Hace un mes, y en este mismo espacio, hice un alegato contra la tortura. Tomé prestada la metáfora de la gangrena porque esta práctica malvada destruye todas las células del tejido social en el que se instala.
La sociedad civil española conoce la existencia de esta brutalidad y la consiente. Su silencio es sinónimo de complicidad o, peor aún, de estímulo. Muchas veces, tras ese mutismo espeso, se oculta un amasijo de sentimientos ruines: «bien merecido lo tienen, así escarmentarán»; síntoma de que la ciudadanía ha renunciado al control de las fuerzas policiales y a los valores éticos que tan alegremente pregona. Los medios de comunicación tienen mucho que ver con este embrutecimiento colectivo; hipotecada su dignidad, utilizan teclados y micrófonos para ocultar bajo el felpudo la práctica del tormento. Cuando encubren la tortura están basureando, al mismo tiempo, los principios básicos de su profesionalidad. No se libra de semejante degradación la Iglesia, ciega, sorda y muda ante este salvaje y reiterado atropello. Los obispos de Euskal Herria suelen recibir por estas fechas un dossier sobre los casos de tortura sucedidos durante el año. El último mereció un solo acuse de recibo; a partir de ahí, el silencio. Uno tras otro, los informes desaparecen en la insensibilidad de las curias episcopales.
Es el Estado español quien más sufre el efecto de esta gangrena. Derrochó ingentes recursos para convencer al mundo de que lo nuestro es un problema de terrorismo. El amoratado rostro de Unai Romano ha desmontado las patrañas oficiales; millones de personas conocen ahora el alcance político de este conflicto. Los diferentes aparatos de un Estado habituado a la tortura también se ven desautorizados por ésta. El Mecanismo para la Prevención de la Tortura no está cumpliendo la tarea para la que fue creado; practica visitas a los centros de detención pero nunca acude a los antros donde se destroza a las personas detenidas e incomunicadas.
Difícil lo tuvo la embajadora española en la Universidad de Cork. Ya en la puerta, le esperaba un grupo de estudiantes irlandeses que escenificaban las torturas que sufrimos los vascos. En el salón de actos, los reproches contra los malos tratos de las numerosas policías españolas fueron continuos.
Tampoco se libran de la gangrena controvertidas figuras de la Magistratura como Garzón. Acababa de ser aplaudido en Argentina y firmaba autógrafos a la puerta del auditorium. Para facilitarle la tarea, una joven le ofreció un libro que le sirviera de soporte. El libro le quemó en las manos al envanecido firmante cuando se dio cuenta que aludía a las torturas que se practican en el Estado español. Intentó afeárselo a la joven, que demostró estar bastante más documentada de lo que el juez imaginaba. Garzón fue interpelado por los Jóvenes argentinos contra la Tortura, ampliamente documentados. El servicio de seguridad hubo de rescatar a la «estrella» furibunda. Las torturas que él consintió en la Audiencia Nacional desautorizaban las palabras que acaba de pronunciar en su conferencia: «No comprendo cómo puede haber comisarías que se convierten en centros de detención».
Fuente: Gara