Pocos conceptos tan etéreos habrán ocupado tanto el tiempo y el espacio de la comunicación entre los que mandan y los que obedecen.
¿Pero qué resulta ser «lo democrático»? Elemental, queridos, aquello que define la Real Academia del Capital y sus chaperos, y que al resto de los mortales sin propiedad de medio de producción alguno nos es transmitido a través de sus aparatos de propaganda.
Así pues «lo democrático» resulta acudir al trabajo aunque asambleariamente se haya decidido ir a la huelga y, lo no-democrático, es la formación de piquetes que impidan a los esquiroles romper dicha decisión, antes más, vinculante.
Lo democrático es el apalizamiento de manifestantes por parte de mercenarios de uniforme que vendieron al amo su dignidad por un salario y lo no-democrático, lo antisistema, lo terrorista es hacer frente a la violencia por la que unos pocos imponen su voluntad a los más. Si nos atenemos a los medios de comunicación, el concepto «lo terrorista»ha resultado ser más amplio que «lo anti-sistema»; parece ser que uno puede ser terrorista sin importar la edad, sobre todo si es vasco o árabe, pero ser antisistema requiere de juventud. Aún no han relatado nada a cerca de viejos antisistémicos. Debe ser que cuando maduras ya te vuelves, de suyo, terrorista.
Los cauces de lo democrático han resultado ser los estrechos compartimentos del establo donde transcurre nuestra estabulada vida. Se incentiva nuestra participación en la farsa donde elegimos representación cada cuatro años, siempre, claro está, que esas instancias representativas no cuestionen un ápice los fundamentos que constituyen «lo democrático», es decir, la desigualdad económica y la subordinación de la mayoría a los deseos de la minoría dominante. Y si no, el hostigamiento, la persecución y la cárcel.
Lo democrático ha resultado el que un hatajo de cabrones socialdemócratas vendidos al Capital, y, perdonen el pleonasmo, teniendo la potestad para hacerlo, han dado el golpe de gracia a eso que venía llamándose clase obrera. Ninguno de ellos verá su vida delimitada por la reforma laboral que ellos aprobaron. Ahora, queridos, nuestros días se llenarán con dos sensaciones diferentes pero igualmente agradables, una la del trabajo propiamente y otra la del miedo a perderlo en el momento que al patrón le salga de sus gónadas. Es lo bonito de la precariedad, «lo democrático».
Qué alegría cuando nuestro hijo, con una sonrisa de oreja a oreja, nos comunique: «Aita, ya tengo un trabajo…, el tuyo»
Las sensaciones nos las van a prolongar, de momento dos años más, hasta los 67. ¿Y después las perderemos, os preguntareis? Nada de eso, amigos míos, después la congelación de la pensión y la zozobra de poder cobrarla.
Todo se lo debemos a aquellos que defienden nuestros intereses y los de la Nación en los Parlamentos donde se materializa «lo democrático», milagrosamente siempre coincidente con lo concebido en los foros de la Patronal. Qué práctico resulta que los intereses nacionales siempre coincidan con los patronales. Es el diálogo social.