Como todos saben pero pocos dicen, tras la muerte de Franco una buena parte de la izquierda (PCE) pactó con la socialdemocracia (PSOE) y con la derecha “civilizada” una operación de maquillaje y puesta al día que permitiera cambiar algunas cosas en la superficie para que nada cambiara en lo sustancial, es decir, para que el poder siguiera en las mismas manos (y unas pocas más). Franco lo dejó todo atado y bien atado, y el Pacto de la Moncloa se limitó a aflojar algunos nudos para que la presión social no rompiera las cuerdas. Durante tres décadas, la fórmula ha dado buenos resultados (para los explotadores, se entiende), y es comprensible que intenten seguir aplicándola a pesar de su desgaste, e incluso que pretendan utilizarla para bloquear otros procesos potencialmente transformadores.
Si el reciente proyecto de pacto entre formaciones independentistas vascas (iniciado con el documento “Bases de un acuerdo estratégico entre fuerzas políticas independentistas” suscrito en Bilbo el pasado 20 de junio por Eusko Alkartasuna y la izquierda abertzale) lo estuvieran impulsando Aralar, EA y el PNV, el paralelismo con la fórmula de la “transición” (izquierda conciliadora + socialdemocracia + derecha civilizada) sería casi perfecto, y habría que temerse lo peor (pues en estos momentos no hay nada peor que el continuismo). Pero la presencia de la izquierda abertzale, así como la momentánea ausencia del PNV, hace que la situación sea radicalmente distinta. Porque la izquierda abertzale ‑y ese es su mayor mérito- se ha desarrollado en continua y estrecha relación con las organizaciones de base y los movimientos sociales, con las luchas de los trabajadores y las mujeres, con las propuestas de artistas e intelectuales, con los procesos transformadores de otros pueblos… Al igual que la revolución cubana, la lucha por la independencia y el socialismo en Euskal Herria supone una refutación real ‑y no meramente retórica- de la barbarie capitalista y de su estrategia “globalizadora”; no es casual que ambos procesos tengan la misma edad y sean objeto de la misma persecución por parte de los mismos criminales, los enemigos de los pueblos del mundo, y tampoco es casual que sean los grandes referentes de la verdadera izquierda.
La izquierda abertzale no lo tendrá nada fácil en su negociación con EA y Aralar, y aún más difíciles se le pondrán las cosas cuando, de una forma u otra, el PNV se suba a un carro al que no tiene más remedio que subirse si no quiere perder el tren de la historia; pero más difícil ‑por no decir imposible- lo tendrán sus socios coyunturales si pretenden repetir la jugada de la seudotransición española y neutralizar, mediante el chantaje o el soborno, a una izquierda auténtica que diariamente se alimenta de las mentes más lúcidas y los corazones más generosos de un pueblo que lucha por su independencia.
Hace poco le pregunté a un miembro de Batasuna hasta dónde estaban dispuestos a ceder. En realidad era una pregunta retórica, y me dio la única respuesta que se puede dar desde la verdadera izquierda, es decir, desde el antidogmatismo y la dialéctica: “Cederemos en la medida en que las circunstancias nos indiquen que podemos ceder sin renunciar a nuestros objetivos”. Todo un programa político. El único deseable, el único posible.
Carlo Frabetti