El domingo 26 el pueblo venezolano se juega mucho más que unos diputados o diputadas. El domingo se le abre la puerta a la esperanza de una vida sustentable, justa e igualitaria o se abren las puertas del infierno. Esto lo sabe bien el capitalismo globalizado y sus representantes criollos y ‑desde luego- tiene que tenerlo igualmente claro nuestro pueblo. La agresión global, generalizada y abierta que hoy sufre la Revolución Bolivariana obedece a esta verdad. Sabe bien el imperialismo global que en Venezuela está tomando cuerpo una forma de socialismo que desafía su preeminencia y prerrogativas hasta ahora aseguradas. En diciembre, al modo de los caballeros medievales que combatían con el pañuelo de la dama atado a la lanza en ristre, esa dulce, bella, tierna y explotada, hambrienta y ansiosa dama que es la humanidad entera, ora, cruzas los dedos, invoca las fuerzas de lo alto y espera que el pueblo venezolano, ahora mismo su caballero valeroso derrote a la bestia.
Junto al pueblo estarán los grandes redentores de la humanidad, no estará sólo en el combate nuestro pueblo, todos estos días, hasta el momento final del domingo 26 de septiembre, allí estará a su lado la fuerza irresistible del amor de Jesús; la espada invencible de Bolívar; el grito incontenible del general de hombres libres, Ezequiel Zamora; la sabiduría del maestro, Simón Rodríguez; el canto revolucionario del panita Alí y el recuerdo de los miles y miles de caídos antes de este espléndido combate. Alzaremos las banderas del amor, de la justicia, de la igualdad y la libertad… y ¡venceremos!
El capitalismo es incompatible, no sólo con la democracia, sino con la vida misma. La voracidad capitalista ha destrozado el planeta y sumido a más de dos tercios de la humanidad en la miseria más espantosa. En pocos años, no pasan de trescientos ‑un suspiro en la historia humana- ha convertido mares y ríos en cloacas, selvas en desiertos, la atmósfera en irrespirable y la vida humana en una tragedia. La economía capitalista ha concentrado en las manos de unas pocas empresas supranacionales todo el poder decisorio sobre la vida en el planeta. Más de la mitad de la capacidad productiva de la humanidad se destina a satisfacer deseos provocados por la publicidad mientras se obvian las necesidades básicas de la gente, todo en aras de la ganancia. El mundo actual, tras la caída del socialismo de Estado en Europa, ha devenido en un espacio de interés exclusivo de estas grandes corporaciones. No requieren de representatividad, no están sometidas a las normas jurídicas internacionales ni a conciertos sobre derechos humanos, no presentan cuentas a nadie, no las mueve ningún valor distinto al de la avaricia y la acumulación de capital. La humanidad, y con ella el planeta, está muriendo en sus manos.
Progresivamente la lucha por espacios comerciales ordinariamente protagonizada por países o bloques de países, ha dado paso a una sola economía mundial a través de los flujos financieros y el libre tránsito de sus mercaderías. Absolutamente nada se resiste a este vendaval de libertinaje del capital que todo lo arrasa y cual caballo de Atila, donde pone su pezuña no vuelve a crecer la hierba. Ha quedado atrás el tiempo en que un país, incluso un grupo de países, podía marcar la senda de la economía. El gobierno económico mundial ejercido en la sombra por el G‑8, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial es apenas poco más que la representatividad de las grandes transnacionales verdaderas dueñas del concierto. Para la inmensa mayoría de los pueblos del mundo, tienen mucha más importancia las decisiones que se toman en los bunker de las grandes corporaciones supranacionales que las acciones emprendidas por sus propios gobiernos.
A través de la producción, el comercio, los sistemas financieros y la globalización de la información, el mundo entero está atrapado en una inmensa red sin salida. La deslocalización progresiva de las grandes supranacionales, que transfieren sus actividades del Norte al Sur en cualquier lugar del planeta tras mano de obra barata, convierte, por ejemplo, los esfuerzos integradores entre países en una pantomima. Los países acuerdan y las supranacionales se posicionan. Los gobiernos suponen que intercambian entre naciones y en realidad lo hacen con las mismas supranacionales. Se intercambian automóviles, por ejemplo, con Brasil, y en realidad se hace con la supranacional asentada en ese país.
Es la naturaleza de esta novísima etapa del capitalismo la que ha hecho posible esta división global del trabajo presta a forzar sistemas sociales y fiscales que le sean beneficiosos para sus únicos y canallas intereses monetarios. El dinero sin patria es la más escurridiza mercancía de nuestros días. Lo predominante es la movilización de capitales voraces siempre dispuestos a depredar, explotar y destruir si en ello encuentran ganancia. Para este monstruo depredador todo estado con pretensiones de soberanía es un estorbo inaceptable. Aún las experiencias más suaves de control estatal son hoy inaceptables para esta orgía de libertad capitalista. La liberalización del tráfico de capitales ha permitido que en unas pocas manos sin patria ni moral, prácticamente independientes, se concentre un movimiento de capitales que supera con creces todas las reservas de los Banco Centrales de las naciones.
La humanidad entera enfrenta este peligro devenido en más que una amenaza. La humanidad y la vida toda en el planeta está en manos de unos amorales que superan con creces cualquier otra experiencia histórica de depredación y genocidio. La ganancia decide todas las acciones, luego entregadas para su ejecución a los estados de las superpotencias militares. No son los estados ‑eso fue lo clásico hasta la aparición de este Nuevo Orden Mundial Plutocrático- quienes deciden el país a invadir o anexar. Hoy estos objetivos son seleccionados en las oficinas de las grandes supranacionales y son los estados los encargados de ejecutar sus designios. No fue, por ejemplo, el gobierno de Mr. Bush quien decidió el ataque a Irak. No fue el ejército de los EEUU, quien decidió que objetivos destruir. Fueron las grandes empresas petroleras o la Halliburton –por ejemplo- quienes decidieron que tomar o que destruir. Fueron las transnacionales las que pusieron la tarea. Son los grandes laboratorios quienes deciden, incluso, que enfermedades atacar o cuales ignorar. Llama la atención que la gripe porcina –montada sobre una descomunal campaña en los medios- haya pusiera en manos de un laboratorio específico un negocio superior a los 10 mil millones de dólares, en tanto que los medicamentos para el tratamiento del Sida no reciban apoyo financiero para hacerlo accesible a los pueblos más pobres del planeta.
O la humanidad despierta y lo hace ya, o despertaremos entre los horrores de un infierno. Hemos de construir entre todos otro mundo. Hay que salirle al paso a esta dictadura plutocrática. Hoy, mucho más que cuando lo expresó Rosa Luxemburgo, la consigna es más que un sueño o una esperanza, es un grito de angustia: ¡Socialismo o muerte! Un paso hacia la victoria debemos darlo el 26 de septiembre. ¡No te dejes engañar por sus cantos de sirena, sus caritas bonitas y su hablar meloso! ¡Son el disfraz del diablo! ¡Empecemos por derrotarlo el domingo!
¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE!
¡¡¡EL DOMINGO, UNA VEZ MÁS… VENCEREMOS!!!