Resultó paradójico el golpe militar contra el gobierno constitucional del Ecuador el 30 de septiembre pasado. Mientras el conjunto de gobernantes y dirigentes de la izquierda latinoamericana planteaban que la lucha armada ya no era vigente, los Estados Unidos y las oligarquías del continente acuden a las armas para recuperar el poder perdido o para defender lo que tienen. Sin duda que es un tema de discusión, y hay que hacerla, pero la realidad es cruda y siempre hay que tenerla en cuenta, la lección de Honduras es lo concreto.
Los triunfos que no satisfacen las expectativas de libertad, justicia social y felicidad de los pueblos, siempre serán efímeros.
En Colombia, el anterior gobierno y el actual quieren celebrar el triunfo definitivo sobre la insurgencia, sobre la base de ocultar las acciones militares que sus fuerzas han estado recibiendo a lo largo de estos años. Pero cuando de examinar los asuntos que aprietan sus callos, acuden al manejo mediático para justificar sus flaquezas.
Paradójica, es también, la manera como el comandante general de las Fuerzas Militares, el almirante Édgar Augusto Cely, se queja de la inhumanidad de la insurgencia cuando usa los explosivos en sus acciones combativas, pero cuando sus aviones descargan toneladas de bombas, se olvida que también las están lanzando contra seres humanos. O lo peor del caso cuando se queja que la guerrilla no sale a combatir a campo abierto, ¿acaso el uso de la aviación no es algo de temor a usar la infantería y les resulta más cómodo hacerlo desde aviones o helicópteros?, claro que dirán que es un medio más eficiente.
Qué bueno sería que los contrincantes combatieran como uno quisiera, hasta se podría intentar, como en los tiempos del honor de los caballeros, pero ¡ah difícil! que esta oligarquía se atreva a pactar un acuerdo de regularización de la guerra, con el talante y grandeza como lo hiciera Bolívar en la guerra de la independencia.
La insurgencia, y en particular el ELN le ha hecho propuestas serias al gobierno para buscar una salida política al conflicto, pero de manera reiterada se ha negado y le ha dado prioridad a una estrategia guerrerista. Este, como ningún otro gobierno ha sido explícito en ofertar una paz de sumisión, de rendición, que niega las posibilidades de un camino de paz y condena a las futuras generaciones a la guerra.
Otro año que termina, y la insurgencia colombiana sigue en pie de lucha, con sus ideales y su experiencia combativa. Los hombres y mujeres de la insurgencia revolucionaria han sido formados en retomar las banderas de los que caen, en fortalecer su espíritu con cada golpe recibido, también conocen con certeza que el enemigo es vulnerable, así nos lo confirma las nuevas modalidades que empleamos los últimos años, y esto no es un secreto para nadie, pues los ejércitos tenemos que adaptarnos a las nuevas realidades para superar las adversidades.
La diferencia está en que nuestras tropas no son de soldados, sino de guerreros, de esos que no se reclutan, sino de los que están dentro de cada comunidad y combaten voluntariamente por lo que es suyo.
Como están las cosas, con toda certeza el año que viene el conflicto colombiano va a continuar, también la lucha social por defender las causas de los desposeídos, pues la mezquindad de la burguesía se muestra hasta en su intransigencia para pactar un salario mínimo decente. Mientras el gobierno reparte entre los poderosos las riquezas del país, como en Agro Ingreso Seguro, para los que trabajan no quedan más que las migajas.