Ante la brutalidad del monarca marroquí en el desalojo del campamento saharaui instalado en las afueras de la ciudad ‑brutalidad tradicional de los monarcas árabes‑, el Sr. Zapatero no ha tenido más respuesta que una serie de contradictorias vaguedades con las que ha contaminado a todo su Gabinete. Tanto el ministro español del Interior, Sr. Rubalcaba –implicado en violencias ya viejas que han llevado a una situación moralmente recusable al Sr. González‑, como la escandalosamente inexperta ministra de Asuntos Exteriores, han tapizado con comentarios deplorables la postura de España ante el nuevo capítulo del genocidio alauita. Una vez más Madrid ha dejado al aire la indigencia política española.
Así, el Sr. Zapatero inició ese contacto con la opinión pública de España ‑tan vacía como siempre de información real que produzca un proceso intelectual aceptable- con una vaga y simplista declaración de principios: «Nuestros intereses los ponemos por delante» ¿Pero cuáles son realmente los intereses españoles en Marruecos? ¿Y por qué añade el presidente ese «por delante» que implica el menosprecio a otros valores, como la consideración de los avasallados derechos humanos? Dejando aparte los intereses de un pequeño núcleo de banqueros y personajes implicados en manejos financieros de bajo perfil social, Marruecos tiene dos importantes relaciones internacionales, la una con Estados Unidos y la segunda con Francia.
A Estados Unidos Marruecos debe una fuerte protección política de su Corona frente a otros países magrebíes, como Argelia. Su posición es, pues, vicaria. Marruecos tiene, en este aspecto, una función de escudo, férreamente controlado, de la política norteamericana, a la que subordina el bienestar de su población, mantenida en una visible penuria. De Francia depende casi totalmente la agricultura marroquí, que constituye la base económica de la vida del reino alauita, que permanece, repetimos, en una fase muy primaria de desarrollo. Las exportaciones agrarias marroquíes a Europa son asunto totalmente francés y España sirve únicamente como perjudicado camino de tránsito a esas hortalizas y frutas que pasan el Estrecho. Es más, las infraestructuras industriales y de servicios marroquíes, muy pobres de cara a las necesidades del país, están dominadas por el capital francés, con una creciente intervención norteamericana. Por tanto los intereses españoles que se exhiben como importantes por el Gobierno español no pasan de referirse a una supuesta colaboración en materia de seguridad ‑que Rabat maneja a su antojo- y a un presunto muro para contener la inmigración, que Marruecos administra como mecanismo de presión frente a Madrid.
Incluso cabe suponer que la servidumbre de España ante Rabat puede estar veteada por ciertos datos que Marruecos posee probablemente acerca de sucesos de origen tan oscuro como el atentado cometido en el acceso ferroviario a la estación de Atocha. Datos que no me sorprendería tampoco que obrasen en manos de la «inteligencia» francesa. Los intereses de España pueden ser, por tanto, muy limitados. España no ha decidido nunca su postura en Marruecos o ante Marruecos sin contar de antiguo y hasta el presente con Francia, que actúa como policía militar y económico en el Magreb. La misma sangrienta guerra con Abdelkrim no pudo ganarse sino con la intervención oprobiosa francesa. «Nuestros intereses» quedan, pues, en una subordinación más, ahora agravada por la pertenencia a la Unión Europea, dentro de la cual la presencia francesa, entre otras, relega a España a un papel muy secundario. Triste cosa que trata de velar Madrid, ahora conducido por el Sr. Rodríguez Zapatero, cáscara vacía de la evanescente política española.
Todo lo que venimos apuntando ha producido consecuentemente una verbalidad impresentable en los diversos ministros españoles que juegan papel significado en este lance. Empieza el desorden ministerial por el extraño y llamativo nombramiento del relevado Sr. Moratinos, hasta hace nada ministro de Estado, para entenderse con la Corte de Rabat. Y ello, a los dos meses del nombramiento de la Sra. Jiménez para ocupar el Ministerio de Asuntos Exteriores. Las bofetadas del Sr. Zapatero a sus colaboradores marcarán la memoria política de esta singladura española. Claro que a su vez el Sr. Zapatero ha tenido que transigir con la elevación del Sr. Pérez Rubalcaba al máximo nivel del Gobierno, exigencia que creo pertenece a la vieja guardia del PSOE. La larga y estrecha relación personal del Sr. Zapatero con la Sra. Jiménez no ha servido a ésta de gran cosa para evitarle su degradación política. La cáscara vacía empieza a llenarse de raras y danzantes moléculas orgánicas que actúan como las moléculas físicas en el seno del gas político.
El Sr. González podría muy bien servir de catalizador de este fenómeno de física pública. Yo creo que el Sr. González es la yema ectópica que opera sobre el huevo vacío. Y el Sr. González tiene demasiado Marruecos en su óptica.
Y de ahí provienen las restantes frases que sirven de grosero empedrado a esta zarabanda que baila el Sr. Zapatero, refugiado en algunas pueriles fotografías internacionales que desea prender, sin llega el caso, del tablón de sus próximas elecciones. ¡Señor, Señor! ¿Por qué nos haces pasar por este trago?
Hablábamos al principio de esas frases detonantes que enmarcan por parte de España este suceso histórico. A la inicial de Zapatero podemos añadir las que se deben al ministro Sr. Rubacaba al escudar su inacción en la carencia de datos fiables, datos que al fin obtuvo nada menos que de su colega el ministro del Interior marroquí. Por lo visto los servicios de la inteligencia española han sido ineficaces. Pero todas estas matizaciones han sido coronadas asombrosamente por la ministra de Exteriores de Madrid, Sra. Jiménez. Una de ellas resulta gloriosa: «España siempre ha defendido el derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui». Curiosa esta defensa de la autodeterminación según los pueblos. La base de la libertad le vale a la ministra de un modo selectivo. Su concepción de la autodeterminación es absolutamente circunstancial y no tiene nada que ver con el sentido pleno y permanente que han de tener los derechos humanos. (¡Euskadi, Euskadi…!).
Y cómo explicar que esa defensa de la autodeterminación no haya llevado a España a una actuación fuerte y noble ante los altos organismos europeos? Justifica la ministra esta pasividad añadiendo que países de tanta implicación en la zona como es Francia tampoco «lo han hecho». Esto último es colosal si tenemos en cuenta el papel francés en el Magreb. Y sigue la ministra: «La estabilidad de Marruecos es fundamental para la estabilidad de España». La historia España está hecha de trozos de historia ajena.
Y llega la culminación del desmadrado torrente verbal: «Un Gobierno no puede reaccionar ante opiniones». Señora ministra, el pueblo ha estado en la calle ¿No le vale? ¿Y con que se hace la democracia sino con opiniones que deben ponderarse? Lo peor del engrudo es que acaba afectado a las dos manos con que torpemente se maneja. El pan termina de salir como unas tortas.