Durante este 2010 se están celebrando en América Latina actos en recuerdo del bicentenario de los primeros pasos para las independencias del imperio español. Este aniversario ha alentado numerosas publicaciones y las conmemoraciones han tenido un notable eco en aquel continente, aunque se ha sabido bastante poco de todo ello en Europa, especialmente en lo que queda de aquel Imperio español en el que nunca se ponía el sol.
Supongo que no es fácil asumir que millones de personas celebran haberse sacudido tu yugo. Pero hay algo más, porque sigue existiendo un visible desdén hacia todo aquello que ocurre al otro lado del Atlántico (salvo que suceda en los EEUU). Los estereotipos se imponen y la mirada condescendiente de la antigua potencia colonial refleja constantemente un mal disimulado sentimiento de superioridad. La llegada de decenas de miles de emigrantes de aquellas tierras al estado español y la neocolonización económica española de muchos de aquellos han profundizado esta arrogancia, que no casa bien con el hecho indiscutible de que nadie se ha arrepentido de librarse de los españoles.
Será por eso que los nacionalistas españoles han preferido ignorar el bicentenario, en la esperanza de que pasara desapercibido.
Todo cambia cuando se enfoca desde el punto de vista de quienes aspiramos a liberarnos del Estado español. No se trata de copiar, obviamente, sino de aprender. De valorar el avance que supone crear un nuevo estado, pero también de comprender que no da igual cómo se logra la independencia, qué independencia, quién lidera el proceso, cómo se lleva a cabo, con qué medios, con qué aliados, con qué adversarios.
En muchos de los nuevos estados surgidos tras los procesos de independencia iniciados en 1810 ha habido duras críticas a las celebraciones oficiales. Pese a su aprecio a la independencia, millones de personas han gritado en todo el continente que no hay nada que festejar. La independencia no fue completa, fueron unos pocos quienes la manejaron a la medida de sus intereses y su visión del mundo, marginando a indígenas, negros y en general a la gente más humilde. En algunos casos dio origen a largas guerras y estados carcomidos por la corrupción, dominados por camarillas de auténticos criminales que han sembrado de cadáveres, pobreza y desolación aquellas tierras, siempre de la mano de las viejas potencias coloniales y la nueva, Estados Unidos. La independencia está por lograrse, veían a decir y no les falta razón.
Debemos aprender de su experiencia. Estos 200 años de retraso nos pueden permitir aprender de sus aciertos y errores.
Nuestra independencia, aunque parezca ahora difícil, es posible. No parecía mucho más fácil la de los países americanos antes de 1810. La Constitución de Cádiz de 1812 afirmaba: «la nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». En 2010, los «españoles» del otro hemisferio, con sus matices, celebran haber dejado de serlo.