Aunque no tendría por qué, a sabiendas de la profunda huella que provocó el franquismo, y al poco o nulo interés de los organismos públicos de este país en hacer justicia, todavía recibo ingratas sorpresas al descubrir que, a día de hoy, no son pocos los legados oscuros que tiñen amargamente numerosos lugares de nuestra geografía.
Visitando Santa Cruz de Tenerife, comprobé con gran tristeza que José Antonio Primo de Rivera (en efecto, fundador de la Falange Española e hijito de papá dictador) da nombre a una de las principales avenidas de dicha ciudad. Sí señor, todo un brindis a la justicia, un homenaje a todas las víctimas de la violencia fascista. Comprenderán que semejante ignominia hizo enrojecerme de rabia e impotencia.
En Burgos se da una malévola paradoja. Macabra ironía provocada por el hecho de que el general más sanguinario de Franco dé nombre al principal hospital de la ciudad desde hace medio siglo. Me refiero, por supuesto, al general Yagüe, famoso (aparte de otras tropelías), por llevar a cabo la matanza de Badajoz. Tremendo el genocidio que perpetró este demonio en agosto del año 36. Resulta grotesco que un hospital, cuyo objetivo por encima de todo es salvar vidas, reciba el nombre de un auténtico matarife. Además, en una calle de la localidad de Briviesca también nos encontramos con tan repugnante personaje.
Esto es tan sólo un ejemplo de la humillación que ha sufrido tantísima gente desde hace décadas y que continuó con la llegada de la democracia. En los últimos años ha habido algunos avances, eso es cierto, pero no es suficiente. Las últimas decisiones de las autoridades judiciales de este país contra el intento de cualquier tipo de investigación nos recuerdan que la sombra del caudillo sigue siendo muy larga.
Nunca se ha hecho verdadera justicia. La continua indolencia y a menudo ataques de los poderes públicos hacia las víctimas del franquismo es un grave maltrato hacia toda persona amante de la justicia y del respeto a los derechos humanos.