Estoy tratando de seguir últimamente, aunque sea a cierta distancia, los acontecimientos políticos cotidianos en nuestra vida, que durante estas pasadas semanas han sido importantes y abundantes en sugerencias para alimentar un «pensamiento en forma», o sea, «a la altura de los tiempos»; y tomo estas felices expresiones de un filósofo que no es santo de mi devoción pero que tuvo ideas muy acertadas en muchos momentos de su vida. Me refiero a José Ortega y Gasset.
Durante estas semanas ha ido tomando cuerpo la idea, a la que yo he tratado de contribuir con mis escasas fuerzas, de si será posible poner en marcha un futuro previsible para Euskal Herria en términos de independencia, no remitido ad calendas graecas.
La verdad es que la palabra «independencia» se dice muy fácilmente porque el papel y los demás medios actuales lo admiten todo, pero es de muy difícil realización, que a veces parece quimérica y que siempre es relativa, por otra parte. ¿Habrá que bajar a la realidad? ¿No se puede ‑o ¿cómo se puede?- subir desde ella? ¿Estamos «fantaseando» sobre el futuro, soñándolo sin otra perspectiva que despertar de ese sueño? ¿O trabajando ese futuro en nuestra «imaginación dialéctica», que es cosa muy diferente? Yo he publicado ya miles de páginas en las que he procurado distinguir la imaginación de la fantasía, y hace años lancé, por lo que veo en el vacío, o en un semivacío, la hipótesis científica de los tres niveles de la imaginación y de la superación de las superficiales antinomias que oponen, en la vida cotidiana, la realidad, la verdad y la razón, por un lado, y la imaginación y la utopía por otro. Cuando lo cierto es que la imaginación puede descubrir virtualmente al menos una parte de lo que ha de ser la realidad futura, la cual será lo que llegue a ser en función ‑entre otras variables- de lo que vayamos haciendo nosotros cada día, dado que el ser humano es un «animal imaginante» capaz de prefigurar, al menos en parte y de algún modo, lo que ha de ocurrir en el futuro y, desde luego, en su propio futuro, y de contribuir a ello con su práctica social y política, que es lo que estamos tratando de decir.
Pues y soñar? ¿En qué consiste? ¿Consiste en «sentarse a soñar»? ¿Es eso lo que hacen los novelistas de «ciencia ficción»? Algunos sí, ¿pero también aquellos a quienes alguien ha llamado «soñadores expertos»? ¿O estos «soñadores expertos» forman ya parte, aunque no de modo académico, de lo que hemos llamado ya varias veces «cátedras de futuro»? Por ejemplo, en el libro «Ensayando el futuro», obra que, con «Imaginación, retórica y utopía» y otros trabajos míos podría llegar a formar parte de una verdadera ciencia literaria de la anticipación, a la que se han aproximado tantos escritores, empezando por precursores de este género como Edgar Allan Poe, y siguiendo con los mejores novelistas de ese campo literario, tales como Julio Verne y H. G. Wells o el «Capitán Sirius» (Jesús de Aragón) y el «Coronel Ignotus» (José de Elola), ambos españoles por cierto, y llegando por muchos vericuetos y con muchos nombres hasta nuestros días, en los que se han producido todavía grandes obras maestras de este género, tantas veces desdeñado o minusvalorado.
En cuanto a la Política, tal como hoy la ejerce la mayoría de quienes la practican profesionalmente, es una actividad degradada, en la que el sueño se reduce a un proyecto de enriquecimiento y/o poderío de sus profesionales, cuya práctica está basada en la hipocresía y en la mentira y en la ausencia de una vocación al servicio de la defensa de la Humanidad.
Pero no siempre ha sido así, sino que, todo lo contrario, los grandes políticos de la historia fueron, en gran parte, grandes humanistas, poetas y revolucionarios que ejercieron su trabajo ‑y hoy mismo están ejerciéndolo quienes son así- para la magna tarea de la liberación de sus pueblos y de la clase trabajadora.
Es decir, que bajo el término «Política» se mueven dos especies humanas muy diferentes e incluso opuestas. Seamos audaces y digamos nosotros tan sólo nueve nombres de grandes políticos del siglo XX ante quienes no puede uno hacer otra cosa que quitarse la gorra: Rosa Luxemburgo, Emma Goldman, Dolores Ibarruri, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Nelson Mandela, Ulrike Meinhoff y Salvador Allende.
Soñadores expertos, políticos soñadores… ¿Qué estamos diciendo? ¿Que hay que soñar para vivir en un nivel humano (cita de Eva Forest)? Estas preguntas nos conducen hoy inevitablemente al gran magisterio de Vladimiro Ilich Lenin, que ya fue recordado elocuentemente por Atilio A. Boron en el sustancial estudio introductorio a su edición de «¿Qué hacer?» de Lenin, en el que reivindicó la actualidad de aquel político (tan maltratado por los avatares del stalinismo); tan citado siempre y tan poco leído al mismo tiempo. Boron (2004) se adelantó, con su edición, al movimiento generado después, por ejemplo, con la publicación que Akal acaba de sacar a luz en España (2010) de «Lenin reactivado: Hacia una política de la verdad». Yo no voy a entrar aquí en este tema; tan sólo lo haré en el área del «sueño», a la que ‑aunque este dato sea poco conocido- Lenin, tan pragmático él, también pertenece y lo manifestó de un modo muy divertido -¿Lenin, divertido? ¿Otro descubrimiento?- cuando se planteó la cuestión de qué hacer; y resultó que algo que había que hacer, según Lenin, era soñar.
Efectivamente, no muchos lectores de la literatura revolucionaria cuentan hoy a Vladimiro Illich entre los políticos soñadores, pero el tema aparece nítido en un pasaje en el que el autor, parece que inadvertidamente, imagina «unos andamios de un edificio común de organización» por los que ascenderían y se destacarían los camaradas que «se pondrían a la cabeza del ejército movilizado y levantarían a todo el pueblo para acabar con la ignominia y la maldición de Rusia», para concluir con la exclamación: «¡En esto es en lo que hay que soñar!».
Hay a continuación, en este pasaje del libro, tres asteriscos que marcan una pausa que se diría patética, dado lo que viene a continuación, que es así: «¡Hay que soñar! He escrito estas palabras y me he asustado». Se asustó porque imaginó, con un escalofrío, las «preguntas amenazadoras» que iba a sufrir de sus compañeros, entre ellas la de Martinov, a quien imaginó diciéndole que hay que preguntarse «si en general un marxista tiene derecho a soñar». Él se arropó entonces en otro compañero, Pisarev. No vamos a contarlo aquí. Léase el libro; es muy interesante. ¡Aquel sueño bolchevique! Nadie podrá olvidar aquella llama, aquella chispa, aquel fuego, aquel sueño, aquella esperanza, que hoy se renueva sobre las cenizas de la famosa y filosóficamente ridícula «posmodernidad».
Final con una nota triste. Recientemente hemos asistido al penoso episodio de que alguien a quien hemos admirado mucho y no queremos dejar de admirar como un político de los grandes sueños, al servicio de la verdad, de la libertad y de la justicia, Hugo Chávez, ha insultado gravemente a dos detenidos vascos que estaban en manos de la Guardia Civil Española, mostrando en sus palabras o una gran ignorancia o un penoso servilismo al «Reino de España», establecido, como todo el mundo sabe, por quien fue el dictador Francisco Franco, de infausta memoria.
Según la «filosofía» hoy vigente en este Reino, quienes nos hemos manifestado siempre y seguimos haciéndolo ahora a favor de la soberanía de los pueblos ‑en este caso de Euskal Herria- somos «parte de ETA», y yo me temo, después de oír las lamentables palabras del presidente de Venezuela, que para él yo también soy «un sanguinario criminal». ¡Qué pena! ¡Qué pena!
Aquí en Euskal Herria vamos a seguir, pese a todo, trabajando por la paz, arropados por muy grandes y honestas personalidades, como las que firmaron la Declaración de Bruselas del 29 del pasado mes de marzo y que ahora acaban de manifestar, por medio de su portavoz Brian Currin, su disposición a contribuir a que la suspensión del fuego recientemente declarada por ETA (Euskadi Ta Askatauna) sea, efectivamente, permanente y verificable. Sin más que decirle, señor presidente, adiós.