La piedra clave para que un pueblo permanezca vivo a lo largo del devenir de la historia es su juventud. Los mayores mantienen las tradiciones y el idioma, como transmisor de la cultura; y con ello, una idiosincrasia particular y una forma de observar y entender el mundo que conforman los rasgos de identidad propia de un pueblo que le hacen ser diferente a los demás. Ese legado pasa a la juventud, convirtiéndose así los jóvenes en los depositarios del testigo histórico de la nación, en los garantes de que la huella de su pueblo no quede borrada en el largo camino de la historia.
Es esta una responsabilidad tan grave con el futuro como pueblo que muchas veces el ímpetu juvenil no lo interioriza, derivando hacia otros focos de interés su desbordante energía creadora.
Muchas naciones han desaparecido de la faz de la tierra porque sus generaciones más jóvenes no asumieron la responsabilidad que les correspondía con el futuro de su pueblo.
Los vascos somos una nación milenaria que ha sabido sobreponerse a todos los avatares de la historia, hasta llegar al presente conservando nuestro idioma y unos rasgos peculiares de identidad que nos otorgan una personalidad definida y reconocida universalmente.
Lauaxeta dijo que somos un pueblo eterno. Pues bien, ¿cuál es ese elemento que ha hecho posible esa metáfora de eternidad euskaldun? La respuesta es irrefutable: la juventud vasca.
Los jóvenes de Euskal Herria han sido quienes a lo largo del tiempo han asumido con generosidad y coraje la responsabilidad de su generación recogiendo el testigo de sus mayores para defender la tierra vasca y garantizar la supervivencia de nuestro pueblo.
El roble de nuestra nación ha sido sajado por la espada, bombardeado, ultrajado, vendido, torturado. Pero sigue vivo y enraizado en la misma tierra porque su tronco no ha dejado de brotar.
Quienes soñaban, y sueñan, con borrar Euskal Herria del mapa de las naciones confiaban en que el propio discurrir del tiempo, las comodidades del progreso, la globalización, fueran debilitando el compromiso con la patria de las nuevas generaciones de vascos y, así, el roble milenario iría marchitándose por efecto de la corrosión de una savia nueva desmotivada, sin valores, sin apego alguno al legado de sus antepasados.
En las últimas décadas estaban convencidos de que los detalles fatuos de su falsa democracia, las excelencias de un acto nivel de vida, la falacia de «la mayor autonomía del mundo», la brutal represión, el colaboracionismo de los «vascos buenos», o todo ello junto, correspondía al espíritu abertzale de la nuevas generaciones y la nación vasca moriría de inanición.
Si se rompe la cadena de transmisión entre generaciones, la identidad nacional se va diluyendo hasta desaparecer.
Pero han fallado todas las estrategias de asimilación del pueblo vasco y han fracasado porque generación tras generación han brotado sin parar nuevas juventudes abertzales que con entrega, valor y lealtad a su pueblo lo han dado todo por la tierra de quienes les precedieron. Su lucha ha sido siempre el hermoso reconocimiento de la sangre joven y rebelde a quienes también hicieron ese mismo camino antes para que la nación vasca siguiera viva.
Cada generación ha supuesto una nueva primavera. Siempre que han dado Euskal Herria por dominada ha fluido savia nueva y al viejo roble le han salido brotes frescos.
Así fue hace medio siglo, cuando en pleno invierno del franquismo un grupo de jóvenes encendían una nueva primavera vasca. Varias generaciones posteriores han seguido tomando el relevo y manteniendo esa luz, poniendo al servicio exclusivo de Euskal Herria lo más maravilloso de sus años, los más precioso de su energía, lo más hermoso de su personalidad.
Jóvenes abertzales que no han permitido que la rabia de la impotencia degenerara en desidia, en desapego a su pueblo; en desistimiento. Muy lejos de eso, han plantado cara a quienes buscan la desaparición de Euskal Herria. Han luchado y han llorado, han dado su sangre; se atrevieron a cantar en el vientre mismo de la bestia y le espetaron en el hocico su orgullo por ser abertzales y luchadores por su patria.
Ahora que el viejo roble de la nación vasca se prepara para afrontar un nuevo tiempo político que necesita inexcusablemente de su juventud. Los jóvenes abertzales siempre han demostrado estar a la altura de las circunstancias en defensa de Euskal Herria. Ahora no puede ser menos, porque el roble necesita savia joven para echar nuevos brotes llenos de futuro.
Es imprescindible la implicación de la juventud abertzale en la nueva fase que iniciamos. Con «igual pasión», vigor, con la misma entrega de siempre; porque aunque el camino sea otro, el objetivo es el mismo y para alcanzarlo hace falta comprometerse y luchar.
Hemos abierto las puertas a una nueva forma de hacer las cosas. Pero eso no implica para nada abandonar la primera línea y delegar en otros las riendas del proceso. Todo lo contrario. La responsabilidad de la juventud abertzale con el futuro es exactamente la misma de siempre. Y no sólo eso, sino que una vez más en nuestra historia la juventud debe estar al frente de los acontecimientos.
El inmovilismo, el miedo al cambio es lo más contrario a la clave de la juventud. En la sangre joven no puede haber vértigo a internarse en nuevos parámetros; eso es incompatible con el espíritu revolucionario de los jóvenes abertzales.
Hemos dado una patada al tablero de tal forma que ahora todas las fichas se están reubicando en el nuevo terreno de juego político. Para que la estrategia que iniciamos concluya en el señalado objetivo de la independencia y de un nuevo modelo de sociedad es fundamental que nuestra juventud siga en primera línea.
No puede haber ni un joven abertzale a quien no le resulte apasionante la tarea de poder ser arquitecto de la nueva sociedad vasca en la que vivirán el día de mañana sus hijos e hijas. Y poderles decir, con orgullo, que en el momento preciso se estuvo allá donde la nación lo necesitaba.
En Euskal Herria cada nueva generación ha encendido una nueva primavera. El viejo roble de nuestra nación vasca necesita hoy implicación decidida de la juventud abertzale, precisa imperiosamente de su savia joven. Los músculos tonificados y la mente despierta para sembrar un futuro nuevo sobre la tierra vasca. Hemos hecho una apuesta para ganar. En el transcurso de los acontecimientos daremos pasos que habrá a quien resulten difíciles de asimilar. Es comprensible. Pero miremos el camino en la amplitud de su perspectiva y sin olvidar la fijeza del objetivo.
La apuesta es para ganar, que no haya un joven que lo dude; para conquistar la soberanía y un futuro luminoso que legar a las próximas generaciones.
Ningún joven abertzale leal con Euskal Herria puede declinar hoy la responsabilidad de implicarse con toda su energía en este nuevo tiempo. El objetivo lo merece. Entre todos tenemos que poner Euskal Herria en pie hasta conseguirlo. Y lo conseguiremos.
De generación en generación ha pasado la llama que ha mantenido viva la nación vasca. Nos toca legar a los siguientes el tesoro de su soberanía. Para eso, el viejo roble necesita la savia de la juventud abertzale.