Cuando no bastan los millones de palabras que pueden construirse con las 28 letras del abecedario para expresar todo lo que cabe en una rápida visita al Sáhara, nace una profunda impotencia, junto a la crisis en los cimientos de nuestras verdades y nuestras mentiras, en nuestra estereotipada imagen de dónde está la riqueza y dónde la pobreza, dónde hay tierra y raíces y dónde estéril arena, dónde está la vida y dónde el desierto. Y lo cierto es que asusta desvelar la verdad, no sea que seamos nosotros quienes vivimos en el desierto, lo que nos lleva otra vez a la impotencia.
Impotencia para escribir, gritar, comunicar, porque no hay letras en las que quepa la dignidad de un pueblo como el saharaui, pueblo del que si no sabemos mirar, podemos llegar a escribir que sobrevive a la injusticia de ser expropiados de todo lo expropiable, su historia, su tierra, el aire, el agua, y a ser destinatarios de la terrible crueldad de un lento genocidio en mitad de la nada. Pero al decirlo así nos habremos equivocado profundamente, porque quien sea capaz de mirar de frente a los ojos de ese pueblo hasta ver y sentir su alma y respirar su esencia, no tendrá más remedio que admitir que el verbo apropiado para lo que el pueblo saharaui está haciendo no es sobrevivir, sino vivir con mayúsculas y, a continuación, mirarse al espejo de nuestra propia realidad para encontrar mucho más allá de lo material que el auténtico sentido de la palabra sobrevivir se encuentra entre las vacías personas y almas de la abundancia de nuestras calles.
Impotencia para actuar de manera proporcionada a la enorme injusticia que con ese pueblo se está cometiendo y aportar nuestro esfuerzo para lograr que la autodeterminación del Sáhara, sea mucho más que una palabra con la que las personas y gobiernos de las supuestas democracias tranquilicen sus conciencias, mientras pasivamente unas, mediante el cómplice silencio ante las atrocidades de la monarquía totalitaria marroquí, y activamente otras, como es el caso del Gobierno español, mediante apoyos políticos, morales, económicos y materiales de todo tipo, incluyendo el material necesario para matar físicamente al pueblo saharaui (armamento, vehículos militares…), contribuyen a la injusticia y al genocidio de un pueblo.
Impotencia incluso para ser. Ser con mayúsculas, revisando todo lo que el encuentro con una realidad como la que vive el pueblo saharaui obliga a revisar en nuestro propio interior y en la sociedad en la que vivimos, integrando todo lo aprendido y aprehendido de un pueblo que, pese a las dificultades, mantiene claros y con fuerte trazo los niveles de dignidad, orgullo, serenidad e ilusión que aquí y en nosotros se desdibujan.
Impotencia para ser capaz de interiorizar la serenidad, dignidad e ilusión de un pueblo represaliado, exiliado, negado, agredido, torturado… Y en el que, pese a ello, en nuestra visita solidaria, en la que hemos contactado, hablado y convivido con personas de todo tipo, desde las gentes más humildes hasta sus más altos dirigentes, incluyendo en ellos a hombres y mujeres de tres generaciones, no hemos escuchado ni una sola palabra de insulto, agresividad o violencia. Ni una. Sólo palabras que, aunque rotundas y duras, cuando así es necesario, nacen y están elaboradas y expresadas desde la serenidad y la paz que otorga la convicción de un pueblo que sólo necesita que le devuelvan su tierra, porque la autodeterminación que reivindica es algo que ya viene practicando en el día a día de su exilio. En boca de un saharaui, hasta la palabra guerra expresa el amor y el deseo de paz.
Queremos con esta carta agradecer al pueblo saharaui su hospitalidad, su ejemplo y lo mucho aprendido, además de contribuir a que no quede una persona en nuestro mundo «civilizado» que no conozca la situación, y que la presión, trabajo y solidaridad de nuestro pueblo ayude a los saharauis a lograr su libertad en un Sáhara libre e independiente.
Hagámoslo por ellos, pero también por nosotros, porque no puede haber un pueblo libre mientras otro no lo sea, y porque en el camino y la lucha por una Euskal Herria libre e independiente nada mejor que propagar la contagiosa y maravillosa epidemia de la libertad y la autodeterminación de todos los pueblos.