El escándalo suscitado por las palabras del representante de E.R.C. Puigcercós, relativo a la contribución a la hacienda española de parte de Cataluña suena a ritual. Será no políticamente correcto, pero la certeza de esta afirmación es convicción generalizada en el conjunto de las sociedades del Estado español. Puede ser un tópico atribuir a las comunidades sureñas el carácter de principales beneficiarias del trasvase de recursos fiscales. En realidad la Hacienda española vive para Madrid y otras comunidades no dejan de ser la cohorte de segundones en términos estrictos. En todo caso ésta es la estructura del Imperio español, organizado en torno a un eje en la que ciertos territorios son donantes netos y otros recibidores. Los hechos contables hablan por sí mismos, a pesar de los esfuerzos realizados por las élites españolas para que se acepte lo contrario.
No es nada nuevo. El imperio español no ha sobrepasado nunca en sus colonizaciones la fase del espolio. Lo peor, la altivez; Felipe II colocando una piedra de oro en la cúspide del Escorial frente a quienes le retaban a terminar aquel despilfarro. En momentos posteriores se quiso introducir la racionalidad; Carlos III de España y los posteriores gobernantes diseñando un Imperio que beneficiara a los peninsulares. Los déficits mercantil y de la Hacienda se saldaban con las rentas americanas. Fracasó el intento y el Imperio ‑reducido a la mínima expresión de tierras peninsulares- fue reconvertido, intensificando el espolio de los territorios productivos, de Navarra y Cataluña.
Representa una falta de pudor la pretensión de aquellos españoles que sostienen la inviabilidad de unos previsibles Estados soberanos en Navarra y Cataluña. Pretenden que se acepte que es la economía española la que posibilita el relativo alto nivel socio-económico que presentan estos territorios con respecto a los españoles. Quieren olvidar que en la actualidad cualquier economía se plantea como abierta, pero la aspiración de las colectividades es la de disponer el control sobre los engranajes administrativos que en cada Estado facilitan lo más importante de la actividad socio-económica, en U.S.A, Cuba, China y aquí.
Por lo demás, Madrid es el punto del Estado español en donde tiene lugar la mayor inversión. La concentración de recursos económicos del conjunto del Imperio español sobre Madrid es una vieja realidad que se afianza desde finales del siglo XVIII. Únicamente la decisión política del Estado consigue convertir en un polo económico a un territorio que no tiene otra riqueza que una pobre tierra procedente de la desintegración del granito, mala productora de cualquier fruto. La nobleza primero, luego una administración esterilizadora, la organización de las comunicaciones y el conjunto de decisiones políticas que se dirigen en tal dirección, buscan crear en este sitio el centro neurálgico del Imperio.
Volviendo la mirada hacia Andalucía y similares, no deben aceptarse los lugares comunes que las convierten en territorios desgraciados con quienes deben sentirse solidarios los habitantes de otros territorios. Navarra no tiene que ser considerada rica. Las necesidades de inversión en todo orden económico y social hacen injusta la permanente exacción que viene ejerciendo España a lo largo de los siglos, tanto más cuando la sociedad española se ha organizado en torno a oligarquías autoritarias y corruptas, espoliadoras permanentes de los grupos menos favorecidos y –por lo demás- despilfarradoras.
Dependemos demasiado de unos estereotipos andaluces lamentables; el torero, la bailaora y cantaor de flamenco, el jornalero miserable y el señorito ricachón y ocioso. Esta estructura social es herencia del sistema de producción y explotación que impusieron los conquistadores castellanos sobre un territorio que con anterioridad había alcanzado el máximo desarrollo socio-económico del conjunto de Europa y uno de los más brillantes imperios musulmanes y del Mundo entero. Los romanos, por su parte tuvieron en este territorio una de las columnas vertebrales de la parte Occidental. Cuando los 100.000 hijos de San Luis del ejército francés se asomaron a Despañaperros, se cuenta que presentaron armas como homenaje a una tierra que contemplaban hermosa y feraz. No hace mucho que Andalucía suministró a Europa un importante porcentaje de minerales de todo tipo. Las condiciones de su agricultura pueden ser de las mejores del Estado español ¿Por qué se han despilfarrado –y despilfarran- estos recursos? Las inversiones de dinero europeo y de la Hacienda española son extraordinarias y el gasto relativo en equipamientos sobrepasa el que se hace por aquí. Autovías, trenes, aeropuertos, sin contar la inversión privada… ¿Qué está pasando? Simplemente, una gestión global lamentable, responsabilidad principal de las élites parasitarias herencia de otras épocas históricas y a las que no se quiere poner en su sitio. Esto solamente es culpa de España; no de quienes se quejan al contemplar que se les arrebata lo que les pertenece y condiciona su propia existencia.