Quiero abordar el tema partiendo del vídeo que acabamos de ver. Ya son ocho (no siete) los muertos en la empresa Foxconn. El profesor de la Universidad Qinghua decía que la tasa de suicidios no le parecía muy alta. Al día siguiente una joven de 24 años se arrojó desde lo alto de un edificio. Personalmente pienso que estos hechos son dramáticos y que es importante saber con qué criterios hay que evaluarlos y qué es eso de una tasa no muy alta de suicidios. Los principales medios de comunicación hablan de estos trágicos acontecimientos como si se tratase de una cuestión personal: el suicidio de un joven diplomado que parecía ser una persona abierta y alegre se presenta como un problema espiritual, mientras que otros de estos suicidios se atribuyen a problemas psicológicos. En el caso de un trabajador que se arrojó desde el tejado del dormitorio, se atribuyó a presiones psicológicas derivadas de problemas de fertilidad. Tras el séptimo suicidio en Foxconn se solicitó la colaboración de conocidos psicólogos, que no han hecho una buena labor, y recientemente también se ha contado con sacerdotes taoístas. La dirección de Foxconn prefiere ver el problema como algo vinculado con el Fengshui y la psicología, antes que verlo como un problema de gestión enpresarial o como un problema social. Yo, por el contrario, voy a abordar el problema desde un punto de vista sociológico.
Quiero partir de estos hechos para interpretar el fenómeno de los campesinos que migran desde el campo hacia las fábricas en el proceso de formación de una nueva clase obrera. Mis libros versan sobre la primera generación de trabajadores campesinos migrantes, últimamente he escrito algunos artículos dispersos sobre la segunda generación, a la que intentaré insertar en el contexto teórico marxista, en la formación del proletariado, incorporando también algunas teorías post-marxistas, con el propósito de valorar si es posible interpretar los suicidios y las huelgas como fenómenos de protesta en el marco de la tradición teórica marxista o de la sociología.
Obviamente, no consideramos que el suicidio sea algo normal, si así fuese la práctica de los obreros coreanos que se prenden fuego debería verse solamente como una advertencia a la sociedad, y los suicidios de jóvenes obreros chinos constituyen una tragedia demasiado grande como para pensar que solamente se trata, después de todo, de un modo de contar a la sociedad el injusto trato sufrido. Hoy evitaré todos los detalles sobre las muertes, ya los hemos visto en el vídeo. Los suicidios acontecidos desde enero hasta hoy corresponden a jóvenes entre 18 y 24 años, y su modalidad ha sido siempre la misma: arrojarse desde lo alto de un edificio, gesto que no permite vuelta atrás. Dos obreras han quedado heridas y no han muerto. Pero ya se trate de heridos o de muertos, ¿cómo comprender esta tragedia? ¿Hay que situarla en el contexto de la empresa o bien hay que situar esa problemática interna de la empresa en el contexto más amplio de los 230 millones de trabajadores campesinos migrantes? ¿Y para qué? ¿Para decir que esta empresa tiene condiciones mejores que aquella, que el salario de tal empresa es mayor que el de esta otra?
En Shenzsen el salario habitual de un obrero está entre 1.000 y 1.500 yuanes, mientras que en Foxconn está entre 1.500 y 2.000, siendo, pues, significativamente mayor. Las condiciones de trabajo y la gestión son un poco mejores y por ese motivo en Foxconn cada mañana a las 5,30 h. hay una cola de personas que quieren entrar a trabajar allí, mientras que otras empresas más pequeñas tienen dificultades para encontrar trabajadores. Considerando esto, podríamos decir que estamos ante una representación a menor escala de la situación común de los trabajadores campesinos migrantes; si mejoran las condiciones de trabajo en Foxconn podrían mejorar las condiciones de vida de los trabajadores campesinos migrantes.
El secreto por el que China se ha convertido en la fábrica del mundo reside en la existencia de 230 millones de trabajadores campesinos migrantes, sin los que China no habría llegado a ocupar en los últimos 20 años, gracias al bajo coste, el primer puesto como fábrica del mundo. Hoy tenemos primacía en varios ámbitos, la exportación por ejemplo. Foxconn es la primera exportadora global en electrónica. Hoy, cuando construimos Shenzhen, Shanghai etc., decimos siempre que estamos en los primeros puestos a escala mundial, pero también deberíamos decir que, según creo, también lo estamos en cuanto a la tasa de suicidios de la fuerza de trabajo juvenil, pese a los psicólogos que nos dicen que la tasa no es elevada.
Cuando analizamos la formación de la clase obrera en el marco de China como fábrica del mundo, vemos claramente quién está construyendo la riqueza, quién está edificando China como fábrica del mundo, quién se sacrifica, quién se apropia de los beneficios. Hoy se ha replanteado claramente el fenómeno de la sociedad de clases. Un país socialista, que por eso mismo debería liberarse de las relaciones de producción capitalistas, ha permitido que la división de clase penetre profundamente en las relaciones sociales.
Yo me hice marxista cuando, por primera vez, entré en las zonas industriales chinas, la primera vez que entré en una fábrica, cuando aún era estudiante universitaria a comienzos de los años noventa. En aquella época se estaban produciendo grandes cambios económicos en Hong Kong y muchas fábricas se trasladaban a China continental. Los obreros de Hong Kong sufrían el desempleo, y cuando me desplacé a China continental observé el fenómeno de los trabajadores campesinos migrantes que, año tras año, se dirigían al Guangdong para trabajar.
Estos cambios me impresionaron y estaba estupefacta al ver que en la patria del socialismo se permitía una explotación capitalista brutal, que, en los años noventa, era aún más intensa que hoy.
En 1995 entré en una fábrica en la que se producían componentes electrónicos para los teléfonos móviles de entonces. Allí, me puse a preguntar a muchas personas cuál era su salario. Era una fábrica de componentes electrónicos, en la que se hacían los teléfonos celulares de entonces. El precio de uno de esos teléfonos eran unos 10.000 yuanes. ¿Y cuál era el salario de un obrero? ¿Con qué jornada? De media, 14 horas diarias, sin sábados ni domingos.
Tal vez vuestras madres y vuestros padres sean la primera generación de trabajadores campesinos migrantes a la que hemos entrevistado, aquella situación la recuerdan bien. Cuando entré en la fábrica, leí encolerizada El Capital de Marx y descubrí que la situación que describía no era tan grave como la que había en China en los años noventa. El salario del que habla El Capital se calculaba semanalmente, pero cuando yo empecé a trabajar el cobro del salario se retrasaba tres meses y el ritmo de trabajo era extenuante. A comienzos de los noventa, morían trabajadores en los incendios que se producían en las fábricas y en los dormitorios. Después de Marx, El Capital, que describe la situación industrial del siglo XIX, influenció la revolución socialista; si comparamos la época de Marx con la situación de los trabajadores y con los suicidios de la Foxconn, se nos viene a la mente que quizá aquella época fuese más feliz que la nuestra.
A inicios de los noventa la presión sobre el trabajo era mucho más fuerte, el salario era sólo de 500 yuanes, cuando ahora está entre 1.000 y 1.500. Los dormitorios y espacios de la fábrica han mejorado, y también han mejorado las condiciones laborales. ¿Por qué, entonces, no hubo suicidios y huelgas entre la primera generación de trabajadores campesiones migrantes, lo que sí ocurre actualmente?
Cuando entré en la fábrica y ví las horrendas condiciones de trabajo no comprendía cómo podía pasar algo así en nuestro país socialista. Estaba furiosa, pero los obreros no lo estaban. Pensaba que eso dependía de que estaban atenazados, bajo presión, que no tenían posibilidad de expresar lo que sentían. Sin embargo, no ví suicidios. Hubo muertes súbitas o por agotamiento, pero no con la gravedad actual.
En los años noventa ví cómo los trabajadores comenzaban a encolerizarse e incluso a hacer huelgas. Después del 2000 en el delta del Río Perla, en particular en Dongguan, hubo oleadas de huelgas en las que participaron miles de personas, aunque sin ninguna cobertura mediática. Después, algunos medios se interesaron en las huelgas, pero dejaron de hacerlo porque se habían hecho tan habituales, sobre todo en Dongguan, que ya no atraían la atención al ser tantas y tan frecuentes.
¿Cómo interpretar las diferencias entre ambas generaciones de trabajadores? Debemos reflexionar sobre ello y, sobre todo, preguntarnos cómo surgieron los trabajadores campesinos migrantes. Además tenemos que analizar en profundidad las diferencias existentes entre estas dos generaciones, incluso con una misma composición de clase, con las mismas relaciones de producción y tratándose de trabajadores que hacen el mismo trabajo en la fábrica y que afrontan las contradicciones del capitalismo. Hay que hacerlo porque la diferencia es verdaderamente grande.
También debemos reflexionar sobre el proceso de formación de la nueva clase de trabajadores campesinos migrantes, que no podemos encajar completamente en el proceso de proletarización. A lo largo de una remodelación que ha durado 30 años el campesino se ha convertido en trabajador (en precario, sin derechos), sujeto del trabajo pero no un obrero en sentido pleno. No está claro si aún es campesino o si es obrero. Aunque las condiones en que vive son objetivamente las de un obrero, desde un punto de vista subjetivo, en tanto que trabajador, su identidad es problemática.
Analicemos el problema del reconocimiento identitario a través de algunos contenidos teóricos del post-marxismo. En el paso de la clase en sí a la clase para sí participan factores complejos y difíciles. Si introducimos este aspecto en las particulares condiciones chinas y en el proceso de inclusión en la economía global capitalista, al hacer una comparación con otros países encontramos que la singularidad china reside en nuestros trabajadores campesinos migrantes. Aunque está claro que llegan a gastar diez o veinte años de su vida trabajando en la fábrica, les es negada su posición como obreros. Su conciencia como tal sujeto aún no se ha formado completamente.
¿Asistimos en China al surgimiento de unas nuevas Enclosures [nt: cierre de los terrenos comunales en favor de los terratenientes en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX]? Pero este fenómeno es diferente en China. La nueva generación de trabajadores campesinos migrantes ya no puede volver a su pueblo pero tampoco puede quedarse en la ciudad. No puede permanecer donde está, pero tampoco pueden regresar al campo. ¿No deberíamos tal vez buscar en esta condición de clase proletaria incompleta los motivos de los suicidios y de las protestas de los trabajadores campesinos migrantes?
El fenómeno de los trabajadores campesinos migrantes no puede separarse del desarrollo de los últimos 30 años. Todo empezo con la reforma, y la reforma empezó en el campo, cuya dimensión colectiva fue destruida favoreciendo la emergencia de pequeñas economías campesinas; la base de la fuerza de trabajo a la que vengo refiriéndome se encuentra en el final del colectivismo, que dio lugar a un excedente de fuerza de trabajo campesina. Nuestros sociólogos utilizan una bella expresión para este fenómeno: una abundante fuerza de trabajo.
No importa tanto si es abundante o es sobreabundante, lo que importa es que una generación de jóvenes ya no tiene nada que hacer en el campo, no tiene ninguna oportunidad de trabajar allí porque la tierra no puede proporcionarles ocupación. Por eso empezaron a migrar buscando trabajo en la ciudad, en particular en las zonas costeras en las que entraba capital extranjero. Así fue fundada China como fábrica del mundo, gracias a esta fuerza de trabajo barata. En la reforma del agro y en la “estrategia de puertas abiertas” reside el secreto del surgimiento los trabajadores campesinos migrantes.
Estas son las condiciones del país, porque “la fuerza de trabajo” es demasiado grande. Si esta fuerza de trabajo excedente en los años 80 no hubiera sido absorbida en las fábricas de “sangre y sudor” tampoco se habrían tenido estas mínimas ocasiones de progreso. Según lo que aprendí entonces, en aquel tiempo con doscientos o trescientos yuanes mensuales se pagaban más de diez horas de trabajo diario.
Ya fuese una empresa de juguetes o una de electrónica, el producto era el mismo tanto si lo hacía una trabajadora de Hong Kong o yo misma, que trabajaba en Shenzhen, también eran iguales el capital y la marca. Por ejemplo, todo el mundo sabe que los productos Disney son muy caros, por un muñeco piden entre 200 y 300 yuanes. Bien, pues en los años 80, la misma fábrica, el mismo contexto, en Hong Kong se llegaba a ganar entre 5.000 y 6.000 yuanes, y al inicio de los 90 unos 6.000 haciendo horas extras; sin embargo, esa misma fábrica abrió una nueva sede más allá de la frontera con Shenzhen, en la que se producía la misma mercancía pero pagando salarios de 200⁄300 yuanes mensuales.
Esa diferencia me era difícil de comprender y aceptar, mientras que para aquellos que tenían sentido patrio era comprensible, pues decían que ambas sociedades se encontraban en una fase diferente de desarrollo, había gran cantidad de mano de obra y usar esa fuerza de trabajo barata podría impulsar el desarrollo, integrando a China en el sistema capitalista global y permitiendo dar el primer paso. Pero yo, que no tenía sentido patrio, me preguntaba si el capital de Hong Kong o Taiwán dejaría de invertir porque el salario de las trabajadoras subiese a 400 yuanes. Tanto entonces como hoy cabe preguntarse si un aumento de salarios haría que China dejase de ser la fábrica del mundo y se alejase de la ruta del desarrollo.
Para estos capitalistas el aumento de los salarios no les reporta ninguna ventaja, porque no ven a la fuerza de trabajo como personas. La patronal no se siente requerida a considerar como personas a la fuerza de trabajo barata. Por lo tanto, para ellos no tendría sentido un aumento de sueldo. Cuando entré en la fábrica, no tenían ninguna confianza en los trabajadores. Al andar por la calle o cuando íbamos a comer siempre escuchabas decir que los trabajadores chinos eran difíciles de manejar y que, muy en particular, tendían a robar mercancías ¿Es así? Ciertamente, en comparación con los trabajadores de Hong Kong y Taiwán el fenómeno del hurto de mercancías es más habitual. Los almacenes de las fábricas de Hong Kong tienen abiertas las ventanas, mientras que las de Shenzhen tienen barrotes de hierro por temor a los robos. Un trabajador de Foxconn se ha suicidado por haber perdido el prototipo del iPod; esta presión proviene del temor de la empresas a los robos. Pero si pensamos sobre ello, es preciso tomar en consideración la diferencia que había, en la fábrica en la que trabajaba, entre los salarios, unos 400⁄500 yuanes mensuales, y el precio de los teléfonos celulares que producíamos, a 10.000 yuanes cada uno.
He notado que muchos temen usar conceptos como clase y explotación, pero basta con entrar en una fábrica para que explotación, dignidad y palabras semejantes dejen de parecernos conceptos exóticos o que estén al servicio de alguna teoría foránea para manipular a los trabajadores. La clase objeto de esa explotación, la rabia que cada obrero siente y puede expresar, son cosas de las que, desde un punto de vista histórico, hablamos tranquilamente en la universidad entre estudiantes y profesores. Actualmente se teme la emergencia de las contradicciones de clase. Hace pocos años había fábricas carentes de las más mínimas condiciones dignas para los trabajadores. Los lugares en que se trabajaba y se vivía carecían de salidas de emergencia. Algunos obreros murieron abrasados por ese motivo. Las fábricas de los años noventa tenían los alamacenes en la planta baja, la cadena de montaje estaba en la segunda y tercera planta, mientras que los obreros vivían en los pisos superiores. Para evitar los robos se cerraba todo con llave, y en caso de incendio era imposible escapar y los trabajadores morían abrasados. Mi trabajo “Obreras chinas”, situado en los años ochenta y comienzos de los noventa, nace porque en esa época, como estudiante universitaria, ví morir así a obreras. Tras aquellos incendios, las zonas de alojamiento y de producción fueron separadas gracias a oportunas leyes. Por consiguiente, los alojamientos de una fábrica que tenga algún millar de trabajadores deben crearse ahora en sus alrededores.
En los últimos años he escrito varios artículos sobre el tema de la vivienda. Si la primera característica en la que reside el secreto de la fábrica del mundo son los trabajadores campesinos migrantes, la segunda está representada por los dormitorios vinculados a la fábrica. Es preciso preguntarse por el contexto de la vida de la fuerza de trabajo, por la posibilidad de formar una familia, ya que se debe pensar que eso, además de un salario, requiere un alojamiento, la posibilidad de criar hijos que puedan estudiar o de acudir al médico cuando se contrae una enfermedad. Pero el salario de 230 millones de trabajadores campesinos migrantes sólo se rige por las necesidades de la propia fábrica y obliga a vivir en alojamientos comunes, donde se amontonan decenas de trabajadores. El sueldo no les permite vivir en la ciudad de Shenzhen.
De hecho, en la zona costera de desarrollo en Shenzhen se piensa utilizar esta fuerza de trabajo sólo durante un breve periodo, hasta que los migrantes vuelvan al campo; son vistos como fuerza de trabajo, no como trabajadores. El problema se hace cada vez más evidente. Al comienzo, los trabajadores campesinos migrantes que estaban en las fábricas tenían su propio pedazo de tierra y la posibilidad de retornar a su pueblo; eso explica por qué razón yo me enfurecía pero ellos todavía no lo hacían. En los años noventa los obreros se consideraban, en el fondo, campesinos, aunque desde un punto de vista marxista sus relaciones de producción ya habían cambiado y se habían transformado en verdaderos obreros empleados en las fábricas, aunque sin estar aún en una posición completamente equiparable a la de los obreros: su salario no era un salario de obrero, porque el salario de un obrero debe garantizar el coste de reproducción de las generaciones sucesivas, esto es, poder tener una familia, trabajando ocho o diez horas, poder tener un lugar en el que vivir con la familia y desde el que volver al trabajo tras pasar un día de descanso.
Si en los años ochenta el salario no permitía vivir en la ciudad, actualmente el salario en Foxconn, entre 1.500 y 2.000 yuanes, tampoco permite que un obrero viva en Shenzhen. ¿Cómo puede reproducirse este sistema, cómo se tiene en pie este tipo de sostenibilidad?
Digamos claramente que este sistema sólo rige para los trabajadores campesinos migrantes, cuyo salario es la mitad del salario de un trabajador normal. Además, viviendo en el alojamiento de la fábrica se puede ahorrar algo de dinero para el futuro, ya que no es seguro que Foxconn siga aceptando a un trabajador cuando supere los 30 años de edad.
El actual desarrollo de las grandes ciudades se apoya completamente sobre los hombros de la fuerza de trabajo campesina. La ciudad es cada vez más rica, construimos ciudades cada vez más globales, como Beijing, Shanghai, Shenzhen, Guangzhou, cuyos gobiernos no tienen ninguna obligación respecto a las pensiones y al cuidado de los 230 millones de trabajadores campesinos migrantes. Tras haber explotado a la fuerza de trabajo, carecen de cualquier proyecto para su reproducción y para los cuidados que necesitan. El proyecto es devolverles al campo, arruinado desde hace veinte años, sin desarrollo alguno y sobre el que, además, pende la amenaza inminente de la venta de la tierra. Ésta es la injusticia fundamental, la fuerza de trabajo barata sostiene una producción de bajo coste que no sólo se dirige a la burguesía media urbana sino, de forma más relevante aún, a los países occidentales, como EEUU, donde quien no tiene dinero lo pide prestado para consumir y lo que consumirá es nuestra fuerza de trabajo barata. El Gobierno chino presta continuamente dinero a aquellos que puedan consumir las mercancías hechas con fuerza de trabajo barata en el sistema económico global, de forma que el sacrificio final recae sobre la masa de trabajadores campesinos migrantes.
¿Cuál es la diferencia entre las dos generaciones de trabajadores campesinos migrantes? La primera generación tenía una gran capacidad de aguante, de hecho el psicólogo que ha salido en el vídeo decía que el problema de las actuales protestas deriva de que la segunda generación está debilitada, no tiene aguante, pero debemos preguntarnos cómo se ha creado esta diferencia psicológica. Un análisis atento nos dirá que, si bien la primera generación tenía mayor fuerza para aguantar el trabajo duro y la adversidad, también tenía esperanzas y objetivos: lo que ahorraba era usado para construirse una casa y una vida familiar honorable, lo que les permitía soportar las angustias y la fatiga del trabajo en las ciudades. La segunda generación se ha formado totalmente en el ámbito urbano y aspira a un modo de vida metropolitano creado en los últimos años por el modelo de desarrollo dominante, una especie de civilidad urbana continuamente buscada, en la que se dice que hay que renunciar al campo porque de otra manera uno se desacredita, se pierde el honor, se es poco desarrollado y se pierde la posibilidad de cambiar lo que tus progenitores te dieron en su momento. Éste es el contexto en boga. La vía de desarrollo hoy imperante y su cultura nos hacen ver al campo y a nuestro pasado como si fuesen nuestros enemigos.
Desde el momento en el que nos pusimos a construir civilidad metropolitana del tipo de la de Beijing o la de Shanghai, los valores de la nueva generación están enteramente basados sobre eso, mientras que los de nuestros progenitores se basaban totalmente sobre el campo. La primera generación, aunque pobre y forzada a un duro trabajo, tenía una casa en la que pensar. Quienes ahora tienen entre 18 y 20 años no tienen motivo para sentirse vinculados al campo y sí muchos motivos para el conflicto. Año tras año se lucha por un salario más alto, y aunque los salarios son, en apariencia, el triple que a comienzos de los 90, la verdad es que también suben los precios. ¿Los 1.500 yuanes que se ganan hoy son en verdad más que los 500 de ayer? Tal vez sean menos, dada la inflación y el alza de precios.
En los años noventa, en los suburbios de Shenzhen o Guangzhou se podía alquilar, por 200 o 300 yuanes, una casa en la que vivir con la familia. Hoy no se puede. Los trabajadores campesinos migrantes están forzados a residir en las zonas industriales, en las que no hay alquileres asequibles, por lo que se alojan en los dormitorios de la empresa, los mismos dormitorios desde cuyos tejados o ventanas se han arrojado estos trabajadores de Foxconn.
Un trabajador campesino migrante de veinte años que no quiera quedarse en el campo y desee vivir en la ciudad debe pagar al menos 1.000 yuanes de alquiler, pero, entonces, ¿cómo atender las demás necesidades básicas con un sueldo de 1.500 yuanes? No hay salida para los dilemas y dificultades de esta nueva generación. Hace dos o tres años se habló mucho de cuando la nieve obligó a los campesinos trabajadores migrantes a quedarse en la ciudad sin regresar a casa para la celebración del Año Nuevo chino; pero aunque hubieran podido hacerlo habría sido sólo por dos semanas, de lo que eran conscientes. La vida del campo, sus valores y su realidad se han perdido, mucho más aún si hablamos de la segunda y tercera generación.
A partir de aquí, podemos imaginar dos posibles caminos. Por un lado, sería posible un nuevo desarrollo rural que no pase por la venta de la tierra y que no esté al servicio de las grandes empresas que están devorando el campo. Un desarrollo que permita a las personas que regresan allí disponer de una base económica de la que vivir y percibir que la propia vida tiene un futuro.
Por otro lado, está la posibilidad de que estos trabajadores campesinos migrantes se conviertan realmente en la nueva clase obrera, con un incremento salarial que será beneficioso para el desarrollo de China. Si ahora todas las mercancias se orientan a la exportación, se debe a que aquí la gente no tiene dinero para consumir. Por una parte, se tiene miedo a que no haya consumo, pero no se elevan los salarios. No es lógico. Elevando los salarios en Foxconn se influiría también sobre otras empresas y sobre toda la zona de Shenzhen, induciendo mejoras.
El verdadero problema es la horrorosa competición a la baja en la que está inmerso internamente el capital, la última frontera de la competencia a la baja, cuyo precio final lo pagan los trabajadores.
¿Por qué los trabajadores han sido reducidos a esta condición? Seamos realistas: además del hecho de que nuestros sindicatos no desempeñan ningún papel útil, nuestros trabajadores no han tenido fuerza para negociar el salario. No tienen fuerza en la ciudad porque todavía están en una situación fluctuante y desarraigada. Hoy se trabaja en Dongguan, mañana tal vez en Shenzhen o Guangzhou. De este modo no se pertenece a un hogar ni a una sociedad. La fuerza de los trabajadores, la presión que pueden ejercer sobre el capital, está fragmentada en el marco de esas condiciones. El capital desea que todos los trabajadores sean campesinos migrantes, y está claro que quiere mantener a los trabajadores migrantes de segunda y tercera generación como campesinos migrantes. Por eso no hemos modificado la situación creada por el sistema hukou [nt: sistema que regula los permisos de residencia permanentes y temporales].
Un aumento de salarios también influenciaría la situación de los estudiantes. ¿Por qué el salario de un diplomado es tan bajo? Porque detrás hay un hermano que tiene aún menos, un trabajador migrante que tiene aún menos, un desempleado que tiene aún menos. Hoy debemos reflexionar sobre quién sostiene una sociedad y sobre cuáles son los derechos a proteger.
* Pun Ngai es socióloga y antropóloga, profesora en el Politécnico de Hong Kong.
Revista Trasversales número 20 otoño 2010. Traducción del chino al italiano: Diego Gullotta. Traducción del italiano al castellano: Trasversales, con autorización de Dieg