El 19 de noviembre se presenta en el Ateneo de Madrid La maza y la cantera, de Julen Arzuaga (Txalaparta, 2010), con la participación del autor y del editor del libro, en un acto organizado por la Plataforma por una Solución Dialogada y Democrática del Conflicto Vasco.
REPRESIÓN Y SOLIDARIDAD
Carlo Frabetti, de la PSDDCV
El título del libro de Julen Arzuaga alude a una conocida canción de Silvio Rodríguez: “Si no creyera en quien me escucha, si no creyera en lo que duele, si no creyera en lo que quede, si no creyera en los que luchan, ¿qué cosa fuera? ¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?”. Pero la maza es también la del juez que golpea la mesa al dictar sentencia, y esa otra maza nada metafórica que es la porra del policía represor. Y la cantera son las y los jóvenes que luchan por un mundo más justo y más libre, nuestras armas cargadas de futuro. Armas cargadas de futuro en las que algunos ven armas a secas, porque algunos no quieren más futuro que la perpetuación del pasado y consideran una amenaza ‑y con razón- a quienes cuestionan sus privilegios y denuncian sus abusos. Para compensar el polisémico ‑que no ambiguo- título del libro, el subtítulo es inequívoco: Juventud vasca, represión y solidaridad.
Para alguien que, como yo, lleva más de veinte años en la Asociación Contra la Tortura (hoy subsumida en una Coordinadora para la Prevención de la Tortura integrada por más de cuarenta organizaciones de todo el Estado español), leer el minucioso catálogo de infamias y horrores que es el libro de Arzuaga, también él miembro de la CPT, no es una tarea fácil, ni creo que lo sea para nadie que conserve un ápice de dignidad: el asco, la rabia y la indignación, y acaso también las lágrimas, nublan la vista en cada página, y son más de trescientas. Pero a la postre esas lágrimas, lejos de enturbiar la mirada, la limpian y la vuelven más transparente, más lúcida.
Porque La maza y la cantera es algo más ‑mucho más- que un catálogo de infamias. No se limita a suministrar datos, sólidamente documentados, que por sí mismos justificarían el libro y bastarían para sacudir las conciencias más abotargadas, sino que sitúa esos datos en su contexto histórico y político para extraer de ellos todo su significado y, lo que es más importante, convertirlos en lecciones y directrices. “Con este libro se pretende hacer un pequeño tributo a todas y todos los jóvenes, verdaderos protagonistas de estas páginas, que, por querer cambiar el mundo, su mundo, han sufrido la violencia exacerbada y la injusticia del Estado en tantísimas ocasiones. Un desagravio para esos que, lamentablemente, nunca encontrarán el reconocimiento de las altas instituciones políticas, la reparación en los tribunales españoles, la rehabilitación ante la sociedad por los grandes medios de comunicación…”, dice el autor. Pero el libro es mucho más que un tributo y un desagravio. No solo describe con implacable rigor la enfermedad social y sus síntomas ‑esa repulsiva lacra cuyo nombre es terrorismo, sí, pero terrorismo de Estado‑, sino que revela su vergonzante etiología y prescribe el único tratamiento capaz de garantizar la curación, que no es otro que la lucha política. La resistencia del pueblo vasco, de los jóvenes y los no tan jóvenes, nos recuerda Arzuaga, “es la reedición de la consigna ‘No pasarán’, el cierre de filas por lo que somos y por lo que queremos ser. Llenos de utopías, preñados de anhelos. Esa es la verdadera cantera de cuya rica veta se extrae el futuro”.
Un libro que las actuales circunstancias hacen imprescindible, escrito y publicado en el momento preciso, para escarnio de falsos demócratas y bochorno de la izquierda sumisa (esa que, como decía mi querido y añorado amigo Quintín Cabrera, ha sido secuestrada por la derecha y además tiene síndrome de Estocolmo). Un libro cuyas últimas palabras, glosa del subtítulo, señalan sin ambages el camino, “el único camino”, como decía Pasionaria. “Ellos instauran el autoritarismo, globalizan la represión… No permitamos la intimidación. Instauremos nosotros la esperanza, globalicemos nosotras la solidaridad”.