Las pensiones han sido la nueva víctima de los vampiros. Estos sangradores voraces van exprimiendo los recursos y borrando los derechos que la clase trabajadora conquistó. No se saciaron con la reforma laboral, con los trabajos precarizados, con los despidos a precio de saldo… En su obsesión expoliadora van privatizando lo que es de todos y catalogan la educación y la salud como inversiones, que no como servicios. Van esquilmando a los más frágiles para transvasar a los acaudalados hasta la calderilla que nos roban.
Ahora han hincado su aguijón succionador en las debilitadas pensiones. Soporte económico frágil y multiuso que sirve para cubrir necesidades básicas, para hacer frente al vertiginoso encarecimiento de la vida, para sostener a otros miembros de la familia que se han quedado sin trabajo y sin ayudas sociales… Los ahítos prebostes de las finanzas consideran el actual sistema de pensiones un despilfarro que la «crisis» económica no se puede permitir. Sus bien pagados e indolentes lacayos acaban de firmar la pena de muerte del actual sistema de pensiones. Algo de culpa tenemos todos. A veces, es la sociedad expoliada la que dignifica a los políticos serviles y a los gobernantes corruptos concediéndoles un reconocimiento que no se merecen. Otras veces ‑estoy pensando en los jubilados- gastamos demasiado tiempo en tertulias insustanciales o en críticas estériles que no desembocan en la necesaria movilización social.
El pensionariado debiera echar mano de la experiencia que acumula y del potencial transformador que posee. Es portador de unos valores que siguen teniendo vigencia, testigo de unas generaciones austeras que sobrevivieron a condiciones de vida muy duras, merecedor de pensiones dignas que acreditaron con sus trabajos penosos. Algunos de ellos ‑no todos- hicieron frente a un capitalismo invasivo (los famosos planes de estabilización primero y de reestructuración industrial después). Manos, hoy callosas, levantaron barricadas al fascismo; algunas piernas, hoy torpes, les permitieron eludir los ataques de la policía franquista. En el camino han ido dejando mucha vida, pero no toda. Han perdido ligereza pero han ganado en lucidez y conciencia: «Hemos participado en las luchar obreras y políticas- dice la Asociación de Jubilados y Pensionistas Sasoia- con la esperanza de conocer una Euskal Herría soberana y socialista».
Ante los nuevos ataques de los vampiros, muchos de los curtidos luchadores no se han quedado indiferentes. En Iparralde han protagonizado numerosas y nutridas movilizaciones. En Hegoalde ‑encuadrados en organizaciones propias o en amplias plataformas sectoriales- también intensifican sus reivindicaciones. El «joven» Periko Solabarria confiesa que «la vida la tenemos entera». Y la referida Sasoia lanza una proclama repleta de vigor: «Nos sentimos con fuerza e ilusión para seguir activos…Nos planteamos qué podemos hacer para cambiar esta situación y para contribuir a la construcción de un mundo más justo». Seguro que mucho y bueno. La lucha del pensionariado activo y organizado no ha hecho más que empezar.
Fuente: Gara