Si somos capaces de hacerlos desaparecer siendo de nuestra propia especie y sin respetarlos, sólo para satisfacer nuestra demanda insaciable de recursos, ¿qué no haremos con otros seres vivos con los que competimos por el mismo fin de «bienestar» en nuestra sociedad?
Pasará otro año en el que los buenos deseos almibarados de Navidad darán paso aquí, a la triste realidad de los recortes presupuestarios para cualquier iniciativa social. Por si fuera poco, los anuncios económicos amenazan al ciudadano con mas penurias económicas y medidas drásticas de explotación.
La bonanza donde se permite consumir sin límite y agotar cualquier recurso de este planeta sin contemplación y al coste que sea nos saldrá muy cara. Los síntomas de una grave situación de momento algo puntual, pero secuencial, ya se venían avisando, y sin mucho pesimismo, desde hace décadas. El planeta y sus recursos son limitados, los humanos hemos llegado al absurdo de ser equiparables a un virus mortal; somos capaces de matar el cuerpo que nos sustenta, la tierra, para «progresar».
Pero el mismo modo de «progreso» hará que los más de 9.000 millones de seres que parece ser habitaremos el planeta para 2025 veamos hambrunas, contaminación, desplazamientos humanos, enfermedades sin control, cuando no desastres ecológicos y sus lamentables consecuencias, o guerras con otras calificaciones, como religiosas, étnicas, etc., que sólo serán reflejo de la desesperación de millones de personas. Y es que, al ritmo actual, tendremos más para lamentarnos que para gozar.
Así, son las terribles consecuencias del actual sistema económico que beneficia a unos pocos y perjudica al resto, que lo mantiene o simplemente se mantiene apartado del mismo. Quien haya estado en el Amazonas o en el Congo sabrá que son miles de hectáreas las que se talan sin ningún control y sin tener en cuenta las consecuencias: A la vez, son miles las especies que desaparecen. El daño es en buena medida irreversible. Hasta el mismo mar es todo un mundo vivo que se agota. Tenemos especies que aún no están ni tan siquiera catalogadas y desaparecerán, y para más crueldad, lo estamos convirtiendo en un gran basurero.
Pero el mayor absurdo de esta civilización global en crisis lo representa el ataque que padecen otros seres humanos, que llamamos aborígenes, y sus recursos, unos 150 millones de seres aún no tan globalizados y de los que una minoría más desconocida si cabe, por estar totalmente apartados de nuestro «progreso», están ya en vías de desaparición. Los Ayoreo del Chaco, Los Penan, Nanti, Andaman, Yora, los últimos seis Akuntsu, los Cacatuyo, Korubo, los indígenas no contactados de Brasil y Perú, apenas unos miles… Si somos capaces de hacerlos desaparecer siendo de nuestra propia especie y sin respetarlos, sólo para satisfacer nuestra demanda insaciable de recursos, ¿qué no haremos con otros seres vivos con los que competimos por el mismo fin de «bienestar» en nuestra sociedad?
Y es que, aunque nos cueste aceptarlo, nuestro sistema, nuestras ideas les son ajenos, cuando no una amenaza. Toda nuestra mentalidad se basa en decidir por el bien nuestro, no el de todos los humanos. La última decisión de un gobierno «progresista» como el de Brasil es construir una inmensa presa en Belo Monte, para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos civilizados, no así la de personas que conforman algunas tribus indígenas no contactadas que pueden seguramente desaparecer de la zona, de riqueza cultural y capital humano incalculable.
Los que vivimos en el juego del sistema hegemónico capitalista necesitamos más y más recursos para malutilizarlos, y queremos obtenerlos de forma gratuita en esos lejanos lugares, algunos aún vírgenes, donde viven seres humanos que no desean estar en censos, votar cada cuatro años o usar eso que llamamos dinero para subsistir. Pero ellos también serán las víctimas de nuestra crisis, no tienen escapatoria.
La historia de la humanidad, nos habla de sucesos anteriores, muy localizados, de los que deberíamos aprender. La desaparición de la cultura Maya y el agotamiento de los recursos estaban tan unidos, como la provocada casi extinción del bisonte americano, que conllevó a la desaparición de centenares de naciones amerindias en Norteamérica. También tenemos culturas extintas, como la de Mohenjo Daro o Harappa, Caral, la de Rapa Nui, etc. que vinculan el agotamiento de los recursos, o el mal uso de los mismos, con la misma suerte, pero seguimos mirando de soslayo a nuestro pasado.
Pero también creo en la capacidad humana de volcar lo que parece irreversible, que nos hará ver que así no vamos bien, que debemos aprender a vivir en equilibrio con la naturaleza y asumiendo que los recursos son limitados, que nosotros mismos seremos los causantes y a la vez perjudicados de la gran degeneración humana a la que nos encaminamos. Y aquí radica la importancia del aborigen, que es consciente de ser una misma parte de su entorno.
Tal vez en esta dirección cabe reseñar que los EEUU de América, aunque hayan sido los últimos en hacerlo, recientemente acaban de adherirse a la Declaración de Naciones Unidas para los Derechos de los Pueblos Indígenas, toda una muestra de que la estupidez humana, aunque algo tarde, también puede cambiar.
Tomemos ejemplo y logremos que nuestra crisis no la paguen los que optan de manera voluntaria vivir fuera de nuestro sistema. Paremos la extinción de los pueblos indígenas respetando las culturas y las tierras donde viven.