El 1 por ciento más rico de EE.UU. percibía el 9 por ciento de la renta nacional en 1979. Hoy esa proporción asciende al 24 por ciento, casi una cuarta parte del total (www.alternet.org, 19/1/2011). El ingreso de ese mismo 1 por ciento era 125 veces superior a la media nacional en 1962. Hoy es 190 veces superior. Los beneficios de las 500 corporaciones más importantes aumentaron el 141,4 por ciento y la compensación de los ejecutivos de empresa se elevó un 282 por ciento de 1990 a 2010.
La crisis económica mundial no ha interrumpido esta tendencia: en 2010 se han vendido 13 por ciento más automóviles que el año anterior y la producción de acero se incrementó un 18 por ciento (www.economist.com, 13/1/11). Una encuesta reciente de American Express Publishing y Harrison Group revela que el sector opulento del país gastó 28 mil millones de dólares en la adquisición de bienes de lujo durante 2010. El 71 por ciento de tales compradores se declara feliz, contra el 40 por ciento en 2007, aunque la mayoría piensa que EE.UU. sigue en recesión (Reuters, 13/1/11). Del otro lado de la moneda no hay tanta felicidad.
El número de desocupados prácticamente no disminuyó en los tres años que dura la crisis, en los que se perdieron 8 millones de puestos de trabajo: es de 14 millones, incluidos los más de 6 millones que no trabajan desde hace medio año. El Wall Street Journal informó que la existencia de esta reserva de desempleados produce una persistente baja de los salarios: “Entre 2007 y 2009, más de la mitad de los trabajadores de tiempo completo que perdieron su empleo después de tenerlo tres años por lo menos y encontraron luego otro de tiempo completo reciben un salario menor… la tercera parte, un 20 por ciento menos” (//online.wsj.com, 11/1/11). Pintan calva a la ocasión, pero nunca falta la forma de agarrarla.
Hace veinte meses que el índice de desocupación permanece inalterable y seis de cada diez desempleados tienen que pedir dinero prestado a la familia o a los amigos. No pocos de aquellos que vuelven a conseguir empleo se ven obligados a aceptar el salario mínimo. Según Jeannette Wicks-Lim, miembro del Instituto de Investigación Política y Económica de la Universidad de Massachusetts, casi nueve de diez de estos trabajadores no están en condiciones de solventar sus necesidades básicas en materia de alimentación y salud (www.peri.un mass.edu, octubre 2010). Esta situación castiga a sus hijos.
El Wall Street Journal no lo oculta: “Las investigaciones muestran que los hijos de quienes han perdido el empleo y consiguen otro con un salario inferior también padecen este hecho. Un grupo de economistas llevó a cabo en 2008 un estudio sobre la relación de los salarios padre/hijo de 60 mil familias en el período 1978⁄1999. Los hijos de víctimas de los despidos masivos de la recesión de 1982 percibían ingresos un 9 por ciento más bajo que el de padres que no padecieron esa suerte”.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, integrada por 34 países ‑sobre todo europeos y desarrollados‑, aplica patrones muy estrictos para medir la indigencia en los Estados miembro. Ya a mediados de la década pasada, EE.UU. figuraba en el tercer lugar de los más pobres (www.oecd-library.org, 2009) y la crisis actual ennegrece aún más el panorama. Entre otras cosas, los bancos siguen confiscando casas y departamentos cuyos propietarios no logran pagar la hipoteca. Pero no todo es tan oscuro para algunos.
El informe más reciente de la financiera JPMorgan Chase es luminoso en tal sentido: revela que en 2009 obtuvo beneficios un 48 por ciento superiores a los de 2008 y que el año pasado tampoco le fue mal: sus ingresos del primer cuatrimestre de 2010 aumentaron un 47 por ciento respecto del mismo período de 2009 (www.finfacts.ie, 14−1−11). Jamie Dimon, director ejecutivo de la firma, declaró que esto era la prueba de “una amplia recuperación económica. Pienso que el futuro es extremadamente esplendoroso”. A saber si piensan lo mismo quienes alquilan a extraños habitaciones de su vivienda para sobrevivir. No hay estadísticas sobre el consiguiente deterioro de la vida familiar.
El pico de la JPMorgan Chase es sólo el Himalaya de una alta cordillera: los analistas estiman que las ganancias de las corporaciones crecieron un 27 por ciento en el último cuatrimestre de 2010. En realidad, Washington usó la crisis para favorecer a la elite financiera engordándola con billones de dólares. Steven Rattner, el hombre de Wall Street que Obama eligió para dirigir la Auto Task Force, encargada de apoyar a la industria automovilística, asienta en su libro Overhaul (Hougthon Mifflin Harcourt, Nueva York, 2010): “Más de una vez pensaba yo en la frase de Rahm Emanuel (jefe de gabinete de la Casa Blanca), ‘nunca permitas que se desperdicie una buena crisis’, puesto que utilizamos la creciente catástrofe económica para introducir cambios y determinar sacrificios que hubieran sido imposibles en otro contexto”. Muy claro, ¿no?