Una cultura milenaria no puede ser desterrada de raíz en apenas 40 o 50 años, en opinión de la Doctora en Psicología Patricia Arés Muzio. Mirando al interior de la familia, que es su ámbito de estudio, la especialista reconoce un panorama contradictorio, con «indicadores de progreso y ruptura, de continuidad y cambio».
Si bien el rompimiento del modelo tradicional patriarcal es una tendencia contemporánea, compartida por muchos países, en Cuba fue acelerado por los cambios que produjo el proceso revolucionario, la masiva irrupción de la mujer en la vida laboral, su entrega junto a los hombres al proyecto social, la promoción de políticas sociales de avanzada y la aparición de códigos y leyes con una clara y precisa política de equidad entre los géneros, agrega la experta. «A su vez, el encargo social y protección del Estado a la familia debilitó el carácter imprescindible del padre de familia, como cabeza legal, ganador del pan y autoridad suprema», reflexiona la profesora universitaria en Patriarcado… ¿cuánto atrás te hemos dejado?
Cuando abundan y se incrementan los hogares monoparentales, los de jefatura femenina y las uniones consensuales, «en términos de estructura familiar, definitivamente, el patriarcado ha quedado atrás», asegura Arés, excepto por la vigencia del apellido paterno para dar continuidad en la identidad nominal familiar. Sin embargo, los que en esta isla profetizan el matriarcado, a su juicio, se equivocan. Al desplazarse el centro de gravedad familiar hacia las madres y abuelas, sobre ellas recae el peso de las dobles y triples jornadas que combinan dentro y fuera de casa, lo que lleva a la psicóloga a decir que el proceso de liberación de la mujer sin un enfrentamiento a los lastres patriarcales amenaza con tornarse más opresivo. «La liberación verdadera no consiste en salir a trabajar, sino en salir desde otro lugar en la vida familiar», concluye en su artículo.
Hombres y mujeres siguen reproduciendo hoy día símbolos, actitudes, estereotipos sexistas, pautas de crianza y modos de relación patriarcales. A niñas y niños se les educa de forma opuesta, como si fueran a habitar mundos distintos. En el ámbito de la pareja, esto se traduce luego en expectativas que se mantienen bajo parámetros tradicionales: «la mujer gusta de un hombre cooperador y tierno, pero a la vez protector y proveedor. Los hombres aspiran a la mujer inteligente, pero que no sea ‘dominante’ o ‘mandona’, que guste de los quehaceres domésticos», abundan.
La investigadora alerta que «nuestra sociedad sigue teniendo una estructura patriarcal; aunque democrática y no hegemónica, sí jerárquica, centralizada y eminentemente masculina», y explica por causa de la propia matricentralidad de la familia que las cubanas, a pesar de su desempeño profesional y nivel técnico alcanzado, no ocupen todavía su legítimo lugar en las altas esferas de poder político y económico.
«Mientras siga ocupando el lugar central en la familia, así mismo se mantendrá ausente de las posiciones de poder», sostiene Arés. Sentirse dueña y responsable natural y absoluta de la familia, de los hijos y de las tareas domésticas, «sigue perpetuando la inequidad genérica» y hace que nuestras políticas y regulaciones laborales estén hechas para proteger a la mujer, pero a su vez le otorgan la máxima responsabilidad de la familia», incluida, por ejemplo, la decisión absoluta de interrumpir un embarazo; el otorgamiento de la guardia y custodia de los hijos a las madres, luego del divorcio; y las diferenciadas consideraciones laborales para hombres o mujeres, ante problemas familiares, desde la valoración de los jefes.
En su opinión, entre los factores que sostienen el patriarcado, hoy día, está el androcentrismo presente no solo en las instituciones –donde las posiciones clave para la toma de decisiones están, en general, ocupadas por hombres – , sino también en el lenguaje y la vida cotidiana, en la arraigada creencia de que el hombre es, en lo biológico e intelectual, superior a la mujer.
«Con una cierta familiaridad acrítica, en muchas familias los hombres se siguen sentando a la cabecera de las mesas, se les sigue sirviendo la mejor ración de comida, se les reserva el asiento más confortable», mientras en las celebraciones familiares adoptan «posiciones más pasivas y de esparcimiento y las mujeres, por lo general, atienden a sus invitados solo para servirles platos y brindarles bebidas».
En sus trabajos para conocer cómo niños y niñas perciben la vida familiar, la experta ha comprobado que representan gráficamente a las mujeres con imágenes tales como patines, por andar siempre corriendo; sonajeros o móviles, por tener a todo el mundo colgado de su eje; como yunques, horcones; gallinas para sus hijos; leonas en la defensa de su descendencia. En tanto, asocian a los hombres con brújulas que marcan rutas, ábacos que controlan la economía; al león de la selva, por superioridad y dominio, entre otros símbolos.