La ancestral costumbre de masticar hoja de coca, hecho que se da en incontables parajes de países situados a alturas superiores a los dos mil metros sobre el nivel del mar, parece que molesta a los gobiernos que han desarrollado la tecnología suficiente como para, merced a los descubrimientos de químicos laureados en universidades del primer mundo, convertir esa planta en una sustancia más cotizada en el mercado que el oro o el petróleo.
Hace unos días, durante una rueda de prensa, y visto que la mayor parte de la comunidad internacional está anormalmente preocupada por una costumbre tan antigua como el hombre (cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos en Bolivia, Colombia y Perú), el ministro español de Interior Alfredo Pérez Rubalcaba fue preguntado acerca del tema en cuestión (masticar la hoja de coca), lo que dejó momentáneamente descolocado al funcionario, que suele estar preparado tan solo para seguir descalificando a la izquierda abertzale en el compromiso de luchar por sus objetivos rechazando la violencia, hasta que tras diez segundos de silencio (que a los presentes se les hicieron horas), salió por peteneras cántabras, y tragando un vaso de agua de Solares a toda velocidad, respondió mientras parpadeaba con el mismo estilo de Marujita Díaz: “No tengo una opinión formada al respecto”.
¿Qué podríamos deducir de tamaña respuesta, repleta de subliminales incógnitas? ¿Acaso Don Alfredo no ha masticado jamás esa hoja, cuyo líquido convenientemente servido en infusión sirvió a la Reina de España como utilísimo remedio al mal de altura, cuando la augusta dama caminaba por las montañas bolivianas? ¿Es que por ventura Rubalcaba no tuvo siquiera la perspicacia de llamar de inmediato a la esposa del Borbón, para demandarla acerca de las ventajas o perjuicios de tal bebedizo? ¿Cómo es posible que un ministro de la inteligencia del santanderino, quede en entredicho ante una inocente pregunta como esa? ¿Tal vez prefirió dar la callada por respuesta, hasta que regresara a su despacho oficial, solicitar de inmediato una conferencia urgente con la Casa Blanca y preguntar a Obama: “Please, Barak, can you tell me what do you think about the coca leaf?”*, como hubiera dicho su jefe Zapatero en ese inglés tan fluido que maneja en la intimidad? Cuestiones, de momento, sin dilucidar.
Los colegas que asistían a la rueda de prensa quedaron petrificados; pero quien formuló tamaña cuestión, estoy seguro de que jamás va a ser invitado de nuevo a un acto similar, en el que Rubalcaba fuese el ministro interrogado. Hubo periodistas que, hablando con el funcionario tras el pequeño incidente, escucharon de sus labios una contrita queja, en la que el de Interior se lamentaba de la inconveniencia de la cuestión sobre ese producto de la naturaleza, así como lo impropio de la pregunta.
Tal vez el planeta esté equivocado. Puede que esa planta que proporciona todo tipo de bienes a sus consumidores, no provoque las misma ventajas en Cádiz o Sidney, pero manipulada por químicos al servicio del capitalismo (pienso por ejemplo en Javier Solana), se convierte en una catarata de dinero blanquísimo, que luego se hace negro y más tarde vuelve a blanquearse, incluso en el Vaticano. Y de eso sí saben Rubalcaba, la Guardia Civil, la Policía, la CIA, la DAS, la DEA, el FBI y un vecino de Malasaña, que trafica con ella en pequeñas dosis, para que algunos creadores sigan creyendo que las musas se encierran en una papelina.
De ese tema, los bolivianos que mastican la hoja no saben nada. Y Evo Morales se cabrea, con razón, ante la vesania e hipocresía de quienes quieren meterse en el huerto latinoamericano para impedir que las gentes del área puedan respirar a gusto, controlar el mal de altura, oxigenar su sangre y seguir viviendo en paz.
El mundo que llaman civilizado, ese que defiende Rubalcaba, podría caer un día sobre los espárragos de Navarra si un científico descubriese que, manipulados con sustancias de todo tipo, pudieran causar los mismos efectos del LSD.
El IV Reich (USA y la Comunidad Europea) ha controlado hasta hoy (y aún lo hace) una hoja como de del tabaco (que es inocente, como la de coca), permitiendo que sus flamantes industrias dedicadas a la fabricación de cigarrillos, alterasen químicamente su composición, mezclándola con amoníaco, papel, alquitrán, otros elementos ajenos a la planta, para que la drogodependencia hiciera sus frutos y las arcas del estado repartieran dividendos entre los ministros de gobiernos yanquis y europeos. El capitalismo es maestro en ese tipo de estrategias. Ningún ciudadano de Bolivia se escandalizó sobre la costumbre de los vaqueros yanquis por masticar tabaco. Y menos aún, plantear en los foros internacionales la legalidad de ese hábito.
Lo malo es que el ministro Rubalcaba ignora siquiera por qué no tiene una opinión formada, sobre las ventajas que aporta a los habitantes de aquellos parajes montañosos el meterse en la boca unas hojas de coca y mascarlas con suavidad y mimo. Rubalcaba ignora que es un ejemplo vivo del ciudadano que padece ausencia de criterio. Es ministro de un gobierno que se pliega a los deseos de otro, cuya sede radica en Washington, donde el presidente no se droga (excepto cuando ve la televisión), pero amenaza con desfoliar el territorio boliviano porque, según sus asesores, aquella planta no debe seguir creciendo, a menos que se logre el sueño oculto de los empresarios norteamericanos: llevarla al territorio EEUU para que crezca al nivel del mar, y una vez tratada en laboratorio se convierta en un nuevo transgénico como el arroz, el maíz o la sandía. Qué negocio, oiga.
Entonces, media humanidad ya habría dejado de fumar esa hoja de tabaco adulterada, cumpliéndose aquello que me comentaba un joven directivo de la Reynolds, hace ya treinta años, durante un concierto de Bruce Springsteen: “Si la hoja de coca hubiera cubierto las praderas de EEUU, hoy el mundo estaría esnifando cocaína, sin problema alguno”. No obstante, la Coca-Cola es la reina de los refrescos, a pesar de que los gobiernos del mundo saben que en la composición del brebaje más exitoso de la historia, se sigue introduciendo el extracto de hoja de coca, aunque se niegue en los medios oficiales.
Y me pregunto finalmente: ¿Cómo Alfredo Pérez Rubalcaba va a tener una opinión formada, acerca de si es bueno o perjudicial masticar esa planta, cuando es incapaz de hacer lo propio (y menos digerir) una hoja de ruta tan atractiva como la que la izquierda abertzale le ha puesto en el camino? Oxígeno, por favor, necesitamos oxígeno.
Nota.- ¿Puede decirme qué piensa sobre la hoja de coca?