Alexánder Lukashenko ha sido reelegido presidente de Bielorrusia. Según los datos preliminares, el 80% de los que llegaron a votar, lo hicieron por él. Y si tenemos en cuenta que la participación fue muy alta –casi el 93% de los que tenían derecho a voto─ podemos afirmar, que Lukashenko ha sido nuevamente elegido por una aplastante mayoría del pueblo bielorruso.
¿Qué había en la balanza?
Todos los analistas serios coinciden en señalar que el resultado era plenamente lógico. Todos señalan, que de partida, A. Lukashenko contaba con todas las posibilidades de lograr una victoria contundente. “Baste recordar las elecciones análogas de 2006, ─escribe el analista de la agencia bielorrusa BELTA Víktor Lovgach.─La víspera de la votación el periódico británico “The Gardian” se preguntaba: ¿Puede alguien imaginarse que un líder europeo, bajo cuyo mandato los ingresos reales de la población crezcan de manera estable, siendo ese crecimiento de un 24% en el último año, vaya a salir derrotado en las elecciones? Ha conseguido además mantener a raya la inflación, y en 7 años ha reducido a la mitad el número de personas que vivían en pobreza, evitando convulsiones sociales, gracias a la distribución de renta más equitativa de la región”. Ciertamente, ¿puede alguien imaginarse la derrota de un líder así?
Pero es que durante el último plan quinquenal, Bielorrusia ha alcanzado logros mucho mayores: Tanto en el desarrollo de la economía, como en el aumento del nivel de vida del pueblo, garantizando la justicia social. El número de pobres se ha vuelto a reducir a la mitad, permitiendo a Bielorrusia colocarse entre los diez países más justos, a juzgar por la diferencia de ingresos entre los más pobres y los más ricos, mientras que el índice de desempleo es más bajo que en cualquier otro país del mundo. Esta es la base social, el cimiento más fiable para cualquier político, que ha predeterminado el éxito de Lukashenko. Como se suele decir, si algo funciona, no lo toques. Ninguno de los nueve candidatos de la oposición “democrática”, que se enfrentaban al actual presidente, bajo cuyo mandato el país ha conseguido tales avances en todas las esferas de la vida, tenía la más mínima posibilidad de triunfo. Por no mencionar que su posición prooccidental repelía a los bielorrusos.
Todos aquí saben perfectamente que todos estos actuales “demócratas” han crecido de una misma raíz, del denominado Frente popular bielorruso, que tenía como líder a Zenon Poznyak, rusófobo patológico que huyó del país. Todos saben, que sus seguidores, esparcidos en pequeños “partidos de salón”, viven de las asignaciones de los EE.UU. y sus aliados europeos. Y los liberados de esos partidos llevan años obedeciendo los encargos de Occidente: cambiar el carácter de las reformas en Bielorrusia, alejarla de Rusia, e impedir la creación plena de un Estado unificado con Rusia.
El pueblo ha entendido que es lo que había en la balanza. Además, los bielorrusos conocían bien a los propios candidatos “demócratas”. “Pravda” ya dedicó un artículo a uno de ellos, Vladímir Neklyaev, en el que la oposición anti Lukashenko había depositado sus esperanzas. Este poeta, predicaba al principio la ideología soviética, luego la antisoviética, defendía al principio la unidad con Rusia, luego la ruptura total con Rusia, se rebajó a vanagloriar a fascistas degenerados y en sus alegatos contra la creación del Estado unificado, llegó a decir que era: “una amenaza real para la independencia de Bielorrusia, y que ignoraba los intereses nacionales”. Al recibir antes de la celebración de las elecciones el respaldo de las estructuras cercanas al Kremlin, se esforzó a toda costa por aparecer como candidato prorruso, mientras que la víspera misma de la jornada electoral en una entrevista a una emisora francesa declaró: “Me he presentado a las elecciones para que el Kremlin no tenga a su candidato”.
Como es lógico, “veletas” como este poco tienen que hacer en Bielorrusia. Los principales opositores a Lukashenko, al formalizar su candidatura a la presidencia, comenzaron a convocar a sus seguidores a acudir a la plaza: Para una vez allí, tras el cierre de colegios, “decidir el destino de las elecciones”. Dicho de otro modo, ejecutar un golpe de estado. O al menos, “si la cosa no prende”, asegurarse cuando menos la foto de la “protesta”, para que Occidente la pueda utilizar y calificar las elecciones de ilegítimas. Después de todo hay que ganarse el sueldo que te están pagando tus patrocinadores. Además, los métodos ya son bien conocidos y han sido probados hace tiempo.
“Llevamos veinte años viviendo en la plaza, declaraba patéticamente la mujer de uno de los candidatos, al recordar la lucha de tantos años contra el “régimen de Lukashenko”. “Nos hemos convertido en hijos de la plaza.”
Pero el destino de la república de Bielorrusia, como acertadamente han señalado los analistas, no lo deciden los “hijos de la plaza”, sino los hijos del pueblo. Por si solos estos “plazistas” bielorrusos, no son muchos. Lo mismo podría decirse de los “partidos de sofá” que los utilizan: ni siquiera han podido completar sus equipos electorales. Utilizaban a la misma gente para que les hiciese de apoderados,y observadores en las mesas electorales. La cosa llegó al punto de que en los comités electorales locales de la región de Grodno, en representación de 4 partidos opositores, se presentaron más de 30 personas, con antecedentes penales, algunos por delitos graves: violación , estafa, robo, tráfico de estupefacientes: Sin contar con apoyo dentro de la sociedad, los candidatos no se habrían arriesgado a sacar a sus correligionarios a la plaza, de no ser por el apoyo externo.
¿En qué manos está la porra?
Y ese apoyo necesario lo encontraron. Sobretodo en Occidente. Un papel destacado en los acontecimientos que se desataron en Minsk tras las elecciones, lo jugó la postura del jefe de la misión de observadores de la Oficina de instituciones democráticas y derechos humanos(ODIHR) de la OSCE, Gert Arens. No tuvo más remedio que reconocer, que tanto la recogida de firmas, el registro de las candidaturas, las intervenciones de los candidatos en televisión, radio y prensa escrita, se habían producido de forma libre, sin interferencias: Aunque según él, “el mejor síntoma de una auténtica campaña electoral” fue el que los candidatos “pudieran criticar duramente al actual gobierno”: Mejor no recordar lo que ha representado ese “síntoma”. Mentiras, calumnias, sinvergüencería, insultos dirigidos contra el gobierno y el presidente Lukashenko, que no deberían permitirse en una sociedad decente. Los teléfonos de las oficinas electorales no paraban de sonar, con llamadas de personas indignadas porque se permitiese a los candidatos de la oposición comportarse de modo tan insolente. Los usuarios de internet también dejaron ver su indignación: “La valentía de los pretendientes está en correspondencia con su elemental falta de educación y su incapacidad para el debate…Lenguaje de verduleras”.
Pero sobre los desmelenados candidatos nada dijo el jefe de misión de la ODIHR. Y lo más importante, ni una palabra, sobre que cinco de ellos, incluyendo a Vladímir Neklyaev y Andrei Sánnikov, principal apuesta de la oposición anti Lukashenko, violaron burdamente la legalidad con sus llamamientos a “salir a la plaza”. Por esos llamamientos a un mitin para el que no se había pedido autorización, además en una plaza, como la Oktyabrskaya, en la que no se permiten concentraciones, tanto la CEC, como la Fiscalía, ya les había advertido. Sin embargo, el señor Arens, tan escrupuloso al señalar a la CEC las más insignificantes irregularidades en la campaña electoral, prefirió “no advertir” la actitud contraria a la ley de los candidatos de la oposición.
Incluso cuando se supo que se estaban preparando para esa convocatoria ilegal formando grupos y destacamentos, y que los “hijos de la plaza” estaban adquiriendo porras eléctricas, aerosoles de gas, cohetes, porras y que habían intentado conseguir miles de barras metálicas y tornillería, Arens cerró los ojos.
Si hubiera dado a esos actos ilegales la valoración correspondiente, se hubiera caído el principal as en la manga de los provocadores: confiar en la ODIRH, como en un aliado. Pero la máxima autoridad de esa oficina, llamada a defender las normas elementales del derecho (o cuando menos a señalar su infracción) a lo largo de la campaña electoral, guardó silencio, que como es sabido, equivale a dar la aprobación, dejando de hecho las manos libres a los alborotadores.
Las elecciones en Bielorrusia han servido para mostrar del modo más preclaro la existencia de dobles raseros, o por decirlo de modo más coloquial, la falsedad de muchos representantes y en general de las estructuras de la OSCE. “La votación anticipada es ilegal, hay que eliminarla”,─exige la oposición local. “Limitar en las elecciones bielorrusas la votación anticipada”,─responde el eco en la OSCE. El que sea una práctica habitual en Occidente, en Reino unido, EE.UU., o en los países escandinavos, de eso, ni una palabra. Y sobre el hecho de que en los EE.UU., donde la votación anticipada no se prolonga cuatro días como en Bielorrusia, sino que dependiendo del estado pueda ir desde los 45 hasta los 75 días, y que la OSCE recomiende ampliar los plazos, de eso tampoco dicen nada. Lo que para unos está permitido, para otros está prohibido. El colmo de la hipocresía.
Y para que en los países poco “dóciles” como Bielorrusia, sea más fácil imponer al pueblo unos candidatos que representen los intereses de Occidente, han modificado las directrices de la OSCE. Fue eliminado el punto que recogía la necesidad de que las elecciones se desarrollaran conforme a la legislación vigente. Así que ya sabes, Vasya, o como te llames, Smith o Conrad, interpreta la ley electoral a tu conveniencia. Y si quieres, ignórala, ahora que es como coser y cantar: ningún principio al que atenerse. “Los estándares electorales de los que hablan los representantes y funcionarios de la OSCE, por desgracia no existen”, ─constató recientemente A. Lukashenko en la cumbre de Astaná. De ahí el resultado. En época de elecciones en uno u otro país, la OSCE ─señalo Lukashenko─ se convierte en una porra en manos de alguien.
No es difícil adivinar en qué manos precisamente.
El pueblo es dueño de su destino
El peligro que representaba para Bielorrusia esa “porra”, era cada vez más evidente conforme se acercaba la campaña electoral. Desde el campo opositor llegaron a exigir que el escrutinio lo realizasen los observadores: “¿Quizás, debería darles las llaves de mi apartamento?”─parafraseando a un conocido personaje literario, señaló con tono burlón uno de los analistas.
Ese peligro no pasó inadvertido para los dirigentes de la república. “Desarrollando la democracia por todo el país, pareciera que les hemos dado una señal equívoca a los que se dedican a las elecciones. Hagan lo que quieran, lleguen a los colegios electorales, y monten lo que se les venga en gana, lo que sea, con tal de que los extranjeros no vayan a pensar que tenemos unas elecciones no democráticas. Seguramente nos hemos esforzado demasiado por gustarles a los observadores internacionales. Prácticamente se han sentido los amos en estas elecciones presidenciales. Debe quedar claro en el país, que en los centros de votación, nadie tiene derecho a venir y ordenarnos el qué y cómo hacerlo, ─advirtió Lukashenko. ─Para eso está la ley y son el presidente y miembros de mesa los que deben actuar”.
La situación se complicaba por el hecho de que los círculos cercanos al Kremlin de Rusia, han estado ayudando a los candidatos de la “democracia” bielorrusa, a desestabilizar la situación. Bajo su dirección se desató una campaña anti Lukashenko. El golpe que confiaban poder llevar a cabo los opositores “democráticos”, tenía incluso el nombre puesto: “la revolución del oso”. Y solo en el último momento los dueños del Kremlin y la “Casa Blanca de Moscú”, cayeron en la cuenta. Cuando comprendieron que Lukashenko iba a ganar de manera inapelable, y que el pueblo ruso no les iba a perdonar esta nueva traición al único auténtico aliado que tenemos, Dmitri Medvédev dio marcha atrás. Pero la oposición “democrática” estaba ya apuntando a la plaza con el cargador lleno. En dirección a la Casa del gobierno, donde se habían congregado todos sus seguidores, se dirigían dos autobuses, repletos de tornillería, puntales, ganzuás, y demás herramientas necesarias para la “revolución”.
Los antidisturbios les dieron el alto y durante la operación, durante la cual algunos de ellos, incluido el propio Neklyaev, fueron detenidos, les requisaron todo eso.
Y aunque el recuento de la papeletas se realizaba en un ambiente plenamente democrático, en presencia de los observadores, los opositores no modificaron sus planes. Intentaron tomar al asalto la Casa de gobierno, donde la CEC centralizaba la recogida de datos, montando en la plaza una auténtica pelea campal destrozando puertas y ventanas. Para restablecer el orden el gobierno no tuvo más remedio que emplear la fuerza. El intento de golpe había fracasado. Hay que reconocer, que en algo ayudó la postura de una serie de observadores internacionales que desde las pantallas de televisión reconocían la limpieza de los comicios. Y en especial hay que agradecer la postura de los diputados de la Duma por el PCFR, que ayudaron con sus intervenciones a disipar los malos pensamientos de la oposición “democrática”.
Muchos recuerdan hoy las palabras de Lukashenko, pronunciadas en la reciente Asamblea parlamentaria: “Nadie, a excepción del pueblo bielorruso, puede decidir cómo este tiene que vivir, cómo desarrollarse, qué leyes deben regir en nuestra tierra y quién debe ser presidente. La voluntad del pueblo bielorruso, es la única fuerza legítima, que puede y debe decidir el destino del país, y no necesita de ninguna valoración proveniente del exterior”. Y mucho menos si esas valoraciones vienen de los partidarios de la democracia occidental. La hipocresía de esa democracia burguesa, en la que bajo la apariencia de preocuparse por el pueblo, se aseguran los intereses de una minoría, es algo que los bielorrusos durante estas últimas elecciones han entendido perfectamente. Y por eso han ganado.
Oleg Stepanenko es corresponsal de Pravda en Minsk.
Fuente: http://gazeta-pravda.ru/content/view/6590/34/
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Reflexiones de la Traducción.
Por Josafat S. Comín
No puedo dejar de preguntarme qué hubiera pasado si en cualquier país occidental, dos candidatos a presidente, que entre ambos hubiesen obtenido el 4% de los votos, convocasen a una concentración ilegal a la hora del escrutinio. Qué hubiera pasado si en esa concentración hubiesen arengado a sus 5 mil seguidores, a los que previamente hubieran intentado proveer de todo tipo de armamento casero, y valiéndose de esa “nube etílica” que les rodeaba les hubiesen animado a tomar al asalto el edificio sede de gobierno y del Consejo Electoral. ¿Alguien puede pensar que esa gente hubiese llegado a romper las puertas y ventanas del primer piso de una sede parlamentaria en cualquier pa��s de Europa occidental?¿Cuáles serían los titulares en la prensa al día siguiente? ¿Encontraríamos titulares del tipo “El gobierno reprime salvajemente a la oposición”?¿Que pasaría si posteriormente se descubriese que esos candidatos reciben fondos y siguen las directrices de una o varias potencias extranjeras?
Por cierto que ayer mismo en la página de BELTA se recogían unas declaraciones de Lukashenko, hechas en la rueda de prensa que ofreció a primera hora de la tarde, en las que prometía en un futuro próximo sacar a la luz documentos de los servicios de inteligencia clasificados como “secretos”, para que el pueblo pueda comprobar quienes son en realidad esos “líderes” opositores y para quién trabajan.
Bielorrusia les duele. Escuece por igual a capitalistas occidentales y oligarcas rusos, pues es la prueba palmaria de que el modelo soviético, político y económico, no solo era perfectamente viable con la introducción de ciertas mejoras y la adecuación a nuevas realidades, sino que veinte años después sigue siendo deseable para un 80% de ese 93% de bielorrusos que el pasado domingo acudió a las urnas.