En el artículo «No esperéis el porvenir», Alfonso Sastre recordaba la personalidad histórica de Andalucía y la incluía en la confederanza de las naciones con derecho a ser libres. Me alegro de que lo hiciera. Estoy convencida de que todavía existen personas que contemplan a Andalucía en blanco y negro, con las instantáneas del NO-DO y del folklore barato de castañuelas, cortijos, señoritos y toreros fascistas. Y no es así. Mientras el franquismo instituzionalizaba aquellos fotogramas como esencia patriótica de España, la verdadera Andalucía se moría de hambre, emigraba y lloraba en silencio a los miles de hombres y mujeres que, por sus ideas, fueron asesinados en las cunetas y en las plazas de toros que sirvieron de paredón para los fusilamientos masivos de Franco.
El artículo de Sastre, del que siempre se aprenden cosas importantes, me ha impulsado a romper una lanza en recuerdo de aquellos andaluces de ayer y de los que hoy, igual que nosotros, creen que el mundo, el Estado y la propia Andalucía deben de constituirse de otra manera más justa y más solidaria. Me ha permitido la licencia de acercar a estas líneas la presencia de esas personas que en Sevilla y en otros lugares andaluces se solidarizan con la lucha de Euskal Herria y ofrecen su amistad y su casa a los familiares de presos, en el amargo periplo de la dispersión. Porque la solidaridad no respeta fronteras, vive en todas partes y no se puede detener. Aunque la encarcelen tiene el cielo abierto para ir de un lado a otro y encontrarse en los momentos más duros y difíciles de un sueño común. Walter, David, Rubén, Gabi, Unai, Itsaso y Aritz lo tienen claro y también Raulillo, María, Cristina,