En lo que va del año los mercados financieros están metidos en una montaña rusa de “olas de optimismo y pesimismo”, en la mejor definición de Keynes. A comienzos del año, reflejando la creencia en una recuperación económica continuada, subieron las bolsas de valores, se mantuvieron relativamente altos los precios de las materias primas, y bajaron las tasas de interés para empresas. Pero después vino la crisis griega, precedida por el temblor que emanó de Dubai, y seguida por la incertidumbre en torno a la deuda española, irlandesa, portuguesa e incluso italiana. En consecuencia, a finales de abril aumentó la volatilidad en los mercados financieros; subieron las tasas interbancarias y los spreads que se pagan por los bonos de empresas; cayeron las acciones; y cayó el euro en relación al dólar y el yen. El spread de los bonos griegos llegó a superar los 1200 puntos básicos. Los bonos de Estados Unidos y Alemania, y el oro, volvieron a ser refugios de valor. Los pronósticos sobre una nueva caída de la economía global –la idea de un movimiento en W– cobraron fuerza.
Pero en las semanas siguientes la situación mejoró parcialmente. El euro recuperó algo del terreno perdido, subió Wall Street –hacia el 20 de julio estaba un 7% por encima de su punto más bajo este año – , el petróleo y otras materias primas. Bajó la prima que se paga por la deuda griega, y de otros países. Las buenas ganancias presentadas por las empresas de Estados Unidos, más noticias alentadoras sobre perspectivas de los empresarios (ejemplo encuesta del verano boreal JP Morgan Markit, realizada a 11.000 corporaciones en todo el mundo), sustentaron el veranito.
Pero no iba a durar. Al escribir estas líneas –12 de agosto– cobraron nueva fuerza los temores de una recaída de la economía. Wall Street viene cayendo, y ya está en terreno negativo en su rendimiento anual; el dólar está en los mínimos contra el yen en 15 años; el euro sufre ventas masivas; la Reserva Federal acaba de hacer pronósticos bastante sombríos, y otro tanto el Banco de Inglaterra sobre la economía británica; el déficit comercial de Estados Unidos sigue ampliándose (y demanda interna sigue debilitándose); la creación de empleo en los países desarrollados está estancada; China se desacelera; los inversores nuevamente se refugian en los títulos de Estados Unidos, Alemania y en el oro. La idea más generalizada entre los economistas y de los organismos internacionales es que la recuperación en los países desarrollados será muy débil. La economía se movería en forma de una L, al estilo Japón 1992 – 2010 (o con un ascenso lento). Y aumentan las probabilidades de una nueva caída global; que podría volver a arrastrar a los países atrasados.
El objetivo de esta nota es examinar con algún detalle esta coyuntura, ubicarla en la dinámica que ha tenido la Gran Recesión, para terminar con algunas conclusiones provisorias.