Sobre las rui­nas del cas­ti­llo de Maya- Miguel Sanchez

AYER por la maña­na estu­ve de nue­vo en las rui­nas del cas­ti­llo de Maya. Fue her­mo­so ver como salía el sol por la cima de Gorra­men­di e ilu­mi­na­ba el Alku­rruntz. La vis­ta del valle, como siem­pre, con la luz del otoño.

La últi­ma vez que visi­té ese lugar fue en pleno invierno. El tra­ba­jo de los arqueó­lo­gos de los últi­mos meses ha saca­do a la luz ele­men­tos nue­vos de la for­ti­fi­ca­ción estu­dia­da por Iña­ki Sagredo.

En Amaiur y en 1522 se dio la últi­ma resis­ten­cia de Nava­rra con­tra la ocu­pa­ción mili­tar cas­te­lla­na y la con­quis­ta del rei­no. Se cuen­te como se cuen­te. Tal vez por eso, en 1931, dina­mi­ta­ron el mono­li­to que recuer­da el hecho.

En Nava­rra hay gen­te a la que no le gus­ta recor­dar esta his­to­ria o que pre­fie­re recor­dar­la de otro modo, como una ele­gan­te par­ti­da de damas entre ami­gos o como el bai­le de gen­te que se puso por gus­to un dogal al cue­llo. Una inmen­sa mayo­ría de espa­ño­les igno­ra la his­to­ria de Nava­rra y cree que la famo­sa uni­dad espa­ño­la con­clu­yó en 1492.

La de la con­quis­ta del rei­no de Nava­rra es una his­to­ria ter­gi­ver­sa­da por his­to­ria­do­res nava­rros y sobre todo no nava­rros, que la han veni­do escri­bien­do, has­ta hace nada, siem­pre a favor del poder polí­ti­co dominante.

His­to­ria­do­res a favor e his­to­ria­do­res en con­tra. Cada cual a su jue­go, con docu­men­tos en mano o con toda la mala fe o la pre­sión mediá­ti­ca y social de por medio que pue­dan, que sue­le ser mucha.

Aho­ra mis­mo, defen­der la espa­ño­li­dad cons­ti­tu­ti­va de Nava­rra no es, para no nava­rros y para algu­nos nava­rros, un asun­to his­tó­ri­co ni una ideo­lo­gía polí­ti­ca zafia, sino un signo de iden­ti­dad y dis­tin­ción social.

En ese sen­ti­do, el gobierno de Nava­rra actual pue­de pagar­se un con­gre­so de his­to­ria­do­res y adhe­ri­dos pre­vi­si­bles en sus con­clu­sio­nes. Lo que pide el gobierno no es que los his­to­ria­do­res exa­mi­nen la abu­si­va con­quis­ta del rei­no de Nava­rra, sino que apo­yen la idea de que, aque­lla gen­te que se defen­dió en Amaiur, no eran nava­rros ni espa­ño­les, sino fran­ce­ses que que­rían ocu­par el rei­no y hacer­lo francés.

Se tra­ta de demos­trar la espa­ño­li­dad radi­cal de Nava­rra y de ocul­tar las cir­cuns­tan­cias pre­ci­sas de la abu­si­va con­quis­ta del rei­no y de la ocu­pa­ción mili­tar que pade­ció a lo lar­go del siglo XVI.

Se mon­tan con­gre­sos y se silen­cian, de la mane­ra que sea, a los his­to­ria­do­res que publi­can obras sóli­das y fun­da­men­ta­das, como la recien­te de Peio Mon­teano, des­pre­cia­dos por figu­ro­nes que jamás publi­ca­rán, por­que no pue­den, ni una línea sobre el particular.

La his­to­ria de Nava­rra no es que sea a estas altu­ras una inven­ción al ser­vi­cio del poder polí­ti­co, sino que es una trin­che­ra polí­ti­ca y un patio de Moni­po­dio del que se pue­de sacar ven­ta­ja si se escri­be y dis­cur­sea a favor de las tesis guber­na­men­ta­les. Poco impor­ta quie­nes y cómo se defen­die­ron en aquel cas­ti­llo ni con­tra quien. Impor­ta el pre­sen­te de la ideo­lo­gía nacio­na­lis­ta espa­ño­la, por­que a su ser­vi­cio se vive mejor.

Miguel San­chez Ostiz

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