosevelt dejó para la posteridad una de las frases más utilizadas en nuestro tiempo: «En política, nada ocurre por casualidad. Cada vez que un acontecimiento surge, se puede decir con seguridad que fue preparado para llevarse a cabo de esa manera».
Un día cualquiera de éstos, no importa cuando realmente, recuperé la cita y pensé, bendita imaginación, que Roosevelt podría haber nacido en Lekeitio, en Laudio o en Iruñea. Su reflexión es la misma que nos hacemos unos cuantos ciudadanos de este país. Ciudadanos que una y otra vez, y van no se cuántas, nos quedamos perplejos ante tanta casualidad. Y, por supuesto y tal y como lo dejó escrito el ex presidente norteamericano, una vez pase, pero a partir de entonces la participación de un diseño previo en la «casualidad» se hace evidente.
Sarkozy, al igual que otros contemporáneos suyos, es más vivo que el hambre. Lo ha dicho hace unos días y nos ha hecho un favor, porque ha conseguido determinar, en su más profunda amplitud, el famoso Teorema de la Casualidad. En síntesis, lo que Sarkozy ha lanzado a los medios es que cada vez que tiene un descenso de popularidad o un tema en el que no lleva la iniciativa, su contraataque es protocolario: arremetida despiadada a los inmigrantes. En esta ocasión les ha tocado a los gitanos y a los nómadas.
En Carpetovetonia, el «método Sarkozy» tiene mucho más recorrido y un pliego de intenciones que va más allá de los que son los últimos tiempos. En España somos los vascos quienes sustituimos a los inmigrantes de Sarkozy, saco de todos los males. Somos los receptores de todas las casualidades. En una encuesta realizada la pasada década, no se con qué fiabilidad, se decía que los vascos éramos los que más repulsa causábamos a los españoles, por detrás de los gitanos.
El Teorema de la Casualidad español es tan viejo que ni los más ancianos recuerdan cuándo nació y quién fue su inventor. Seguro que alguno de sus mitos, El Cid, Don Pelayo o Agustina de Aragón, estuvo en la creación. De lo que sí hay constancia, en cambio, es de que todos los dueños de los designios españoles, entre ellos reyes borbónicos, tiranos y presidentes y, sobre todo, ministros de la Guerra, Gobierno e Interior, en sus tres fases descriptivas, lo han usado como si fuera la Biblia de sus respectivos mandatos.
Para quien no sea muy ducho en estas cosas de geometría (política), el Teorema de la Casualidad es una teoría desplegada por Euclides Pérez que, en lo fundamental, decía que «Por un punto exterior a una recta sólo puede trazarse una perpendicular a la misma y sólo una». No existe la casualidad. Aristóteles nos dejó escritos sobre la Teoría de la Causalidad, pero como es obvio, entre Casualidad y Causalidad hay un abismo, el mismo que entre el agua y el vino.
Al grano, comenzando por las noticias más recientes. Hace unos días se celebró en Donostia, después de diversos obstáculos, una manifestación que reivindicaba los derechos nacionales, colectivos e individuales de nuestro país. Simultáneamente a su conclusión, el Ministerio del Interior español filtraba la noticia de que «dos etarras huidos habían sido detenidos por la Policía». Uno de ellos en la costa de Tarragona. ¿Campaña de ETA contra intereses turísticos?
La realidad es bien conocida. El detenido en la costa catalana viajaba con su familia. Como todo el mundo sabe, primera señal inequívoca de las costumbres de un clandestino. La detención tenía que ver con el cumplimiento pendiente de parte de su condena. La segunda detención, en Donostia, con alevosía y ánimo de confundir. Sobre Regina no pesaba siquiera una requisitoria. Pero era una «militante de ETA huida». Dos días más tarde, en plena Semana Grande, denunciaba su situación. Desde la calle, no desde un calabozo como cabría suponer.
Al día siguiente, para eso la propaganda, la noticia en España no fue precisamente el éxito de la manifestación donostiarra, sino la detención de los dos «militantes huidos de ETA». ¿Manipulación?, pensará más de uno. ¿Casualidad?, el más ingenuo.
El hecho comentado se produce cada vez que las noticias generadas desde Euskal Herria toman un sesgo positivo. Positivo en el sentido que entiende la sociedad de nuestro tiempo: lejano al conflicto, sin crispación, plural, etcétera. Ya sé que habría que matizarlo y, quizás, añadirle comillas. Pero la sociedad de la (des)información se mueve por códigos muy sencillos.
¿Por qué tienen tanto interés Madrid y París en encajar el tema vasco en esas coordenadas? Evidente. Necesitan mantener la tensión, construir aunque sea guerras de mentiras para avalar su imposición, porque el adagio de que «en la guerra todo vale» es asumido por la mayoría de la sociedad. Fuera de ese escenario, la defensa de las posiciones gubernamentales hace agua.
En consecuencia, la información no es tal, sino propaganda. Al viejo estilo falangista. Lo vasco, en su generalidad y también en sus particularidades, es algo que, de una forma u otra, debe ser asociado a la delincuencia, al terrorismo, a todo aquello que en ese sencillo código informativo ofrezca sensaciones «negativas» al conjunto de la sociedad española. De esa manera, las aspiraciones legítimas se convierten en cuestión de guerra. Como la bronca que le echó Rodolfo Ares a Odón Elorza cuando el alcalde donostiarra denunció la tortura. Con una sinceridad propia de un fanático religioso, el actual consejero de Interior de Lakua lo dejó claro: «la tortura no es un cuestión de derechos humanos, sino de lucha antiterrorista».
El enorme cúmulo de casualidades no deja lugar a la mayor. En algún lugar, probablemente en algún ala de los Servicios Españoles de Inteligencia, un gabinete de especialistas en comunicación, entre otros, coordina todos los movimientos de la mayoría social y sindical vasca para contrarrestar su impulso político. Un gabinete con los galones necesarios para poder «sugerir» detenciones en Francia, Portugal, Italia o donde haga falta en el momento comunicativamente más oportuno. Un gabinete tan poderoso que es capaz de ordenar a presidentes autonómicos o consejeros de Interior el mensaje que deben transmitir en momentos determinados.
Sé que alguno pensará que soy admirador a teorías conspirativas. No es así, ni mucho menos. En general las destierro. Sí, en cambio, soy aficionado a la ciencia matemática. Lo he reconocido en más de una ocasión, a pesar de que me gano la vida con las letras. Y una rama de las matemáticas, también de la Filosofía y de otras materias, es la estadística. Decenas de sucesos en el último año han sido provocados por el ejercicio hispano del Teorema de la Casualidad.
Recuerdo, entre otros, los presuntos y falsos coches bomba en Madrid después de la mayor manifestación a favor de los derechos de los presos vascos. Las detenciones de Ondarroa y Hernani practicadas por la Ertzaintza en medio de las críticas a su labor por el acoso a los familiares de los prisioneros. La macrorredada a los jóvenes independentistas en medio de la crisis diplomática española en aguas cercanas a Somalia.
Recuerdo tantas «casualidades» para desviar la atención hacia nosotros los vascos que a veces pienso si en vez de asentarnos en rocas sedimentarias, como dicen los geólogos, no lo estaremos sobre magnetita. Y que por eso suscitamos en España tanta atención a lo que hagamos (y tantas ostias que me diría un colega del barrio que ya ha pasado unas cuantas veces por calabozos policiales). A ver cuando cambia la orientación magnética de la tierra y podemos librarnos de tanta atracción.