Radi­ca­li­za­ción del femi­nis­mo, radi­ca­li­za­ción de la demo­cra­cia – Cua­der­nos del feminismo

Demo­cra­cia: ¿gobierno por el pue­blo? o ¿gobierno por el poder del pue­blo?. ¿Cuán­do fue real­men­te que el pue­blo gober­nó? Des­de su ori­gen, para el femi­nis­mo la cues­tión se cen­tra en las muje­res como par­te inte­gran­te del pue­blo que gobier­na. La cons­ti­tu­ción de la esfe­ra polí­ti­ca fue his­tó­ri­ca­men­te rea­li­za­da como un domi­nio de hom­bres. La polí­ti­ca como domi­nio de hom­bres está rela­cio­na­do a una domi­na­ción sobre las muje­res en el espa­cio de la vida pri­va­da, lo que ya con­lle­va una exi­gen­cia de radi­ca­li­dad en el sen­ti­do de pen­sar la Demo­cra­cia no sólo como un sis­te­ma polí­ti­co sino como una for­ma pro­pia de orga­ni­za­ción de la vida social. La orga­ni­za­ción polí­ti­ca del femi­nis­mo vie­ne de la revuel­ta de las muje­res for­ja­da en una expe­rien­cia his­tó­ri­ca con­cre­ta de rela­cio­nes socia­les de des­igual­dad. La pra­xis femi­nis­ta es acción polí­ti­ca y pen­sa­mien­to crí­ti­co. Por lo tan­to, el radi­ca­li­zar la acción está rela­cio­na­do con la rein­ven­ción de la prác­ti­ca polí­ti­ca y la pro­duc­ción teó­ri­co-ana­lí­ti­ca femi­nis­ta en varios cam­pos del saber. Para la cons­truc­ción del suje­to, cono­cer y actuar son dimen­sio­nes inse­pa­ra­bles. La pro­duc­ción del saber es tam­bién una esfe­ra de domi­na­ción mas­cu­li­na. Domi­na­ción sim­bó­li­ca direc­ta­men­te diri­gi­da a la repro­duc­ción de la domi­na­ción y de la explo­ta­ción mate­rial –patriar­cal y capitalista.

La orga­ni­za­ción polí­ti­ca del femi­nis­mo vie­ne de la revuel­ta de las muje­res for­ja­da en una expe­rien­cia his­tó­ri­ca con­cre­ta de rela­cio­nes socia­les de des­igual­dad. La pra­xis femi­nis­ta es acción polí­ti­ca y pen­sa­mien­to crí­ti­co. Por lo tan­to, el radi­ca­li­zar la acción está rela­cio­na­do con la rein­ven­ción de la prác­ti­ca polí­ti­ca y la pro­duc­ción teó­ri­co-ana­lí­ti­ca femi­nis­ta en varios cam­pos del saber. Para la cons­truc­ción del suje­to, cono­cer y actuar son dimen­sio­nes inse­pa­ra­bles. La pro­duc­ción del saber es tam­bién una esfe­ra de domi­na­ción mas­cu­li­na. Domi­na­ción sim­bó­li­ca direc­ta­men­te diri­gi­da a la repro­duc­ción de la domi­na­ción y de la explo­ta­ción mate­rial –patriar­cal y capitalista.
En el movi­mien­to femi­nis­ta hay una diver­si­dad de orga­ni­za­cio­nes y luchas, pero tam­bién hay des­igual­dad entre las muje­res que lo com­po­nen. Muje­res de cla­ses des­igua­les; muje­res de razas dife­ren­tes trans­for­ma­das his­tó­ri­ca­men­te en des­igual­da­des; muje­res negras; muje­res indí­ge­nas y rura­les; tra­ba­ja­do­ras domés­ti­cas que cons­ti­tu­yen mayo­ri­ta­ria­men­te una cla­se de muje­res pobres; des­igual­da­des entre­la­za­das de cla­se, de raza, de géne­ro; muje­res lés­bi­cas que se radi­ca­li­zan con­tra las heren­cias del padrón hete­ro­se­xual domi­nan­te. Muje­res con nece­si­da­des espe­cia­les. Muje­res de varias gene­ra­cio­nes que traen con­flic­tos inhe­ren­tes entre trans­mi­sión y rein­ven­ción. Radi­ca­li­zar es vivir el con­flic­to interno en el movi­mien­to, enfren­tan­do demo­crá­ti­ca­men­te las varias ten­den­cias y pro­po­si­cio­nes y, al mis­mo tiem­po, pro­du­cir con­flic­to en la socie­dad en torno a sus pro­po­si­cio­nes. Es ser refe­ren­cia para otras muje­res fue­ra del espa­cio de su pro­pia orga­ni­za­ción. La radi­ca­li­za­ción del femi­nis­mo pro­cla­ma res­pe­to con res­pec­to a su pro­pia for­ma de orga­ni­za­ción y a su acción en el mun­do. Esto es para aden­tro y para afue­ra. Si el movi­mien­to es radi­cal su orga­ni­za­ción exi­ge de inme­dia­to los medios para enfren­tar las con­tra­dic­cio­nes de las muje­res en la vida coti­dia­na para ejer­cer el dere­cho de ser suje­to polí­ti­co –ya que la ins­ti­tu­ción de las muje­res como suje­to es una con­quis­ta del feminismo.

Para pen­sar en una pro­pues­ta radi­cal de lucha femi­nis­ta es impor­tan­te pen­sar en el acce­so al espa­cio de lucha. De lo con­tra­rio, la des­igual­dad social y las dis­cri­mi­na­cio­nes se trans­for­man per­ver­sa­men­te en un défi­cit del suje­to. En lo coti­diano hay blo­queos para que las muje­res se movi­li­cen entre las esfe­ras públi­ca y pri­va­da: la vio­len­cia sexual y domés­ti­ca, el pre­con­cep­to, la doble jor­na­da y la fal­ta de tiem­po, entre otros. El tra­ba­jo de las muje­res en las esfe­ras pro­duc­ti­va y repro­duc­ti­va está mar­ca­do por la des­igual­dad de la divi­sión sexual del tra­ba­jo. Nece­si­ta­mos res­pon­der teó­ri­ca y polí­ti­ca­men­te a la trans­for­ma­ción de los fun­da­men­tos eco­nó­mi­cos de esa divi­sión y de las rela­cio­nes socia­les pro­du­ci­das por ella.

La mer­can­ti­li­za­ción del cuer­po de las muje­res, del pla­cer y la cana­li­za­ción de la explo­ra­ción sexual son una dimen­sión impor­tan­te de la glo­ba­li­za­ción eco­nó­mi­ca. Las muje­res son con­si­de­ra­das pun­tos estra­té­gi­cos del con­su­mis­mo. Y el lla­ma­do sexual es el ele­men­to cen­tral del méto­do. La indus­tria cul­tu­ral, por medio de los medios más diver­sos de comu­ni­ca­ción, pro­du­ce cons­tan­te­men­te las más alo­ca­das for­mas de alie­na­ción y cap­tu­ra de todas las pro­pues­tas de liber­tad e igual­dad. Y tam­bién es en el terreno de la sexua­li­dad que la fuer­za repre­si­va de las ins­ti­tu­cio­nes reli­gio­sas y fun­da­men­ta­lis­tas han pro­du­ci­do con­tro­les y abu­sos en nom­bre de prin­ci­pios tras­cen­den­tes. La ile­ga­li­dad y clan­des­ti­ni­dad del abor­to siem­pre sir­vie­ron a los intere­ses mer­can­ti­les y, al mis­mo tiem­po, al poder de las igle­sias en la domi­na­ción sobre la vida de las mujeres.
En Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be, el poder del Esta­do ha esta­do his­tó­ri­ca­men­te en manos de hom­bres que, en gene­ral, o son o están liga­dos a los seño­res de la tie­rra, de la indus­tria, del capi­tal finan­cie­ro, subor­di­na­dos y alia­dos de los seño­res del Nor­te. El patri­mo­nia­lis­mo, que tuvo gran peso en la con­for­ma­ción de estos Esta­dos, la vio­len­cia en el cam­po, la vio­len­cia sexual, el racis­mo, la homo­fo­bia, la vio­len­cia sobre el pue­blo indí­ge­na, la con­cen­tra­ción de ren­ta y su rever­so, la pobre­za, son mar­cas que per­sis­ten des­de tiem­pos inme­mo­ria­les. ¿Qué tie­ne que ver el femi­nis­mo con todo esto? La demo­cra­ti­za­ción de la vida social debe ser por lo tan­to radi­cal en rela­ción al capi­ta­lis­mo, al patriar­ca­do, al racis­mo, a la hete­ro­se­xua­li­dad como mode­lo hege­mó­ni­co, a las for­mas de admi­nis­trar el poder polí­ti­co, a las ins­ti­tu­cio­nes que sus­ten­tan la domi­na­ción y la explo­ta­ción: igle­sia, fami­lia, Estado.
En Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be, el poder del Esta­do ha esta­do his­tó­ri­ca­men­te en manos de hom­bres que, en gene­ral, o son o están liga­dos a los seño­res de la tie­rra, de la indus­tria, del capi­tal finan­cie­ro, subor­di­na­dos y alia­dos de los seño­res del Nor­te. El patri­mo­nia­lis­mo, que tuvo gran peso en la con­for­ma­ción de estos Esta­dos, la vio­len­cia en el cam­po, la vio­len­cia sexual, el racis­mo, la homo­fo­bia, la vio­len­cia sobre el pue­blo indí­ge­na, la con­cen­tra­ción de ren­ta y su rever­so, la pobre­za, son mar­cas que per­sis­ten des­de tiem­pos inme­mo­ria­les. ¿Qué tie­ne que ver el femi­nis­mo con todo esto? La demo­cra­ti­za­ción de la vida social debe ser por lo tan­to radi­cal en rela­ción al capi­ta­lis­mo, al patriar­ca­do, al racis­mo, a la hete­ro­se­xua­li­dad como mode­lo hege­mó­ni­co, a las for­mas de admi­nis­trar el poder polí­ti­co, a las ins­ti­tu­cio­nes que sus­ten­tan la domi­na­ción y la explo­ta­ción: igle­sia, fami­lia, Estado.
Las muje­res, sobre todo negras e indí­ge­nas, cons­ti­tu­yen la mayo­ría de los pue­blos pobres de Amé­ri­ca del Sur y el Cari­be. Si el femi­nis­mo en Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be no enfren­ta la pobre­za de las muje­res, no tie­ne cómo radi­ca­li­zar­se. Si no enfren­ta la demo­cra­ti­za­ción de la tie­rra y el acce­so de las muje­res a ese dere­cho, no hay radi­ca­li­za­ción. Si no enfren­ta el dere­cho a nues­tro pro­pio cuer­po, no hay radi­ca­li­za­ción. El femi­nis­mo se tie­ne que popu­la­ri­zar, exten­der­se por todos los luga­res don­de las muje­res están sien­do explo­ta­das y vio­len­ta­das, crean­do raí­ces como una orga­ni­za­ción polí­ti­ca vuel­ta a la trans­for­ma­ción social. ¿Cuál es la capa­ci­dad del movi­mien­to femi­nis­ta para reco­no­cer todas las expre­sio­nes de luchas coti­dia­nas de milla­res de muje­res que pro­du­cen cam­bios en las comu­ni­da­des don­de viven, en las ins­ti­tu­cio­nes don­de tra­ba­jan, que se defi­nen como femi­nis­tas ‑o no- y que for­jan un amplio movi­mien­to de muje­res? ¿Cómo se rela­cio­na el femi­nis­mo con esa movi­li­za­ción de muje­res? Esa es una cues­tión que debe ser pues­ta como una rela­ción dia­léc­ti­ca entre el femi­nis­mo y el movi­mien­to de muje­res en general.

Para mí, radi­ca­li­zar es tam­bién luchar con­tra la hege­mo­nía de una visión libe­ral de demo­cra­cia, como si la demo­cra­cia libe­ral fue­se la úni­ca expe­rien­cia his­tó­ri­ca y defi­ni­ción posi­ble de la demo­cra­cia. La radi­ca­li­za­ción pasa tam­bién por la no acep­ta­ción de la idea de que los fines jus­ti­fi­can los medios.

¿Cuá­les son las for­mas de demo­cra­cia polí­ti­ca que esta­mos for­jan­do? ¿Teo­ri­zan­do, prac­ti­can­do, defen­dien­do, alte­ran­do? Repre­sen­ta­ti­va, par­ti­ci­pa­ti­va, demo­cra­cia direc­ta. ¿Cómo demo­cra­ti­zar el sis­te­ma de poder polí­ti­co? ¿Cómo el femi­nis­mo ha enfren­ta­do de hecho al sis­te­ma de poder polí­ti­co, pro­du­ci­do crí­ti­ca, con­fron­ta­ción? ¿Cómo se colo­ca aho­ra para el movi­mien­to femi­nis­ta la cues­tión de poder? Enfren­tar ese sis­te­ma, en el cual se imbri­can las estruc­tu­ras que repro­du­cen las des­igual­da­des, requie­re una inmen­sa capa­ci­dad de orga­ni­za­ción, de soli­da­ri­dad y de gene­ro­si­dad en el inte­rior de nues­tras arti­cu­la­cio­nes, así como una capa­ci­dad crí­ti­ca para com­ba­tir tam­bién en noso­tras las for­mas de actuar here­da­das de la tra­di­ción de ese sis­te­ma que com­ba­ti­mos y de las tra­di­cio­nes polí­ti­cas autoritarias.

Entre la frag­men­ta­ción ato­mi­za­da y los mode­los tota­li­ta­rios, tene­mos que inven­tar pro­ce­sos de demo­cra­cia radi­cal que sean capa­ces de alte­rar el orden social vigen­te y tam­bién las for­mas de hacer polí­ti­ca. No vamos a incu­rrir en los ries­gos de bus­car una tota­li­dad, de ins­ta­lar mode­los de futu­ro cerra­dos. La capa­ci­dad de enfren­tar demo­crá­ti­ca­men­te por medio del diá­lo­go las dife­ren­cias y los con­flic­tos, es un desa­fío para la orga­ni­za­ción del femi­nis­mo. Negar el con­flic­to sólo fra­gi­li­za la lucha y dis­mi­nu­ye la capa­ci­dad de orga­ni­zar una resis­ten­cia colectiva.

La demo­cra­cia polí­ti­ca radi­cal exi­ge una nue­va cul­tu­ra polí­ti­ca. Es pre­ci­so repen­sar los méto­dos femi­nis­tas de cons­truir auto­no­mía, rela­cio­nes no jerár­qui­cas, den­tro del movi­mien­to y en rela­ción a otros movi­mien­tos, reafir­man­do siem­pre la plu­ra­li­dad de los suje­tos. El Foro Social Mun­dial nos pre­sen­ta un gran desa­fío en este sen­ti­do. De entre los desa­fíos que tene­mos, la movi­li­za­ción y la con­cien­cia crí­ti­ca son ele­men­tos estratégicos.

Por eso, la orga­ni­za­ción polí­ti­ca, la socia­li­za­ción de los sabe­res y los pro­ce­sos edu­ca­ti­vos vuel­tos para la for­ma­ción de suje­tos son indi­so­cia­bles como méto­do para una pra­xis trans­for­ma­do­ra. Hay una rela­ción dia­léc­ti­ca entre los pro­ce­sos colec­ti­vos de acción polí­ti­ca trans­for­ma­do­ra y las expe­rien­cias alter­na­ti­vas, las “micro revuel­tas”, las adqui­si­cio­nes de dere­chos y la lucha den­tro de las ins­ti­tu­cio­nes que en la vida coti­dia­na for­jan nue­vas expe­rien­cias. Tene­mos que for­ta­le­cer las bases orga­ni­za­cio­na­les de un inter­na­cio­na­lis­mo crí­ti­co y acti­vo, capaz de opo­ner­se ver­da­de­ra­men­te al libe­ra­lis­mo, al terror y a la gue­rra, a la mer­can­ti­li­za­ción de la vida y de los bie­nes comu­nes de la natu­ra­le­za, al fundamentalismo.

Un inter­na­cio­na­lis­mo que atra­vie­se la lucha des­de la aldea más recón­di­ta has­ta los gran­des cen­tros urba­nos. Recu­pe­rar la uto­pía –como frac­tu­ra per­ma­nen­te con lo que hay. La Uto­pía nos saca del ali­nea­mien­to de lo que está dado. Uto­pía como aber­tu­ra para trans­for­mar y no como repre­sen­ta­ción de un mode­lo. Es como dice Cris­ti­na Buar­que: “es nece­sa­rio mos­trar cla­ra­men­te lo que recha­za­mos”. Expre­sar con deter­mi­na­ción nues­tra opo­si­ción. El momen­to de la acción polí­ti­ca trans­for­ma­do­ra es tam­bién de inven­ción de nue­vas rela­cio­nes, de cons­truc­ción de sub­je­ti­vi­dad y, por lo tan­to, de rein­ven­ción colec­ti­va y de rein­ven­ción de noso­tras mismas.
* Con­fe­ren­cia de María Beta­nia Ávi­la ‑Arti­cu­lação de Mulhe­res Bra­si­lei­ras, Arti­cu­la­ción Femi­nis­ta Mar­co­sur y Direc­to­ra de SOS Cor­po– Ins­ti­tu­to Femi­nis­ta para la Democracia‑, en el 10º Encuen­tro Femi­nis­ta Lati­no­ame­ri­cano y del Cari­be, rea­li­za­do en octu­bre de 2005 en Serra Negra, Brasil.
Fuen­te: http://​cua​der​nos​fem​.blogs​pot​.com/​2​0​1​0​/​0​8​/​r​a​d​i​c​a​l​i​z​a​c​i​o​n​-​d​e​l​-​f​e​m​i​n​i​s​m​o​.​h​tml

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