[Fotos y Video] Jon Bil­bao, 28 años des­pués en casa, en Eus­kal Herria

Vein­tio­cho años y medio ha pasa­do en pri­sión Jon Bil­bao Moro, que ayer recu­pe­ró la liber­tad y toda­vía debió reco­rrer casi mil kiló­me­tros des­de Ala­cant has­ta Astra­bu­dua. Una eter­ni­dad, des­de cual­quier pun­to de vis­ta. Bas­ta recor­dar que en 1982, cuan­do cayó pre­so, Fran­co era his­to­ria recien­te, el Esta­tu­to de Ger­ni­ka aca­ba­ba de nacer, en Nafa­rroa ni siquie­ra exis­tía el Ame­jo­ra­mien­to, el 23‑F se aca­ba­ba de pro­du­cir y las tétri­cas siglas del GAL ni se cono­cían. En el pla­ne­ta, toda­vía impe­ra­ba la «gue­rra fría», Reagan lle­ga­ba a la Casa Blan­ca, los afga­nos lucha­ban con­tra otra inva­sión ‑la rusa‑, e ingle­ses y argen­ti­nos pelea­ban en las Malvinas.
Pero es en el ciclo vital de una per­so­na don­de el impac­to de 28 años y medio alcan­za una dimen­sión tre­men­da. Por ejem­plo, un tal Alfre­do Pérez Rubal­ca­ba era aún más atle­ta que polí­ti­co; un tal José Luis Rodrí­guez Zapa­te­ro, un des­co­no­ci­do estu­dian­te de Dere­cho en León; y otro tal Patxi López se pelea­ba con los estu­dios mien­tras ascen­día en Juven­tu­des Socia­lis­tas. Jon Bil­bao Moro tenía 26 años, más o menos los de todos ellos. Sale a la calle con 54. Ha pasa­do casi tres déca­das entre rejas, más de media vida, pero ni los años ni el ale­ja­mien­to ni el ais­la­mien­to han que­bra­do sus ideas.
Esta es la pri­me­ra con­clu­sión, la más evi­den­te. La apues­ta del Esta­do por lle­nar las cár­ce­les y tirar la lla­ve al mar no le ha dado nin­gún rédi­to polí­ti­co, sólo ha mos­tra­do su cruel­dad. Pero esta cons­ta­ta­ción no es la úni­ca, ni ali­via el inten­so sufri­mien­to que sigue gene­ran­do la polí­ti­ca car­ce­la­ria día a día en este país. No sólo Espa­ña tie­ne un reto pen­dien­te, tam­bién ‑y sobre todo- lo tie­ne la ciu­da­da­nía vas­ca: impe­dir que casos como el de Jon Bil­bao Moro se repi­tan, hacer que Eus­kal Herria deje de ser un récord en Occi­den­te por tener más de 700 pre­sos polí­ti­cos con menos de tres millo­nes de habi­tan­tes y sufrir las con­de­nas más duras y lar­gas ‑más inclu­so que las cade­nas per­pe­tuas al uso-. Y urge, para empe­zar, con­se­guir que el mun­do conoz­ca esta injus­ti­cia que ayer vol­vió a pasar
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