AmecoPress.- ¿Por qué habríamos de creerle a un fiscal de Chihuahua sobre la muerte de Susana Chávez, si los mismos jueces dejaron en libertad al asesino confeso de Marisela Escobedo? ¿Acaso las autoridades mexicanas y chihuahuenses no nos han mentido una y otra vez con los asesinatos de mujeres y suegra contra los enemigos de sus capos privilegiados del narcotráfico? ¿Qué autoridad moral avala al fiscal para asumir una verdad que intenta desprestigiar la memoria de una activista de derechos humanos, después de lo que han sufrido las familias de esta entidad por feminicidio?
¿Por qué las y los mexicanos parecemos incapaces de asumir un compromiso con la justicia y la verdad?
El fiscal, Carlos Manuel Salas, afirma que la madre de la víctima ya confirmó la anécdota: “Tenemos las declaraciones de su mamá, (Susana Chávez) estaba tomando, se dirigió a un bar en la madrugada, se encontró a tres muchachos, se fue con ellos a divertir, se fue con ellos a la casa de uno de ellos y lamentablemente estas personas estaban tomadas, estaban drogadas y después de estar compartiendo decidieron matarla».
Ahora nos ofrecen una historia nada compleja, aunque inverosímil, sin drama. A diferencia de las rebuscadas historias de la niña Paulette, muy lejos de la intriga del asesinato de Luis Donaldo Colosio, fuera de la espectacularidad del crimen del Cardenal Posadas, ni siquiera nos muestran la saña del horror con que asesinan los sicarios de moda. Simplemente se emborrachó «y decidieron matarla», según la versión oficial, cada vez menos elaborada para las muertas de Juárez.
Esta mujer poeta, que en cada verso describía la muerte de otras mujeres, que llevaba el registro y las condiciones en que perecían, que ayudaba a las familias de las asesinadas a sobrellevar la pena, ahora ella, nos dice Salas, por su propio pie, buscó la muerte, ebria y drogada, con tres desconocidos menores de edad.
Decía mi amigo Gerardo Sosa Plata, «es demasiado». Y sus palabras retumban en mi mente, cada que pienso en esas mujeres. En el suplicio que pasaron, sin que haya una esperanza remota de justicia, mucho menos de verdad.