AYER por la mañana estuve de nuevo en las ruinas del castillo de Maya. Fue hermoso ver como salía el sol por la cima de Gorramendi e iluminaba el Alkurruntz. La vista del valle, como siempre, con la luz del otoño.
La última vez que visité ese lugar fue en pleno invierno. El trabajo de los arqueólogos de los últimos meses ha sacado a la luz elementos nuevos de la fortificación estudiada por Iñaki Sagredo.
En Amaiur y en 1522 se dio la última resistencia de Navarra contra la ocupación militar castellana y la conquista del reino. Se cuente como se cuente. Tal vez por eso, en 1931, dinamitaron el monolito que recuerda el hecho.
En Navarra hay gente a la que no le gusta recordar esta historia o que prefiere recordarla de otro modo, como una elegante partida de damas entre amigos o como el baile de gente que se puso por gusto un dogal al cuello. Una inmensa mayoría de españoles ignora la historia de Navarra y cree que la famosa unidad española concluyó en 1492.
La de la conquista del reino de Navarra es una historia tergiversada por historiadores navarros y sobre todo no navarros, que la han venido escribiendo, hasta hace nada, siempre a favor del poder político dominante.
Historiadores a favor e historiadores en contra. Cada cual a su juego, con documentos en mano o con toda la mala fe o la presión mediática y social de por medio que puedan, que suele ser mucha.
Ahora mismo, defender la españolidad constitutiva de Navarra no es, para no navarros y para algunos navarros, un asunto histórico ni una ideología política zafia, sino un signo de identidad y distinción social.
En ese sentido, el gobierno de Navarra actual puede pagarse un congreso de historiadores y adheridos previsibles en sus conclusiones. Lo que pide el gobierno no es que los historiadores examinen la abusiva conquista del reino de Navarra, sino que apoyen la idea de que, aquella gente que se defendió en Amaiur, no eran navarros ni españoles, sino franceses que querían ocupar el reino y hacerlo francés.
Se trata de demostrar la españolidad radical de Navarra y de ocultar las circunstancias precisas de la abusiva conquista del reino y de la ocupación militar que padeció a lo largo del siglo XVI.
Se montan congresos y se silencian, de la manera que sea, a los historiadores que publican obras sólidas y fundamentadas, como la reciente de Peio Monteano, despreciados por figurones que jamás publicarán, porque no pueden, ni una línea sobre el particular.
La historia de Navarra no es que sea a estas alturas una invención al servicio del poder político, sino que es una trinchera política y un patio de Monipodio del que se puede sacar ventaja si se escribe y discursea a favor de las tesis gubernamentales. Poco importa quienes y cómo se defendieron en aquel castillo ni contra quien. Importa el presente de la ideología nacionalista española, porque a su servicio se vive mejor.
Miguel Sanchez Ostiz