La Asamblea General de Naciones Unidas condenará el día de hoy, por una amplísima mayoría, el bloqueo que, desde 1962, el Gobierno de los EEUU mantiene contra Cuba. Aunque el gesto no tendrá mayor valor que el de constatar la triste soledad de la diplomacia norteamericana en este largo diferendo, también resulta momento oportuno para reflexionar sobre un tema que, a fuerza de justicia pendiente y reiteración del delito, simplemente clama al cielo.
La Resolución 64⁄6, que aprobará hoy el foro más amplio y representativo de la ONU estipula la necesidad de que los EEUU de Norteamérica pongan fin al bloqueo económico, financiero y comercial que mantienen, de manera unilateral e ilegal, contra esta pequeña nación del Caribe.
Según la documentación, que acompaña a la declaración de la Asamblea General, esta política norteamericana viola de manera reiterada importantes acuerdos internacionales, más exactamente la Convención de Ginebra (inciso C Art. II), referido al delito de genocidio por «actos de guerra económica», la Declaración de Derechos de la Guerra Marítima, establecidos por la Conferencia Naval de Londres de 1909, y las regulaciones internacionales sobre espacios de radio-televisión y telecomunicaciones (en este aspecto incluso se irrespetan las leyes internas de los propios EEUU).
De más está decir que en este caso el «violador» es el país más poderoso del mundo, por lo que resulta sencillamente impensable que además de condenado moralmente sea sancionado por su reiterada actitud, ajena a toda norma de convivencia internacional, pero no por ello deja de ser necesario señalarlo, ya que este mismo país se empeña en castigar, a veces con suma agresividad e insistencia, a quienes, según su criterio, violan otras resoluciones o acuerdos de ámbito internacional, siempre y cuando los infractores no sean él mismo o su viejo, y entrañable amigo, el estado de Israel.
A fuerza de convivir con el término «bloqueo a Cuba», quizás sea momento apropiado también para hacer, en apretada síntesis, una traducción literal de en qué consiste exactamente esta política de acoso económico permanente. La misma, por ejemplo, impide todo tipo de comercio de exportación-importación, entre Cuba y los EEUU. El bloqueo regula además de manera estricta y restrictiva los viajes particulares y de todo tipo, de nacionales y residentes, con un largo listado de condicionantes, prohibiciones, medidas coercitivas y permisos, al mismo tiempo que se controla de manera exhaustiva el envío de remesas familiares hacia Cuba.
En el aspecto financiero, el bloqueo impide a Cuba el uso del dólar norteamericano como moneda de intercambio, cobro o pago, y por lo tanto mantener cuentas o realizar transacciones con esa moneda, medida que afecta no sólo a empresas comerciales cubanas, o a ciudadanos individuales residentes en la isla, sino también a cualquier entidad que mantenga relaciones comerciales con Cuba. Consecuentemente con esa medida, al país antillano se le impide el acceso a créditos y financiamientos en los organismos internacionales donde el dominio norteamericano es aplastante, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Por si esto todo esto fuera poco, a partir del inicio de la década de 1990, cuando los «expertos» daban por segura la irremediable caída de la Revolución, las leyes Torricelli y Helms-Burton cerraron el lazo corredizo, convirtiendo el bloqueo en una ley de aplicación internacional y extraterritorial, al impedir cualquier tipo de comercio con subsidiarias norteamericanas en terceros países, establecer sanciones a quienes inviertan en Cuba, incluida su prohibición de entrada a los EEUU, y poner en vigor el veto, por seis meses, del derecho de atraque en cualquier puerto de los EEUU a barcos que toquen puerto cubano, transporten mercancías a la nación caribeña o simplemente tengan algún tripulante de esta nacionalidad.
Para terminar de cerrar esta tupida red de asfixia, a partir del 11‑S, la llamada Ley Patriota de los EEUU establece un listado unilateral de países que supuestamente «apoyan al terrorismo internacional», entre los cuales, por supuesto, se incluye anualmente el nombre de Cuba, por lo cual muchas entidades bancarias y empresariales, sin ser norteamericanas, prefieren sencillamente represalias optando por eludir cualquier relación económica con Cuba, pues a nadie duda de que la mano peluda del poder norteamericano es larga y áspera.
Durante todos estos largos años el bloqueo de los Estados Unidos le ha costado a la economía cubana un monto aproximado de algo más de cien mil millones de dólares, o sea más de 2.000 millones por año, eso sin añadir otras variables, como pueden ser la normal depreciación de esa moneda por el paso del tiempo o su relación de valor real con el oro, que subirían los números de manera sustancial. En cualquier caso, sólo el estimado más prudente y austero habla ya a las claras de las serias afectaciones que una política de este corte tienen en el desenvolvimiento normal de cualquier sistema económico.
Los diplomáticos norteamericanos en Naciones Unidas repetirán hoy, sin ninguna convicción, pues son muy conscientes de que es una batalla ideológica perdida, el repetido y manido argumento de que es un tema «bilateral», que sólo compete a los EEUU y Cuba, mientras dejarán entrever que «Cuba sabe lo que tiene que hacer», o sea, plegarse a las exigencias norteamericanas, poniendo de manifiesto una vez más el sentido final de esta larga «guerra no declarada»: el chantaje descarado a la soberanía de una nación, como si se tratase de un castigo ejemplar, para que todo el mundo copie que el ejercicio de la independencia tiene un alto costo.
Como novedad en esta ocasión, y para que vean que la política de Barack Obama sí «cambia» cosas, hay que consignar una cierta «liberación» en el envío de dinero y viajes familiares a Cuba, así como la autorización, pre-meditada, de contratación de algunos servicios de Internet y telefonía móvil, desde los EEUU, para ciudadanos cubanos que demuestren ser adecuados, es decir, que no mantengan relación con su Gobierno ni con su régimen social.
Para acompañar cambios tan claramente «altruistas», la misma administración Obama ha invertido, en el último año, un poco más de 30 millones de dólares para mantener una media de 2.000 horas semanales entre emisiones radiofónicas, y televisivas, amén de destinar otros 40 millones de dólares para el «desarrollo y promoción de la sociedad civil cubana», o sea, para la subversión interna. Tema éste que es bueno subrayar en estos tiempos que corren, para que cuando algunos califiquen a la «oposición interna» como «mercenarios», piensen que esta cantidad, de 70 millones de dólares, tiene destinatarios concretos, con nombres, apellidos y cuentas corrientes.
El bloqueo norteamericano viene acompañado con numerosos casos concretos y reales, que afectan directamente al conjunto de la población cubana sin distinciones en aspectos como la alimentación, la cultura, el comercio exterior, la salud, la educación, el normal funcionamiento bancario… Sin embargo, es en los ejemplos más humanos donde adquiere su verdadero semblante criminal. Por eso a mí, como padre, me basta y me sobra una pequeña y dolorosa muestra: la negativa de venta a Cuba del dispositivo Amplatzen (de fabricación y patente exclusiva norteamericana), que evita el rechazo orgánico y, por lo tanto, la necesidad de cirugía a corazón abierto, ha «logrado» que este año la lista de espera para tratamiento de las graves enfermedades en las que se aplica, se amplíe con cuatro nuevos pacientes. Se llaman María Fernanda Vidal, de cinco años, Cyntia Soto Aponte, de tres años, Mayuli Pérez Ulboa de ocho años, y Lianet D. Álvarez, de cinco.
Más allá de intenciones, declaraciones, o de variaciones en su aplicación, la realidad es que el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba se mantiene y no va a variar a corto plazo, pues el presidente Barack Obama ratificó el pasado 2 de septiembre, por un año más, las 18 medidas que están en su mano para suavizarlo y atemperarlo, amparado en una llamada Ley de Comercio con el Enemigo, que data de 1917. Yo no sé qué pensará realmente este presidente, al que evidentemente le regalaron un inmerecido premio Nobel de la Paz, pero a mí me parece más que evidente que ni María Fernanda, ni Cyntia, ni Mayuli ni Lianet son «enemigas» de nadie, ni conocen nada de diferencias políticas. Apenas son unas niñas cubanas. El hecho de que hayan nacido en su país es, al parecer, un grave delito y son castigadas por ello; nos dicen que es para preservar los «intereses nacionales» de los EEUU y promover los «derechos humanos», pero sólo es puro cinismo.
Por eso yo suscribo, más allá de cualquier matiz o consideración, las argumentaciones que presenta este año el Gobierno cubano para solicitar la condena internacional a los Estados Unidos, por esta política genocida, y que hoy se hará realidad en la ONU: «El presidente de los EEUU (…) no tiene voluntad política par pone