Hace uno días llegó a mis manos el libro titulado en castellano «No les bastó Gernika». Lo he hojeado, a la espera de una lectura en profundidad. Me parece sumamente recomendable para que no olvidemos los atropellos que hemos sufrido a lo largo de los años. Como se recuerda en su presentación, la historia del pueblo vivo más viejo de Europa ha sido escrita normalmente por nuestros conquistadores, y por ello, para los vascos que resistían a lo largo de generaciones no había más verdad que la de los otros. Poco a poco se ha ido ganando terreno en la recuperación de la memoria de los represaliados en el levantamiento fascista de 1936, aunque se sigue trabajando y queda mucho terreno por recorrer, pero faltan los del franquismo y los que les siguieron. El esfuerzo de los autores, agrupados en Euskal Memoria, encomiable en cualquier momento, resulta especialmente plausible en tiempos como los que vivimos, en que los inquisidores de nuevo cuño se empeñan, por tierra, mar y aire, en hacer desaparecer cualquier rastro de la resistencia vasca. Durante muchos años nuestros montes han acogido en su seno modestos recordatorios dedicados a los que dejaron la vida en defensa de sus ideales, acribillados a balazos o enterrados en cal viva. Se trataba de pequeños testimonios colocados por sus familiares, vecinos y amigos. Ciertamente hubieron de reponerse en muchas ocasiones, pues sufrían agresiones por parte de grupúsculos de ultraderecha o por los llamados incontrolados, a los que, por supuesto, nunca se les ha aplicado el estado de alarma. Actuaban bajo oscuros pero tupidos y poderosos mantos protectores, y se dedicaban a expoliar violentamente todo aquello que pudiera coadyuvar a mantener viva la memoria.
De un tiempo a esta parte, y como otro avance más en la senda democrática, esta tarea se ha convertido en servicio público y ha sido asumida por la Ertzaintza. En nuestras frecuentes caminatas montañeras vamos comprobando los quebrantamientos llevados a cabo para tratar, inútilmente, de borrar del mapa una parte de la Historia. Toda placa conmemorativa, foto o ikurriña ha sido eliminada a golpe de martillo o incluso con jeeps, grúas o hasta helicóptero, como cuentan que ocurrió en el monte Arno de Mutriku. Parece que dedicaron a estos menesteres destructivos el autogiro que, sin embargo, no acudió a rescatar a los tripulantes del «Motxo», que naufragó a pocos kilómetros, ralentizando peligrosamente su salvamento.
No parece que estas actuaciones propias de neo inquisidores se compaginen bien con el perfil de aquella Policía de proximidad nacida para ayudar a cruzar la calle a los vecinos impedidos, de la que hablaban cuando nos querían vender la moto.
Ciertamente, están pasando en la Ertzaintza cosas difícilmente explicables. Así, esta semana se publicaba la noticia de que habían nombrado subjefe del cuerpo en Gipuzkoa a un mando condenado por sentencia firme por conducir ebrio. ¿Tendrá a su cargo la unidad de tráfico?