Cuando se examina la colección legislativa de los tiempos de Franco, nos tropezamos de inmediato con la superabundancia de leyes para hacer del estado de derecho una herramienta móvil sumamente variable al servicio de la política del gran genocida. Eran leyes para uso interno del poder y no estaban abrevadas, ni remotamente, en los grandes principios del Derecho. Las Cortes colaboraban con entrega y entusiasmo a esta tarea de apoyo a la política del dictador, incluyendo los procuradores por el tercio familiar, que querían representar el supuesto espíritu democrático y representativo del alto organismo legislativo.
Cuando repaso este periodo de nuestra historia hallo sensibles paralelismos con lo que nos sucede en el presente. El conjunto de los diputados que cumplen nómina en la Carrera de San Jerónimo suscita una imagen de tercio familiar, ya sea familiar de la Moncloa o de la Zarzuela. La democracia se torna orgánica y verticalista en esta numerosa asamblea donde hasta los representantes nacionalistas tascan el bocado con decidida voluntad de entendimiento entre iniciados.
Legislan escandalosamente para ellos. La democracia no aparece como la voz de la ciudadanía, sino que se reduce a un estructuralismo interno convoyado por los tribunales y las denominadas fuerzas de orden público, incluidas ahora las policías autonómicas.
Cada vez que en Euskadi, o en Catalunya, se produce un movimiento popular para devolver a la política el oxígeno que necesita a fin de liberarla de la gangrena producida por los partidos, se ponen en marcha el aparato policíaco, la carcomida fiscalía, los jueces de la Audiencia Nacional y los diputados por el tercio familiar. Ahora ha tocado la represión a Adierazi Euskal Herria y a quienes han querido sucederles en la petición de libertad para Euskadi. Adierazi Euskal Herria había conseguido el apoyo de numerosos grupos y organizaciones, partidos como Aralar, Eusko Alkartasuna, Alternatiba y sindicatos tan notorios como LAB y ELA. Y hasta ahí pudo funcionar la decisión democrática de estos ciudadanos vascos.
Un juez de la Audiencia Nacional, don Ismael Moreno, procedió a suspender la marcha ciudadana basándose, con lamentable tosquedad indiciaria, en que, según la fiscalía general del Estado ‑larga mano del Gobierno‑, los manifestantes estaban movidos por Batasuna, de suyo, dicen, permanente instrumento de ETA. Evidentemente, los fundados indicios son producto de una banderiza labor investigadora ‑con un terco resol ideológico- pregonada por las sociedades de víctimas del terrorismo, la Guardia Civil y la Policía Nacional, profundamente imbricadas en el diseño y dirección orgánica de la democracia actual. Un conjunto que podríamos denominar como «el rodillo».
Si en Europa sobrevivieran los valores, aunque fuera desteñidos, de la Ilustración, este tipo de sucesos conducirían a España a una grave situación de ostracismo. Suscita un profundo rubor que en el siglo XXI la dictadura grupal dé el tono de la vida política de los europeos. Europa es simplemente ya un libro de doble contabilidad donde se barajan cifras fraudulentas y trampas descaradas.
Y no sólo se procede a taponar con cinismo toda suerte de comunicación pública de cara a conseguir la normalidad política en Euskadi, sino que el ministro de Justicia proyecta negros nubarrones sobre Eusko Alkartasuna al afirmar que el Gobierno utilizará todos los instrumentos que le otorga la ley ‑la ley instrumentada por el tercio familiar- frente a EA como suscritora de un acuerdo de acción política con la izquierda abertzale. Es más, frente a un atisbo liberalizador del Tribunal Constitucional respecto al derecho de manifestación, el ministro de Justicia del Gobierno español anuncia una nueva legislación que proteja aún más el corrompido corralito político existente.
No sé donde puede acabar la contención de una caldera que está quedándose sin ningún aliviadero para el vapor que produce el horno gubernamental. ¿Nadie piensa en esto en la Carrera de San Jerónimo? Zapatero, Rajoy, Rubalcaba, Blanco, Caamaño, De la Vega… «¡Oigo, patria, tu aflicción/y escucho el triste concierto/que forman tocando a muerto/la campana y el cañón!»
Ahora bien, yo me pregunto que sucederá cuando la inmensa mayoría de la nación vasca ‑digo la inmensa mayoría- se vea definitivamente privada del ejercicio de toda dignidad por parte de sus debeladores, ¿se puede pedir a un pueblo, sobre todo tan antiguo como el vasco, que se acurruque en sí mismo para morir como un animal herido? ¿Creen en Madrid que cuatrocientos kilómetros de distancia sirven para proteger la inmensa injusticia que el Gobierno español está haciendo con los vascos? Hay que ser propietario de un pensamiento muy torpe para decidir que solamente la fuerza borra la historia de una comunidad tan rica. España se está destrozando a sí misma de cara al futuro. Ya no solicito que se funcione con justicia y honradez, sino que se haga en nombre de la debida conveniencia. La persecución de lo que en Madrid denominan como una minoría alcanza con su onda expansiva a toda la ciudadanía vasca.
Además ¿qué clase de lógica cabe en denominar minoría insignificante a algo que se persigue con tanto escándalo y furia? Además, aunque los abertzales de izquierda fueran pocos, que no lo son dadas las cifras electorales, en las familias llega a ofenderse a todos sus miembros, sean cuales sean sus relaciones internas, cuando se trata con agresiva y repetida obcecación a algunos de sus miembros. La calificación de cada miembro de esa familia corresponde siempre a la familia. No juegue nadie con las sombras, si existieren, porque tal comportamiento hiere a la luz entera. Lo que no funcione con arreglo a estas prudencias y respetos delata la existencia de un espíritu de horda ajena. ¿Tan torpe hacen suponer a España?
En España hay muchos españoles que confiesan, y soy testigo y aún receptor de ello, que se avergüenzan de sus gobiernos en una serie de asuntos y, ya que estamos en ello, de las relaciones de sumisión que quieren establecer para Catalunya y Euskadi. Pero esos españoles hablan en voz baja porque temen al insulto y a las desgraciadas consecuencias materiales que les aparejaría emitir audiblemente una opinión en tal sentido. ¿Quién afirma con descoco que en Euskadi hay que hablar en voz baja de lo español? ¿No han poblado los tales pregoneros del absoluto español con sus periódicos, sus radios y televisiones, sus policías y sus tribunales, sus políticos y su Ejército, la totalidad del horizonte vasco? Vamos a hablar con sinceridad y debatir con una reposada dignidad. ¿O esto resulta imposible para quienes se apoltronan en el poder de Madrid? Poco dan de sí, Señor.
Europa debería tener un organismo apropiado para considerar estas cuestiones; un observatorio que recogiese datos y emitiese información acerca de los pueblos que están solos luchando por su existencia plena. Ahora que la Unión Europea va a disponer de un monstruoso e inútil cuerpo diplomático en todo el mundo ‑doblando la costosa realidad de las embajadas estatales- no estaría mal que ese cuerpo fuera de auditores para los problemas internos de la propia Europa. Sería dinero eficaz por bien gastado.
Euskadi, Catalunya, Gales, Córcega, Cerdeña, Escocia, Bretaña y tantas otras naciones no merecen que alguien que no tiene su identidad hable de ellas ante el retórico e inválido Parlamento europeo. La voz de las naciones jamás se puede delegar, como el espíritu no se puede transferir. La democracia es un enorme pastel que hay que servirlo en trozos por alguien que posea la elegancia necesaria para cortarlos