Josefina Lamberto Yoldi lleva una vida de amargura, de sinsabores, de miedo y de desconfianza.
A sus 81 años, mira hacia adelante con un poco más de ilusión. Se ha visto acogida con cariño en la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, de la que forma parte de su junta directiva; ha asistido en primera fila al homenaje ‑hace dos años- que se dispensó a su hermana, y a los 45 fusilados más, en Larraga y hoy verá publicada la esquela de su padre, Vicente, y de Maravillas, su hermana. «Procuro mirar adelante pero siempre me queda un residuo, una amargura que me produce una gran pena aquí»-dice señalándose el corazón-. «No creo que esto me reconforte porque no me van a dar nada de lo que he perdido pero creo que los que vienen detrás tienen que saber lo que hemos pasado».
Josefina Lamberto Yoldi es hija de Vicente, un labrador de Larraga afiliado probablemente a UGT, y hermana de Maravillas, la niña que a los 14 años por no dejar sólo a su padre fue conducida por un grupo de criminales franquistas hasta la secretaria del consistorio ragués donde la violaron para, posteriormente, matarla y dejar sus restos, más escondidos que los de su padre, abandonados en un bosque del valle de Yerri donde se supone fueron fusilados.
El padre fue enterrado, pero sus restos pudieron desaparecer cuando se realizó la concentración parcelaria. El cuerpo de Maravillas, cuentan algunos testigos que, destrozado por los perros, fue quemado con gasolina de tractores. Josefina, la menor de una familia integrada por padre, madre y cuatro hermanos, tenía 7 años cuando los matones irrumpieron en su casa, el 15 de agosto de 1936, y se llevaron al padre y a la hermana. «A mí me engañaron con un caramelo y uno me preguntó a ver donde guardaba mi padre las armas. Yo, que no sabía nada, les dije que había algo debajo de una teja, era un cable para arrancar piedras, y hasta eso se llevaron». Ese día marcó un antes y un después en la vida de una familia normal de Larraga. Josefina recuerda tiempos felices como cuando su padre les paseaba en la yegua.
Pero todo acabó. Después de aquella fatídica fecha, madre (Paulina Yoldi, de Allo) e hijas ‑Pilar y Josefina- perdieron todo. Abandonaron Larraga y fueron a vivir a Pamplona. «Alquilamos una habitación para las tres, primero en la calle Jarauta y luego en Descalzos. Mi madre tuvo que mendigar hasta que encontró un trabajo en Guerendiáin de la Estafeta. Se levantaba a las cuatro de la mañana para ganar una peseta más. Mi hermana se puso a servir y yo iba a la escuela de San Francisco. A los doce años me quisieron poner a servir y yo lloraba. A mi madre le debió dar pena y seguí en la escuela. Una profesora fabulosa, Cristina Macía, quiso que me dieran una beca pero mi madre no me podía mantener, así que a los 12 años también me tuve que poner a servir».
Josefina sabe mucho de sinsabores, de miseria. «Pedíamos el pan que les sobraba a los soldados que estaban en el Portal de Francia y en la Vuelta del Castillo». No olvida el viaje que hizo con su madre a Larraga porque les reclamaban la contribución por la casa que habían tenido que dejar por falta de ingresos. «Fuimos mi madre y yo hasta Tafalla en tren y de Tafalla a Larraga, andando. Yo, con 8 años, le preguntaba todo el rato: madre ¿cuándo llegamos? y ella me decía: ves aquella lucecica que está ahí, aquello es. Llegamos y una de las vecinas nos dejó dormir en su casa, eso sí, en la cocina; mi madre en una silla y yo en el albardo del burro. Además nos habían sacado el baúl con nuestras cosas a un camino. Mi madre, que además se había quedado mal con lo que le habían hecho a su familia y a ella misma ‑estuvo tres días en un calabozo‑, me cogió y nos volvimos a Pamplona». Apenas ha tenido relación con el pueblo.
Tiene Josefina buena memoria y no oculta su rencor por el trato que recibió de las blancas, orden religiosa a la que perteneció durante 46 años. «Entré con 21 años y salí con 67. Quería ser misionera para cuidar a los niños y evitarles los sufrimientos que yo había pasado». Pero nada de esto se cumplió. Entrar al convento le supuso no ver más a su madre .«A ella no le gustó mi decisión y las monjas tampoco me dejaban ir a verla aunque los tres primeros años vivíamos las dos en Iruñea». Dice que siempre fue hermana, no madre, y le dedicaron a las tareas domésticas.
Está convencida de que por sus antecedentes familiares fue enviada a un convento de Karachi, en Pakistán, donde los primeros cuatro años no pudo hablar con nadie porque no conocía idiomas. «Gracias a una monja canadiense pude entender algo y aprendí el urdu». Volvió, catorce años después, cuando su hermana PIlar le avisó que su madre estaba mal y que quería verle. «Para cuando me hicieron los papeles y pude volver, mi madre llevaba ya tres días enterrada», recuerda con los ojos brillantes.
Su periplo vital continuó en Iruñea ‑donde estuvo monja otros 16 años- y en Madrid donde, tras 12 años más de convento, colgó los hábitos «por la incomprensión. Siempre fui para ellas hija de… y me trataron con desprecio. No se como no desperté antes ¡Que años más perdidos! Me dejaron tan tocada que ya no creo en nadie, ni voy a misa… Me gustaría que leyeran esto y pidieran perdón…»
Josefina se enroló en los grupos que a finales de los años setenta exhumaron cuerpos de fusilados en las cunetas navarras, «lo que no gustaba a la superiora porque decía que no estaba bien ya que yo tenía que hacer autostop». Respondió al general Salas Larrazabal con un escrito en prensa para aclarar que su hermana Maravillas no era una desaparecida de la Guerra Civil sino una asesinada, «lo que tampoco gustó en la casa. La superiora nos reunió a todas y nos dijo que si a alguna le metían en la cárcel que no pensara que la orden le iba a sacar, claro eso iba por mí»… A raíz de esto «me desterraron a Madrid». Otras circunstancias, como «las pegas que le pusieron para cuidar a su hermana y a su cuñado» contribuyeron a que se fuera apartando cada vez más de las monjas. Que una de las responsables le comentara que «algo harían» para justificar la atrocidad cometida contra su padre y su hermana fue determinante. En 1992 colgó los hábitos y tras vivir siete años en una residencia en Madrid, a través de una pariente, logró plaza en la Casa de Misericordia de Pamplona, donde vive desde hace siete años.
Se levanta a las 6.30 y de siete a diez trabaja doblando ropa en la Meca, por lo que recibe una pequeña gratificación. Luego, de 10 a 12.30 , ayuda como voluntaria a preparar la comida en el comedor París, donde se sirve comida a personas sin recursos. También es de la junta directiva de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, donde, dice haber encontrado a unas personas con las que poder hablar de su vida y en las que ha encontrado comprensión. «Después tanta soledad, con éstos… ésto es vida». «Duermo mejor, más tranquila y trabajo mucho», dice una Josefina que, según compañeros como Koldo Pla o Josetxo Arbizu, «ahora sonríe y ha rejuvenecido».
Y es que ha comenzado a recoger frutos. Entre ellos, haber logrado que su hermana Maravillas tenga un certificado de defunción. «No lo tenía y lo tuvimos que tramitar, fue muy difícil. Primero, el Ayuntamiento de Yerri nos hizo una negativa, es decir certificar que no estaba inscrita». Con ello, más documentación de José Mª Jimeno Jurio de hace veinte años que cuenta la historia, fotos de gente que encontró los restos de Vicente y Maravillas, y de personas que habían enterrado el cuerpo del padre, ya que el de la joven fue quemado en el lugar, se dirigieron al juzgado de Estella donde se abrió un expediente. Una vez aceptados los testimonios se envió al Ayuntamiento de Yerri donde quedó inscrita la defunción. «Eso sí ‑precisa Koldo Pla- como no se permitía poner las causas de la muerte, sólo recoge que murió el 15 de agosto de 1936. Peor es lo del padre que «murió a causa del glorioso alzamiento».
La vida de Josefina ha estado marcada por estas dos muertes. «Mi ilusión era encontrarlos y recogerlos. Llevo la pena en el corazón. No se puede olvidar. Me ha condicionado la vida. Fíjate, al padre le dijeron que se fuera a Francia, pero no quiso. Decía que no había hecho nada. ¿Que habían hecho? como ya le dije a la superiora: mi padre trabajar y Maravillas, ser demasiado hermosa…». Ahora sólo pide que no se oculte la historia. «Las cosas se saben pero la gente joven también tiene que saber y para ello se tiene que poner en los libros de texto. Fui una vez dar el sermón a un colegio y les dije a los niños que estudien, que sean buenas personas y que no permitan que esta historia se repita».
Vidas de sufrimiento y de desprecio, las que han pasado estas autenticas heroinas, estas autenticas victimas con mayusculas. Victimas del fascismo español, victimas de los criminales falangistas y victimas de la amnesia colectiva en la que se sumergio gran parte de la sociedad navarra.
Victimas tambien de la reconciliacion nacional que pregonaron el PCE y esta estirpe de grupos, que no dudaron en reconciliarse con los criminales falangistas y colaborar en el olvido. No querian que se supiesen estas cosas, que suponian un problema para la «trancision democratica» y la «reconciliacion nacional»
Euskal Herria jamas olvidara a Maravillas ni al resto de las victimas del holocausto fascista español. Maravillas, agur eta ohore, Maravillas beti gurekin eta gure bihotzetan!
Foto de Maravillas, niña de Nafarroa asesinada por las hordas fascistas
Su hermana Josefina