Quisiera unirme a las mujeres y a los hombres que en este momento en Puerto Rico se juntan para rendir homenaje a Lolita Lebrón.
La conocí personalmente en Nueva York una noche del otoño de 1979 cuando fui a buscarla a Park Avenue para acompañarla hasta el edificio de la Misión Permanente de Cuba ante la ONU que estaba rodeado por un férreo dispositivo policial. Allí la esperaba Fidel quien no quiso regresar a Cuba sin antes encontrarse con ella y sus compañeros recién liberados tras cumplir 25 años de encierro en prisiones norteamericanas.
Nos abrazamos y caminamos charlando como si fuéramos viejos amigos. En realidad lo éramos. Lo primero que hizo Lolita fue preguntarme por Margarita, mi esposa, con quien había estado en comunicación durante los largos años de encierro por intermedio de las pocas personas que a ella podían visitarla.
Caminar bajo la noche estrellada, abrazado a una leyenda viviente, es algo que jamás puede olvidarse. Todavía la recuerdo repitiendo con su dulce energía que ella nunca dejaría de luchar por la independencia de su Patria. Ella, que, como su maestro, definió siempre a la Patria como valor y sacrificio.
La joven bella y resuelta que, rodeada por quienes la apresaban, el 1ro de marzo de 1954 dijo simplemente: “Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico.”
Por Puerto Rico sacrificó su juventud y soportó los mayores sacrificios bajo un sistema carcelario que con ella fue especialmente cruel. Pero el Imperio nunca pudo doblegarla.
Que no se diga que Lolita ha muerto. Ella vive porque Puerto Rico no morirá jamás, porque, gracias a ella, su Patria será libre.
Seguiremos caminando juntos, abrazados, hasta la Victoria siempre.
Ricardo Alarcón de Quesada